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Domingo de esperanza, domingo de Coalición
Este domingo, Uruguay cierra un nuevo ciclo electoral con las elecciones departamentales y municipales. Pero lo que se juega no es meramente local. Muy por el contrario: estamos ante un nuevo referéndum político sobre el país que queremos construir. Y la gran alternativa al desgaste, la improvisación y el relato vacío del Frente Amplio se llama, una vez más, Coalición Republicana.
A diferencia de lo ocurrido en las elecciones pasadas, cuando la Coalición se presentó unida únicamente en Montevideo, bajo el lema Partido Independiente, este año marca un punto de inflexión. Por primera vez, se compite bajo el lema común “Coalición Republicana” en tres departamentos claves, que son además los únicos en los que gobierna actualmente el frentismo: Montevideo, Canelones y Salto. No solo es una apuesta estratégica, sino también una afirmación de principios: sí, podemos trabajar juntos cuando el objetivo es mejorarle la vida a la gente. Porque si algo ha demostrado el Frente Amplio en estos años es que puede prometer mucho, pero gestionar poco. Que puede hablar de “pública felicidad” mientras deja a los vecinos entre basurales, pozos y veredas rotas.
Montevideo: el esperado fin de una hegemonía
Montevideo es, sin dudas, la joya de la corona. Desde hace 35 años, el Frente Amplio administra la capital. Y, sin embargo, por primera vez, la hegemonía parece crujir. Las encuestas lo muestran con claridad: la Coalición Republicana, con Martín Lema y Virginia Cáceres, pisa fuerte y se acerca peligrosamente al Frente. ¿Cómo? Con una campaña propositiva, seria, basada en soluciones reales y no en eslóganes vacíos.
Lema ha sabido interpretar lo que los montevideanos ven y sufren todos los días: calles intransitables, recolección de residuos deficiente, veredas que no permiten ni caminar con dignidad. Cáceres, por su parte, representa un aire fresco, una nueva generación batllista que entiende la gestión como un servicio y no como un escalón partidario.
Mientras tanto, el Frente Amplio pretende “refundar Montevideo” como si no llevara 35 años en el poder. ¿Quién les impidió gobernar bien hasta ahora? ¿Quién les prohibió escuchar a los vecinos? ¿Por qué, después de más de tres décadas, seguimos hablando de los mismos problemas?
La Coalición, por el contrario, propone lo que nunca se hizo: responsabilidad en el gasto, sentido común en las prioridades y respeto por el ciudadano. Que sea la Intendencia, y no el vecino, la que repare las veredas. Que se elimine el despilfarro de un canal partidario como TV Ciudad. Que se recupere la noción de servicio público por encima del clientelismo ideológico.
Salto: la hora de la revancha
En Salto, el Frente Amplio logró en 2020 una victoria que no debió tener. Porque allí, como en otros puntos del país, la falta de acuerdo entre los socios de la Coalición jugó en contra. Pero esta vez la historia es distinta. Los líderes colorados y nacionalistas han comprendido que, si se quiere ganar, hay que competir con reglas claras, pero también con responsabilidad política. Y hoy la Coalición llega fuerte, decidida y con propuestas.
La figura de Marcelo Malaquina, respaldado por una sólida estructura batllista, y la del nacionalista Carlos Albisu, han demostrado que las diferencias internas pueden ceder ante un objetivo mayor: recuperar para Salto una gestión seria, austera y cercana. La administración frenteamplista local ha sido, en el mejor de los casos, mediocre. En el peor, directamente opaca y sectaria. Es hora de abrir las ventanas.
Y no olvidemos lo más importante: el entusiasmo popular está con la Coalición. Lo vimos en cada acto, en cada recorrida, en cada saludo espontáneo de quienes saben que Salto merece algo mejor. El Frente Amplio lo sabe. Por eso han recurrido a una campaña sucia. Porque cuando no hay gestión, se apela al miedo. Pero el miedo ya no paraliza: moviliza.
Canelones: el desafío
En Canelones, la Coalición también tiene un desafío mayúsculo. El feudo frenteamplista, acostumbrado a convivir con un Frente Amplio que promete todo pero cumple poco, necesita una renovación profunda. El nacionalismo ha presentado dos figuras fuertes del departamento, como Sebastián Andújar y Alfonso Lereté, y el Partido Colorado, aunque afectado por la ausencia de Adrián Peña, sigue trabajando por mantener viva la llama batllista en cada rincón canario de la mano de Walter Cervini.
Canelones padece males similares a los de Montevideo: calles abandonadas, obras inconclusas, una gestión burocrática que parece más preocupada por la estética del discurso que por los resultados. Pero, a diferencia de Montevideo, aquí el Frente Amplio no puede escudarse en la falta de apoyo institucional o financiero. Ha tenido todo, y no ha hecho nada. Es tiempo de decir basta.
El resto del país: equilibrio, consolidación y victorias
Fuera de estos tres departamentos, la situación para los socios de la Coalición Republicana es alentadora. Allí donde no se compite bajo un mismo lema, se practica de hecho la cooperación. En Rivera, el bastión batllista por excelencia, todo indica que el Partido Colorado revalidará con holgura. La figura de Richard Sander, garantiza experiencia, continuidad y eficiencia. Una administración ejemplar que merece continuar. En el resto del país, el Partido Nacional consolida gestiones que han mostrado buenos resultados y donde la Coalición, sin lema común, sigue viva en las alianzas parlamentarias y en el trabajo conjunto.
Más que una elección departamental
El domingo no solo se eligen intendentes. Se define, también, el destino de una alternativa democrática que ha sabido gobernar y oponerse con responsabilidad.
La Coalición Republicana ha demostrado que puede trabajar unida en lo nacional. Ahora tiene que demostrar que puede gobernar unida desde lo local. Que puede sumar sin uniformar. Que puede corregir sin destruir. Que puede transformar sin imponer.
Mientras el Frente Amplio insiste con repetir fórmulas agotadas, con discursos que suenan cada vez más a eco de sí mismos, la Coalición ofrece rostros nuevos, propuestas viables y voluntad de servicio. Esa es la diferencia. Y esa es la esperanza.
Este domingo, el país tiene una oportunidad. En Montevideo, en Canelones, en Salto, pero también en cada rincón donde un ciudadano se pregunte si hay otra manera de hacer las cosas. Y sí, la hay. Se llama Coalición Republicana.
