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Por Consuelo Pérez

Las expectativas de que se pueda recuperar la confianza en las instituciones públicas, y particularmente en la figura presidencial, se diluyen gradualmente.

Decíamos en la pasada edición de Correo, en este sitio, que es imprescindible la confianza en lo que concierne al vínculo entre un gobierno y sus gobernados en un sistema democrático, y dábamos ejemplos de cómo la misma se va deteriorando, desgastando, en los últimos años.

Si bien ese sentimiento es gradual y diario, el infortunado “round” entre el Presidente y un colono que formaba parte del grupo de los “autoconvocados”, nos mostró en primera persona lo que se escucha a diario en las redes, en la calle, en los distintos ámbitos de la convivencia social.

Si bien parecía desmesurado que la “respuesta” a ese sector se diera por Cadena de Televisión Nacional, todos esperábamos –porque así lo planteaba el horizonte de expectativas– que el Presidente reivindicara su posición de aplomo, trasmitiendo soluciones y devolviendo, de pronto, la perdida confianza.

No fue así, fue sustituido por un periodista que en primera persona describió un mundo casi ideal, y “cambió la pisada”.

Por supuesto que no analizaremos –que lo hagan los especialistas, conductismo y Watson mediante– los argumentos para evaluar los resultados de esta puesta en escena diferente y su acción en las masas, ni la figura y accionar del desaparecido periodista ahora reciclado, ni la ausencia de Vázquez. Ni siquiera analizaremos el contenido de las afirmaciones, que –¿casualidad?– casi nadie escuchó ni analizó, a la luz del desconcierto, y quizá mientras cambiaba de canal buscando a Vázquez.

Decíamos en la pasada edición que, ante una misma realidad, hay dos formas de analizarla en este Uruguay de 2018, y la interpretación de los hechos del pasado 19 de los corrientes, con un presidente desencajado en forma absolutamente inadecuada fue un ejemplo: para muchos fue triste, para otros magnifico.

Resulta que este último menaje del “presidente Vilar” acarrea más preguntas que respuestas, y en nada contribuye a la recomposición institucional que todos deseamos, con un ingrediente extraño, y curioso: no se vislumbran defensores de esa nueva “modalidad”, ni en las redes, ni en los medios, ni en los voceros habituales.

Hasta hemos leído afirmaciones que aseguran que podríamos llegar a transitar por una “olocracia” que se define como “una forma de degeneración de la democracia, que es el gobierno de la muchedumbre, que a la hora de abordar asuntos políticos presenta una voluntad confusa”.

Sin ánimo de exagerar ni de agregar “leña al fuego”, sí debemos advertir que el gobierno de Maduro –por ejemplo– que claramente transita por caminos alejados de la democracia como tal, y cae en muchas de sus aberraciones y deformaciones que el sistema puede sufrir gradualmente, sigue siendo apoyado por sectores que integran el partido de gobierno, y que por ende entienden como válida una democracia absolutamente desnaturalizada.

Repito: ante una misma realidad política e institucional, hay dos formas de ver las cosas, que están en las antípodas, y que, lamentablemente, fomentan la actitud que corroe y corrompe cualquier sistema.

Nuestra forma de ver las cosas es absolutamente liberal. Absolutamente democrática. Y seguiremos trabajando para volver a la normalidad.