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Votando colorado
Por Julio María Sanguinetti
El próximo domingo se realizarán estas elecciones departamentales que en Montevideo han conmovido bastante menos que en el interior. No es lógico, pero es así, pese a que el público afecto a la Coalición Republicana y la opinión independiente, más a la izquierda o más a la derecha, categóricamente consideran que la administración frentista está agotada.
El gobierno montevideano es caro y su devolución realmente deficiente. Es evidente. El pavimento del que poco se habla está en el peor momento de la historia, al punto que ni la rambla se salva de ser una colcha de remiendos. La basura es el tema recurrente pero no le van en la zaga la vialidad urbana que es un atascón permanente, el estado de los magníficos monumentos públicos (salvo el de Artigas, por suerte), el control de los ruidos molestos, la remoción hacia refugios de quienes han hecho de rincones callejeros su residencia, la preservación de las zonas históricas de la ciudad, la increíble catástrofe de las veredas (una trampa mortal para mis coetáneos) que aunque a cargo de los vecinos exigen el control oficial y suma y sigue. Todos sabemos que los montevideanos pagamos casi dos millones de dólares diarios en impuestos y la inversión con suerte llega a 350.000 dólares. No alcanza ni para el mantenimiento. Montevideo precisaría un verdadero shock de inversión.
La candidata colorada, Dra. Virginia Cáceres, es una excelente figura, de promisorio futuro. La conocemos desde que a los 15 años comenzó a militar en el Batllismo. Ha tenido larga actuación administrativa. La última fue nada menos que la Secretaría General del Codicen (la mayor estructura del Estado) y su Presidencia al final del período. Su campaña ha sido de reales propuestas, difundidas con claridad. Han faltado medios, sin duda, pero no por ello su aporte será menor y las sorpresas hoy son la moda en el mundo. A la inversa, el candidato nacionalista, sin duda excelente también, pero con una gran campaña publicitaria, si tiene la chance que le vienen dando algunas encuestas, es por lo que Vicky (así la conocemos) pueda llevar a las urnas. Así de claro.
En el resto del país, hay de todo. El Partido Colorado quiso hacer coalición en los 19 departamentos. Nos quedamos en tres (Canelones y Salto, además de la capital) por responsabilidad de una dirigencia nacionalista en que ha pesado más lo local que una visión estratégica nacional como, por el contrario, diseña el Frente Amplio. La consecuencia es que muchos colorados, sintiéndose cercados, también entraron en acuerdos con candidatos nacionalistas, pese a que en todo el país hay candidatos de nuestro partido. Respetamos esa decisión, hasta la entendemos, pero no ocultamos nuestro pesar. Hacia adelante hay que mirar este panorama con una amplitud mayor, que abarque todo el mapa. Personalmente -muy personalmente- creo que esta es la última elección con estas características o bien el punto final de la Coalición Republicana.
Con motivo de celebrar los 40 años del retorno democrático, participamos de actos en Salto y Fray Bentos y percibimos un magnífico ambiente. Hay dos candidatos excelentes, Marcelo Malaquina y Gualberto Carminatti. El primero va en Coalición y tiene elevadas posibilidades de ganar. Al segundo le será más difícil, pero provoca un entusiasmo ciudadano que abre esperanzas.
En todo caso, advertimos que cualquiera sea el resultado habrá que comenzar a trabajar con una mirada de mayor perspectiva. Nuestra larga vida política nos habla de las diferencias de cada departamento, de la diversidad de situaciones locales, hasta de las competencias personales que suelen alejar expectativas de victoria del conjunto. Nunca escuché a alguien reconocer que empezó él la disputa y que por lo tanto más bien tiene razón el otro. Nada de esto puede ignorarse. Pero esa es la política. Hasta incluye una nunca sencilla administración de egos. Su arte, precisamente, es superar esos escollos para lograr el objetivo superior. Los grandes artistas de ella, desde Pericles y el Emperador Augusto, hasta Franklin Delano Roosevelt o Winston Churchill, siempre cuestionados, siempre discutidos, son los que, sin caer en la justificación inmoral de cualquier medio, supieron transitar los caminos llenos de curvas del interés colectivo. Eso vale para lo más grande como para el espacio aparentemente menor de una administración departamental o municipal, muy importante para la vida diaria del ciudadano.
Mientras tanto, este domingo, a votar colorado. Con alegría y fe. Con el orgullo de nuestra historia y nuestra convicción de que estamos acompañando a gente que va a la lucha con sacrificio personal, con lealtad para con lo que cree.
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Sanguinetti recibió el premio rioplatense
El ex Presidente de la República Dr. Julio María Sanguinetti, recibió el pasado miércoles a mediodía, en Buenos Aires, el Premio Rioplatense 2025 que otorgan los Rotary Club de Buenos Aires y Montevideo, alternando anualmente una personalidad de cada país. Hace 40 años se otorgaron los dos primeros reconocimientos al científico Bernardo Houssay (Premio Nobel) y el escritor uruguayo Alberto Zum Felde. Los últimos fueron al jurista argentino Dr. Daniel Sabsay y el escultor uruguayo Pablo Atchugarry. La distinción se otorgó en un almuerzo, en que el Dr. Sanguinetti mantuvo una conversación con el periodista Carlos Pagni.
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Ay Pepe...
Fiel a su estilo de tirar una granada y mirar desde lejos cómo explota, apuntó al PIT-CNT acusándolo —nada menos— de “no haber movido un dedo” durante el gobierno de la Coalición. Afirmó, con esa ligereza típica del que no se toma el trabajo de revisar un solo dato, que en cinco años “no hicieron un paro, nada”. Una frase de sobremesa dicha con la soltura del que cree que su carisma alcanza para reescribir la historia.
Pero los datos están, aunque Mujica no los consulte. Y desmienten categóricamente su relato. El 2023 fue el año con mayor conflictividad laboral desde que existen registros sistemáticos en Uruguay. Sí, mayor incluso que en 2015, aquel pico de tensión en plena administración frenteamplista. Hubo cinco paros generales. Se realizaron 22 ocupaciones, a pesar de las restricciones legales impuestas por la LUC. A esto hay que sumarle dos movilizaciones nacionales, dos campañas de recolección de firmas, y una campaña de desprestigio permanente contra el gobierno multicolor.
Si eso no es mover un dedo, ¿qué sería? ¿quemar la Torre Ejecutiva?
No se trata de ignorancia: se trata de cinismo. Porque lo que Mujica realmente reprocha no es que el PIT-CNT no haya sido duro con el gobierno de Lacalle Pou. Lo que le molesta es que no hayan sido aún más salvajes, más intransigentes, más violentos en su oposición. En el fondo, Mujica no quiere independencia de clase, quiere servilismo ideológico. Y si no es absoluto, no le sirve.
Paradójicamente, este es el mismo Mujica que, en 2005, se horrorizaba por los discursos eternos de los sindicalistas, y que durante su gobierno fue protegido por un silencio cómplice del movimiento sindical, con honrosas excepciones. El mismo que agradecía al PIT-CNT por la “moderación” con que acompañaban su gestión.
Lo más indignante es que haya hecho estas declaraciones justo cuando el PIT-CNT vuelve a estar de parabienes con un “gobierno amigo”. El último 1º de mayo fue la mejor muestra de eso: ni una crítica al gobierno de Orsi, ni un solo reclamo concreto. Apenas palabras suaves, guiños cómplices y un dejo de contento por volver a casa. No es casualidad: el presidente del PIT-CNT de ayer es hoy presidente del Frente Amplio, consumando así la absorción total del movimiento sindical por parte del partido de izquierda.
La “independencia de clase” ha muerto. Lo que queda es una fachada. Y Mujica lo sabe, pero juega su propio juego.
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El retorno de la improvisación
El Ministerio del Interior acaba de superarse a sí mismo: está considerando prohibir que dos personas circulen en una misma moto. No es broma. No es sátira. Es el nuevo plan de seguridad pública. Un disparate tan desproporcionado que si no fuera trágico sería cómico.
Al parecer, según el subdirector de la Policía Nacional, Alfredo Clavijo, impedir que una moto lleve acompañante sería “crucial” para combatir homicidios, rapiñas y los famosos “robos piraña”. El razonamiento es digno de un sketch de humor negro: como muchas veces uno maneja y el otro roba, lo mejor es eliminar al acompañante. No al delincuente. Al acompañante. Así, como si se tratara de desactivar una bomba quitándole las pilas al control remoto del televisor.
Este enfoque —porque llamarlo “política pública” es un elogio que no merece— no solo es torpe en su concepción, sino peligrosamente autoritario en su implementación. Parte de una lógica insidiosa: como algunos cometen delitos en moto de a dos, entonces todos los que circulan en moto de a dos deben ser tratados como sospechosos. ¿El principio de inocencia? ¿La libertad de circulación? ¿La equidad? Bien gracias. Aquí se impone la ley del prejuicio.
El exministro del Interior Nicolás Martinelli lo dijo con claridad: la legalidad de la medida es discutible, vulnera derechos fundamentales, y castiga a miles de trabajadores que dependen de su moto para trasladarse con sus parejas, hijos, hermanos o amigos. Pagarán justos por pecadores, como siempre, porque al Estado le cuesta diferenciar entre una familia trabajadora y un delincuente. Es más fácil meter a todos en la misma bolsa que hacer el esfuerzo de actuar con inteligencia.
Y lo más grotesco es que, mientras el gobierno intenta vendernos esta tontería como medida estrella, el verdadero problema sigue sin resolverse: los delincuentes no usan chalecos con matrícula, no respetan zonas ni horarios, y no piden permiso para actuar. Los que delinquen lo seguirán haciendo. ¿O de verdad alguien cree que un ladrón que anda con un arma va a dejar de salir a robar porque le prohibieron llevar a su cómplice en moto?
Si esta es la estrategia de seguridad, lo que nos espera...
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Unos sí, otros no…
El caso del economista Rodrigo Arim —actual director de la OPP y ex rector de la Universidad de la República— no es una anécdota ni un malentendido técnico. Es un acto de evasión tributaria. Puro y simple. Pero, sobre todo, es un test para saber si el discurso de la “honestidad en el gobierno” fue una promesa sincera o apenas una frase marketinera de campaña.
El caso, ya ampliamente documentado, revela que Arim construyó una casa de veraneo en el balneario Solís —no una tapera, sino una vivienda de más de 120 metros cuadrados— que no declaró ante Catastro. En consecuencia, pagó durante años un valor de impuestos ridículamente bajo, como si se tratara de una construcción de 24 m². ¿El resultado? Una subvaluación fiscal que lo hizo evadir el Impuesto de Primaria, entre otros tributos. Y no se trata de un tecnicismo contable ni de una discusión sobre finales de obra: es un ocultamiento de información que redujo su carga impositiva de forma deliberada, como subrayó el senador colorado Andrés Ojeda, quien con firmeza advirtió que este caso no puede cerrarse así nomás. Y tiene razón.
Porque lo que está en juego no es una cuestión catastral, sino la confianza en la igualdad ante la ley. Mientras miles de uruguayos hacen malabares para pagar impuestos y cumplir con sus obligaciones fiscales —en una economía exigente y con un Estado siempre voraz—, los jerarcas del Frente Amplio que predican con superioridad moral parecen vivir en un régimen paralelo, en el que se permite construir, disfrutar, alquilar y hasta exhibir públicamente una propiedad sin asumir los costos legales que eso conlleva. ¿Dónde está la tan declamada coherencia entre valores y conducta?
La evasión del Impuesto de Primaria no es una falta menor. Como bien lo ha recordado la prensa en estas semanas escandalosas, ese tributo no va a rentas generales ni financia burocracia: va directo a sostener la enseñanza primaria pública y la alimentación escolar. Lo que Arim eludió pagar durante años fue el dinero que podría haber servido para que un niño comiera mejor, para que una escuela tuviera mejores materiales, o para que un maestro recibiera apoyo. Eso no es una omisión, es una infamia.
Y es además una actitud planificada. Arim no es un ciudadano desinformado, ni un vecino común atrapado en trámites confusos. Es un economista formado, un ex rector universitario, un hombre que ha diseñado políticas públicas y que conoce el sistema tributario al dedillo. Lo suyo no fue un desliz burocrático: fue una maniobra consciente. Tanto es así que, cuando fue consultado, defendió su posición con un tecnicismo falaz, afirmando que sin final de obra no corresponde pagar Primaria. Eso es cierto solo a medias. Y las medias verdades, cuando se usan para justificar una ventaja indebida, son mentiras completas.
La comparación con la exministra Cecilia Cairo es inevitable. Ella también había regularizado mal su vivienda, había evadido pagos durante años, y cuando se supo, el Frente Amplio terminó aceptando su renuncia. Con pesar, sí, pero con claridad. Ahora, ¿por qué Arim merece un tratamiento diferente? ¿Porque el Frente Amplio teme admitir que su gobierno está plagado de dirigentes que predican la solidaridad mientras defraudan al fisco?
La impunidad nunca es gratis. Y en este caso, se paga con algo más que dinero: se paga con la credibilidad. Porque un país donde algunos pagan todo y otros viven del privilegio es un país injusto. Y porque un jerarca que evade es un símbolo. Pero un presidente que lo permite, es un problema.
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El delirio de Carrera
En un acto que raya el delirio y confirma hasta qué punto algunos dirigentes del Frente Amplio han perdido toda noción del decoro institucional, el exsenador Charles Carrera anunció que presentará su caso ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y el Consejo de Derechos Humanos de la ONU. Sí, leyó bien. El mismo hombre que está siendo investigado por encubrir con fondos públicos un presunto abuso policial en 2012, ahora se declara víctima del “lawfare” y pretende dar cátedra de derechos humanos… en Washington.
El descaro de esta movida no solo ofende el sentido común, sino que insulta a las verdaderas víctimas de violaciones sistemáticas en nuestra región. El sistema interamericano ha sido, y debe seguir siendo, un instrumento de protección para los perseguidos reales: para los torturados, los censurados, los encarcelados por opinar o los desaparecidos en dictaduras. Pero no para que lo utilicen senadores bien vestidos que se incomodan cuando la Justicia nacional les toca la puerta.
Carrera se victimiza, se escuda en tecnicismos, y ahora, con patrocinio de un bufete internacional, quiere convertir su indagatoria fiscal en una epopeya contra el autoritarismo. ¿Dónde está el autoritarismo, senador? ¿En una Justicia que le da todas las garantías procesales? ¿En un país con separación de poderes, libertad de prensa y pleno funcionamiento institucional? Lo suyo no es persecución: es rendición de cuentas. Y lo que usted pretende evitar, con maniobras de foro internacional, es dar explicaciones de fondo sobre una conducta que, de probarse, será una de las más indignas que se haya visto en la administración pública reciente.
Porque no se trata solo del expediente judicial. Lo que indigna y repugna del accionar de Carrera es la conducta ética. En 2012, cuando dirigía la Secretaría del Ministerio del Interior, un joven recibió un balazo que lo dejó paralítico. En lugar de investigar, esclarecer y actuar con transparencia, Carrera manipuló los recursos del Estado: lo internó en el Hospital Policial, lo hizo pasar como efectivo de la fuerza, repartió tickets de comida y presionó a la familia. Todo esto, con una voz intimidante y una sonrisa burocrática.
La madre y el hermano de la víctima dieron su testimonio. Dijeron haber sido presionados. Dijeron que Carrera les advirtió que, si no hacían lo que les pedía, los dejaría sin apoyo. Lo dijeron con dolor, no con odio. La Fiscalía lo investiga con elementos objetivos. No es un invento mediático. No es un show político. Es un proceso legal que merece respeto.
Y como si esto fuera poco, también surgió otro uso irregular del Hospital Policial: la atención a la expareja del propio Carrera, sin justificación alguna. ¿Qué parte de todo esto le parece “injusta” al senador? ¿Acaso cree que haber tenido poder le da inmunidad vitalicia?
Mientras un joven sigue paralítico y su familia aún espera justicia, el exjerarca hace maletas para denunciar al Uruguay por ser… ¿demasiado garantista? ¿demasiado paciente? ¿demasiado republicano?
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Horas extras compañeras
Mientras la capital se hunde entre la basura, la Intendencia de Montevideo sigue demostrando que para el Frente Amplio gobernar es, ante todo, administrar privilegios. Lo que a los frentistas les causa estupor cuando proviene de otras latitudes, es parte del paisaje montevideano: en 2023, la comuna autorizó la friolera de 826.061 horas extras, con un costo superior a los 10 millones de dólares.
Pero la indignación no se agota en el monto. Lo realmente grotesco es cómo se reparten esas horas. Más de 80 funcionarios recibieron autorizaciones que implican, en promedio, más de 100 horas extra al mes. Algunos lo hicieron durante semestres completos, otros durante años. Hay incluso quienes han sido habilitados cinco veces durante el período 2020-2025, en una suerte de continuidad permanente que desafía la lógica, el reglamento y la ética más elemental. Esto no es gestión, esto es un sistema paralelo de sobresueldo institucionalizado.
¿Dónde están los controles? ¿Dónde está la equidad en el empleo público? ¿Dónde está la protección del trabajador, ese que dicen defender con tanto fervor? Porque hay que decirlo sin rodeos: no creemos que esas horas verdaderamente se trabajen; y si así se hiciera, no tenemos dudas de que ningún ser humano debería trabajar 15 horas por día. Y si un jerarca lo permite, lo habilita y lo firma, está siendo cómplice de una violación sistemática del derecho al descanso.
La candidata colorada Virginia Cáceres, con el tono firme y sereno que la caracteriza, puso el dedo en la llaga: “Aunque una persona pueda hacer 13 o 15 horas diarias, me parece que está mal, que el Estado le permita a una persona trabajar 14 horas… ¿dónde está el derecho de los trabajadores al ocio, al disfrute? No está dentro de los parámetros normales, no está bien que eso se haga”.
Y tiene razón. Porque el problema no es solo el exceso, sino la discrecionalidad. Como bien explicó Cáceres, la normativa ya existe. El digesto municipal establece los límites de horas extra por funcionario según la carga horaria. Pero la Intendencia decidió ignorarla. No por omisión. No por error. Sino por voluntad política. Se emitieron resoluciones explícitas en las que se justifica por qué se opta por no aplicar la normativa. En buen criollo: se saltearon las reglas a sabiendas, y lo escribieron.
Es su forma de gobernar. Es el clientelismo frentista en su versión más descarada: comprar lealtades con sobresueldos encubiertos, disfrazados de esfuerzo extraordinario. Porque nadie cree que haya 80 personas en la Intendencia que estén salvando la democracia todos los días con jornadas maratónicas de 15 horas. Esto no es eficiencia, es simulacro. Y lo pagamos todos.
¿Hasta cuándo?
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Fuego cruzado sobre ANCAP
Por Tomás Laguna
Mientras ANCAP es utilizada como terreno para la confrontación política por parte de operadores de la izquierda militante desde sus puestos de gobierno, los sectores productivos de nuestro país deben seguir pagando un combustible desproporcionadamente caro por sobre costos aceptados políticamente y que nadie se anima a discutir.
Si bien la controversia en torno a los resultados de ANCAP en el ejercicio pasado se mantiene en la agenda política, su interés ha ido perdiendo notoriedad pública pasados los intercambios de acusaciones iníciales pero fundamentalmente luego de la comparecencia de la Ministra Cardona en la Comisión de Industria de la Cámara de Diputados. Allí, esta señora debió reconocer que no había informado al Presidente de la República sobre los sobre costos que generó el cierre extendido de la refinería por medidas sindicales. Tampoco mencionó que el endeudamiento actual del ente es 13% menor que en 2019, ni que el endeudamiento estructural se ha reducido en un 76%. Aviesamente ignoró que el patrimonio de la petrolera estatal es mayor que al inicio del último período de gobierno y cuenta hoy con una caja de 159 millones de dólares, mientras que el crédito que se tomó por 160 millones de dólares se justificó en una contingencia operativa ante la falta de los ingresos que debió generar la refinería. Préstamo que fue aprobado en su momento por unanimidad del directorio, incluyendo el voto favorable del representante del Frente Amplio. En definitiva la señora Ministra se dedica a los discursos de barricada antes que a atender sus responsabilidades como secretaria de estado. Eso sí, no deja de cumplir con su objetivo militante. Para el obtuso y obsecuente militante de comité de base la verdad revelada es la que le presentan sus dirigentes políticos. Nunca se lograrán razones objetivas de un calibre suficiente que les permita a estos una reflexión inteligente… Ya se ha escrito in extenso respecto de este lamentable in suceso político, incluso desde estas páginas. Recomendamos el editorial del último número del Correo de los Viernes (2 de mayo).
Resulta oportuno volver sobre el tema desde otra perspectiva, habida cuenta la sensibilidad que existe entre nuestra ciudadanía en torno al accionar de nuestra monopólica petrolera estatal y el precio al consumidor final de los combustibles. En particular para la producción agropecuaria y la competitividad del agro negocio de exportación. Esto ha llevado a que ANCAP sea cuestionada desde alguna gremiales rurales por su condición de empresa estatal monopólica, reclamando la libre importación de combustibles como solución para su abaratamiento. Por cierto que el falso relato construido para el patético lucimiento político de la Ministra de Industrias no hace más que aportar argumentos a quienes, en el otro extremo de la línea, reniegan de ANCAP por su condición de empresa pública monopólica.
En su momento, agosto de 2021, dedicamos este espacio a analizar los distintos componentes que inciden en el precio final del preciado combustible. En el mismo, con información aportada a las gremiales rurales por el entonces presidente de ANCAP Ing. Stipanicic, se explicaba que de los 2.500 millones de dólares que en un año los consumidores uruguayos erogan por los combustibles, los costos de ANCAP empresa pesaban no más del 12%. En ese presupuesto de 300 millones de dólares de la petrolera, el costo de los funcionarios no sobrepasa el 40%. Cifras razonables, no desproporcionadas. Ahora bien, del valor final que pagan productores e industriales, solo el 52% responde a la paridad de importación, considerando todos los costos de entrada a puerto (incluyendo alije). De ahí en más la mayor distorsión en el precio final al consumidor está constituida por sobrecostos de orden “social” que se trasladan al consumidor en el surtidor, además de aquellas pérdidas endémicas, también aceptadas políticamente, como es el caso de la planta de portland. Entre los costos llamados “sociales” es necesario considerar los subsidios tanto al gas licuado como al transporte público de pasajeros entre otros. Estos costos “sociales” deberían ser merecedores de una nota de análisis por separado.
En definitiva, la discusión que se debe dar no es la que plantea esta operadora militante de la izquierda organizada desde el Poder Ejecutivo. Lo que debe preocupar a la ciudadanía es como lograr un combustible con valores competitivos para la agropecuaria y la industria nacional, con la incidencia que esto tiene en la generación de riqueza y empleo para nuestro país. Tampoco lo es la libre importación reclamada por el esnobismo libertario en tanto el valor del combustible estatal esté afectado por los sobre costos ya mencionados, los que implican transferencias del consumidor final hacia otros fines. Librado ANCAP de estos sobrecostos, seguramente sería por dimensión e infraestructura mucho más eficiente para la libre competencia dejando fuera de mercado a cualquier operador golondrina.
Es de esperarse que se comprenda el sentido de estas reflexiones. El costo de los combustibles no responde a ineficiencias de ANCAP sino por decisiones políticas explícitas que lo encarecen. ANCAP es una empresa que seguramente puede ser muy competitiva si se la libera de estos sobre costos decididos políticamente. Mientras tanto poco podemos esperar de los operadores de la izquierda organizada en su obsesión populista electorera. Más vale que dejen de tirar piedras arriba del tejado y se dediquen a gobernar para bien de la República y sus distintos sectores productivos. Piedras que les caen en sus propias cabezas, basta solo recordar el “agujero” por mala gestión y despilfarro en la monumental crisis financiera de una petrolera estatal y monopólica a la que fue llevada ANCAP durante la presidencia de José Mujica. Fueron 872 millones de dólares (622 votados en el Parlamento aportados por Rentas Generales, más 250 por endeudamiento con la Corporación Andina de Fomento), sin considerar otros 100 millones de dólares por ajustes en los precios de los combustibles que no reflejaron la baja que tuvo en su momento el valor del petróleo importado. Por entonces el senador Larrañaga acusaba al gobierno del conglomerado de izquierda de administrar ANCAP como “un boliche de campaña”, mientras que el senador Bordaberry lamentaba que la capitalización de mayor magnitud de una empresa pública en la historia de nuestro país iba a costar unos $ 30.000 a cada familia uruguaya. Datos seguramente desconocidos para la militante Ministra de Industrias…
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Una oportunidad divina: segundo acto
Por Jonás Bergstein
Los memoriosos recordarán la expresión: fue empleada por Luis Lacalle Pou, entonces Presidente electo, cuando en los primeros días de enero 2020, en Punta del Este, anunció que al país se abría una coyuntura especialmente favorable para atraer inmigrantes, y, con ellos, inversiones: una oportunidad divina. Aunque el hoy Presidente saliente no lo dijo expresamente, se refería a la incertidumbre -política, social y económica- por la que atravesaban algunos países de la región.
Guiado por ese espíritu, durante los años 2020 y 2021 el Poder Ejecutivo (y también el Parlamento) sancionó un conjunto de normas que significaron un estímulo decisivo para la radicación (fiscal y física) de extranjeros en el país, continuando la línea iniciada por la administración de José Mujica primero y continuada luego por Tabaré Vázquez en su segundo mandato. La administración del último quinquenio remató esa tendencia: agregó el criterio mixto para la caracterización de la residencia fiscal -60 días de presencia física + 1 inversión inmobiliaria-, y al mismo tiempo extendió a 11 años el denominado tax holiday sobre la rentas financieras del exterior.
Los resultados están a la vista: el mercado inmobiliario se dinamizó, y, sobre todo, vino al país un contingente de inmigrantes que, sin representar mayores cargas para las arcas del Estado, trajo al país su poder adquisitivo, formación y cultura empresarial. Quien esto escribe, cree que los efectos favorables de ese flujo inmigratorio aún no fueron debidamente aquilatados en su justa y verdadera dimensión.
Hoy, transcurridos más de cinco años desde aquel lejano 2020, volvemos a vivir una constelación de factores algo similar, que vuelve a militar en el mismo sentido. Nos explicamos. Si 20 o 30 años atrás alguien nos hubiera dicho que ciudadanos norteamericanos e ingleses pensaban dejar sus países de origen para emigrar a Uruguay en búsqueda de un entorno social (cultural y político) más benigno, nadie se lo hubiera tomado en serio. Hoy en cambio, es una realidad: son cada vez más los estadounidenses que creen que en Estados Unidos las condiciones de vida han cambiado radicalmente (y para peor). Y son también cada vez más los europeos que entienden que Europa está agotada y que su pusilánime defensa de su propia identidad la ha sepultado en una crisis sin precedentes; Europa ha perdido su identidad, al decir de Pilar Rahola. De hecho ya son unos cuantos los pensadores que hablan de la muerte de Europa.
¿Qué les ofrecemos nosotros? Si se nos permite la licencia, el más preciado de todos los tesoros y recursos naturales: paz (Esto me recuerda cuando el mundo celebra que nuestros presidentes son honestos, como si acaso ése no fuera un pre-requisito mínimo imprescindible para acceder a la Presidencia de la República o a cualquier otra función).
Este año hemos cumplido 40 años de democracia ininterrumpida. Los índices de medición internacional invariablemente coinciden en rankear a Uruguay entre los primeros países en lo que hace a su calidad democrática, separación de poderes, libertad de prensa, independencia judicial y afines. De hecho, hace ya muchos años que nuestros Jefes de Estado han sido especialmente exitosos en la tarea de presentar al mundo esa visión de Uruguay como país modelo en términos de estabilidad, institucionalidad, neutralidad y tranquilidad, cualesquiera sean las reservas que quienes aquí vivimos podamos tener.
Esas cualidades que para nosotros hoy pueden parecer casi elementales o que damos por sentado, hoy en Occidente han pasado a ser una rara avis. Porque los efectos corrosivos de la invasión islamista en Europa, la guerra de Ucrania, los últimos resultados electorales en Alemania, las recurrentes crisis de los gabinetes formados en Inglaterra, y unas Naciones Unidas cada vez más alejadas del ideal democrático que las inspiró, nos hablan de un Occidente sentado encima de un volcán en ebullición permanente, y sobre todo, en franca decadencia. Al decir del recordado Guillermo Sicardi, un Occidente acobardado.
¿Qué debemos hacer? Absolutamente nada y absolutamente todo. Nada, pues nada debemos innovar en lo que a esos temas de fondo se refiere: nuestra misión no es otra que preservar esas conquistas de la cultura y de la democracia patria. Y todo, porque si bien a primera vista la faena pudiera parecer por demás sencilla -¿acaso no nos definimos todos como demócratas?-, a la postre esa preservación democrática es la meta más difícil de todas, un desafío permanente, de ayer, de hoy y de siempre, para todos y cada uno de nosotros. Porque la democracia es un hacer continuo: no se cuida sola (más bien todo lo contrario), y toca a todos los ciudadanos, sin excepción, la responsabilidad de custodiarla para pasarla a las nuevas generaciones.
Marchas como la del 8M y su monstruo diabólico, la incitación permanente a la militancia (en lo personal prefiero hablar de beligerancia), la confrontación como método, los abucheos al Presidente saliente tras entregar la banda presidencial a su sucesor (lo mismo había sucedido ya 20 atrás, cuando Jorge Batlle finalizó su mandato; hasta hoy no me perdonó haber asistido inmóvil a aquel triste espectáculo) son todos ejemplos de lo que no debemos hacer. Y si alguna duda aún pudiera caber, dirijamos la mirada hacia el Norte y veamos que está pasando en Europa: en qué se ha convertido la Europa que tanto estudiamos y que hoy se nos hace, tristemente, tan insoportablemente lejana.
La opción es de cada uno de nosotros.
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La dignidad del Gavilán
Por Susana Toricez
Quien recorra Montevideo coincidirá conmigo en que es asombrosa la cantidad de edificios en construcción que hay.
Principalmente entre las zonas del Centro y Parque Rodó.
Desde hace algún tiempo también es frecuente ver gran diversidad de aves que pueblan los espacios verdes, como la Plaza Matriz, la Plaza Independencia, la Plazuela Varela o la misma Plaza de Cagancha.
Por otra parte, es triste comprobar cómo se han alejado otras especies.
¿Quién no recuerda las gaviotas revoloteando por las playas montevideanas? ¿Verdad que casi no se ven?
La Humanidad toda avanza sí, pero inevitablemente entra en conflicto con la Naturaleza, y como consecuencia la va desplazando con hostilidad, dejando de maravillarse con ella.
Es sorprendente ver, por ejemplo, decenas de cotorritas que, si bien es un ave nativa, no solían alejarse de los montes.
También las palomas parecen disfrutar de otros aires y se han acercado muchísimo a la costa.
Pero más curioso aún resulta ver un ave rapaz que no parece asociarse con zonas urbanas o densamente pobladas.
Es el caso del gavilán mixto que oficia de controlador natural de las especies mencionadas anteriormente.
Suelo verlos con bastante frecuencia.
Como no me resultaba grato verlos levantar en el aire a una paloma y alejarse a toda velocidad con ella sujeta entre sus garras, traté de entender ese ciclo vital de sobrevivencia que implicaba el poder del más fuerte sobre el más débil.
Fue así como comprendí la lucha a la que los humanos los sometemos.
Ese hecho lo he entendido de tal manera que increíblemente hoy, debo reivindicar a ese pobre gavilán.
¿Cómo sucedió tal cosa?
Vi pasar velozmente a un gavilán con una rama de gran porte en sus patas.
Lo seguí con la mirada hasta que lo vi detenerse al tope de la grúa de un edificio en construcción, a unos 10 pisos de altura.
¡Allí ese pobre ser viviente está construyendo su nido!
¡Qué pena me dio! ¡Qué culpable me sentí!
El gavilán buscó infructuosamente un lugar natural bien alto para construir su nido, un cerro o un árbol, pero no lo encontró.
Tuvo que conformarse con esa fría torre de hierro para proteger sus crías.
Lo que narré anteriormente es la muestra clara de la manera en que destruimos o invadimos el espacio de otras especies.
Recuerdo que, paseando por algunos de los tantos bosques que hay entre Nueva York y Nueva Jersey, la cartelería indicaba cada pocos metros algo así: 'Usted está en territorio de ciervos. Ellos están en su hábitat. Circule lentamente. No es su espacio. Es el de ellos'.
Realmente hoy tomé clara dimensión de cómo nos comportamos los seres humanos.
Hoy ese pobre gavilán mixto, ese digno ave rapaz no sólo sacudió mi conciencia, sino que también me desplumó el corazón.
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La guerra contra el olvido: escrituras y resistencia en Venezuela
Gritándonos entre las ruinas de nuestra democracia y el petroestado que la financió, nos peleamos por tener la razón invocando recuerdos falsos, embustes prefabricados, elegías por edades de oro que nunca ocurrieron, dice el escritor y periodista venezolano Rafael Osío Cabrices para Letras Libres. Transcribimos aquí sus reflexiones.
Un lamento que atraviesa la cultura venezolana es el del “país sin memoria” que se precipita a los mismos abismos una y otra vez, víctima voluntaria de un presentismo crónico. Pocas veces como ahora ha sido más difícil negar que ese viejo tópico lleva razón. Antes de que las redes sociales desmenuzaran lo que nos quedaba de ágora, en Venezuela ya despreciábamos el arbitraje o los consensos que ofrecían los medios de referencia, la academia y los partidos. Resultado: nos cuesta mucho entender lo que nos ha ocurrido –lo que nos han hecho, lo que nos hemos hecho, lo que hoy nos pasa– y nos resulta imposible ponernos de acuerdo. Gritándonos entre las ruinas de nuestra democracia y el petroestado que la financió, nos peleamos por tener la razón invocando recuerdos falsos, embustes prefabricados, elegías por edades de oro que nunca ocurrieron, afrentas por agravios que nunca se infringieron.
Esta disputa sobre quién tuvo la culpa del desastre, esta amarga crisis familiar sin resolución, tiene lugar en medio de una pérdida masiva de memoria colectiva. Una extinción deliberada de las huellas de lo que Venezuela fue, o de lo que intentó ser, a manos de un régimen político que durante un cuarto de siglo no se conformó con apoderarse del presente ni con quebrarle las piernas al futuro: también tenía que reescribir el pasado para justificar su existencia y para convencernos a todos de que llegó para no irse jamás.
Seis años antes de que Oxford Dictionaries designara la posverdad como la palabra de 2016, Hugo Chávez hizo exhumar en vivo los restos de Simón Bolívar para insistir en que, al contrario de lo que dijo la historiografía por casi dos siglos, el prócer no murió de tuberculosis sino envenenado por la oligarquía. Y desde 2013 Nicolás Maduro atribuye a una guerra económica del imperialismo la destrucción de las industrias y la infraestructura que los ciudadanos han visto ser desvalijadas o incendiadas con sus propios ojos.
Como en el determinismo marxista o los delirios milenaristas de los nazis, la propaganda chavista ata todo en una lucha del bien (ellos) contra el mal (todos los demás) que empezó cuando la Arcadia indígena fue violada por los conquistadores. Quien cuestione los mitos oficiales es un traidor a la patria y un terrorista, y la dictadura dice cosas cada vez más absurdas como un lenguaje del poder: somos tan poderosos que podemos dictar leyes a partir de premisas que no se creería un niño de ocho años.
Es más que simple antiintelectualismo populista: en Venezuela la verdad carece de significado, el conocimiento es objeto de sospecha, y la transparencia pública está prohibida en la práctica. Apenas podemos recordar nuestra historia reciente, porque apenas podemos percibirla. Saber algo con certeza en Venezuela es casi imposible por la falta de datos. El Estado omite estadísticas o miente. El acoso a universidades, ONG y think tanks ha demolido su capacidad de investigación. El ecosistema de medios, editoriales y librerías fue devastado por el cambio tecnológico, la censura y la caída del consumo, y con él, sus fondos editoriales y sus archivos. Se han quemado, desvalijado e inundado bibliotecas públicas, mientras la emigración y la muerte dejan huérfanas a las privadas.
Sin embargo, bajo esa oscura ecuación de ruido y silencio, se escribe para resucitar esa memoria que se desmaya de inanición, como alguien que, ante los síntomas de una demencia irreversible, anota todo para no olvidar.
En el corpus que explica la mutación de Venezuela de promesa suramericana a fracaso de fama mundial, lo que más abunda no son los típicos libros de exministros y expresidentes que nos quieren convencer de que todo salió mal porque no les hicimos caso; los políticos venezolanos, salvo pocas excepciones, nunca han creído mucho en el libro. Ese trabajo se ha hecho, sobre todo, en la academia y la calle, dentro y fuera del territorio. Hay decenas de volúmenes colectivos, financiados por organizaciones y universidades, que cuentan cómo se deshicieron las instituciones, el empleo o la seguridad, y cómo rehacer la república. Contienen todos los datos que ha sido posible recoger, y serán semillas para la reconstrucción en la medida en que subsistan en librerías y bibliotecas. Pero además, hay una frondosa literatura sobre esas dimensiones del cambio que no se pueden medir.
Tres libros, entre cientos que se han publicado con diversa fortuna, ilustran la complejidad del esfuerzo intelectual y emocional por registrar, ordenar y preservar esa memoria común amenazada.
En Diario en ruinas, 1998-2017, Ana Teresa Torres revisa los presagios que resultaron ciertos y las conductas de quienes se negaron a ver o a resistir la destrucción, en una bitácora que vibra con una amarga pregunta de la que algunos no nos podemos desprender: ¿se pudo haber evitado? Ese título de esta narradora y ensayista de primer nivel es un gesto de responsabilidad de la intelectual que, como hicieron varios académicos, siente que no puede quedarse callada.
Otra forma de observación directa del presente, con ambición narrativa y apego a los hechos, animó el estallido de un género que nunca había sido tan productivo en Venezuela: la crónica. En El Tren de Aragua: la banda que revolucionó el crimen en América Latina, Ronna Rísquez no solo reúne todo lo que se sabe, y lo que ella misma averiguó metiéndose en la boca del lobo, sobre la organización criminal que creció bajo la protección del Estado y terminó extendiéndose por el hemisferio, detrás de las columnas de migrantes, sino que dejó un libro que sirve tanto para desmentir el discurso chavista que niega su complicidad en la perversión de la institucionalidad en Venezuela, como el discurso trumpista que instrumenta su populismo xenofóbico al convertir a todo venezolano en sospechoso.
Crece también la crónica que rememora el crepúsculo democrático y documenta el exilio, y la novelas de migración, nueva en la literatura de lo que era un país de acogida. En la celebrada Atrás queda la tierra, Arianna de Sousa García echa mano de todos los aportes de esta bibliografía: incorpora datos, noticias reales, pensamiento y narrativa para transmitir, al hijo que crece en otro lado, la memoria del país del que proviene.
Pese a todo, se sigue escribiendo y publicando más. En las librerías, editoriales, medios y universidades aún activas en Venezuela hay gente transmitiendo lo que ha vivido y haciendo preguntas sobre el futuro. En las todavía débiles redes de la emigración, se trata de difundir en línea lo que ya no sale de las imprentas.
Siempre tendremos tachones, lagunas, leyendas. Nuestro pasado fue mutilado por el autoritarismo, la transición cultural y la mera negligencia. Algo, sin embargo, podremos recomponer. La amnesia no es, no será, total.
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La “teología del pueblo” del papa Francisco
Bergoglio no siguió ni una ortodoxia de corte espiritualista ni la teología de la liberación, sino una corriente de origen argentino que tuvo siempre un sentido pastoral, no político, argumenta el reconocido periodista argentino Carlos Pagni en una nota para El País de Madrid que reproducimos a continuación.
La pregunta dominante hoy, dentro y fuera de la Iglesia Católica, es cuál ha sido el papel de Jorge Bergoglio, el papa Francisco, en la historia de esa comunidad. Acaso sea demasiado temprano para contestarla. Pero se puede asegurar que a la jerarquía eclesiástica le costará volver atrás, si es que lo pretende, en dos mutaciones que impulsó el pontífice fallecido. Son el permiso de comulgar para los divorciados y el establecimiento de la bendición religiosa para las parejas del mismo género. Se puede pensar que son reformas muy prudentes. Pero, si se tiene en cuenta el peso que en la Iglesia tiene la tradición, pueden ser vistas como grandes pasos hacia una modernización. Si se tiene en cuenta el revuelo que desataron dentro de un sector del clero, estas dos alteraciones pasan a ser vistas como revolucionarias.
Mucho más trabajoso fue para Bergoglio rediseñar el gobierno de la Iglesia. Es verdad que impuso un estilo más sencillo en la vida de la más alta jerarquía. También saneó y volvió más transparentes las finanzas. Para 12 años de gobierno pueden ser conquistas grandiosas. Pero, cuando se tiene en cuenta cuál era el modelo al que aspiraba, acuñado en una conducción más horizontal, la llamada “sinodalidad”, se calibra bien cuánto camino le quedó por recorrer.
Hay otra dimensión por la que Francisco merece quedar en la historia. La exaltación de valores que, mientras avanzaba su papado, se fueron poniendo más y más en tela de juicio. Solidaridad, inclusión, misericordia. Esas eran para él las premisas de la vida social. La insistencia en su defensa hizo que se lo viera como un líder político. Alguien que promovía, a destiempo, la vigencia del Estado de Bienestar. Esa imagen distorsiona su verdadera personalidad. Bergoglio era alguien politizado. Pero la organización a la que prestaba atención, cuya expansión soñaba, era la Iglesia. Su doctrina era el credo del cristianismo. Cualquier relación con las fuerzas profanas, empezando por el peronismo de su país, era instrumental. Aun cuando su proximidad con esa fuerza era evidente, como demuestra su apuesta hacia uno de sus dirigentes, el combativo Juan Grabois.
El Papa fue, parece una ironía, un líder religioso, que entendía estar inculcando las enseñanzas del Evangelio. Recorrió un camino que no fue demasiado popular. No era el de la ortodoxia de corte espiritualista. Tampoco el de la teología de la liberación, que quiso leer la doctrina de la Iglesia en clave marxista. Con Bergoglio llegó al timón del catolicismo la teología del pueblo, nacida en Argentina tras el Concilio Vaticano II y que tuvo siempre un sentido pastoral, no político.
Este punto de vista otorgó a Francisco un lugar relevante en la historia de la vida pública de su país. Fue, desde su condición de arzobispo de Buenos Aires, quien más temprano detectó que la argentina era una sociedad sometida a una triste declinación. Vio antes que otros que la pobreza, con sus lacras de informalidad y marginación, se estaba convirtiendo en un fenómeno central de la vida colectiva. Sobre todo en los extensos suburbios de la ciudad de Buenos Aires, lo que en Argentina se conoce como conurbano, que fue, en sus aspectos más dolorosos, un “descubrimiento” de Bergoglio.
Francisco llegó al gobierno de la Iglesia universal en 2013. Desde entonces emprendió una lenta colonización del comando institucional. Estaba dotado para eso. Como le confesó un cardenal español a un amigo que, en aquel año, le preguntó qué clima había en el Vaticano con el nuevo Papa, “no se sabe bien quién es, no se sabe bien qué piensa, pero lo que está clarísimo es que manda”. Aun así, esa conquista fue incompleta. De todos modos, el 70% de los cardenales que elegirán al sucesor fueron creados por él. Es la razón por la cual se especula con que el nuevo pontífice será alguien más moderado que el que se fue, pero que seguirá sus pasos en los asuntos esenciales: la flexibilización de las pautas morales más conservadoras y la defensa de una sociedad más generosa en su igualitarismo. Sería la continuidad de un estilo. El que llevó a Bergoglio a elegir el nombre de Francisco.
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La marca indeleble del infantilismo político
Sin libertad de prensa, adiós orden espontáneo, adiós ciudadanía libre y responsable, asegura el historiador Zanatta en una interesante nota para Clarín que deseamos compartir.
Qué raros los franceses, escribían a su Dux los embajadores de la República de Venecia en París en el siglo XV: ¡el Rey se hace el niño caprichoso y ellos lo celebran felices! Sus despachos destilaban sarcasmo y desconcierto, asombro y miedo. Sospecho que ocurra hoy lo mismo en Buenos Aires.
El infantilismo del Presidente invíta a la ironía, su megalomanía al escepticismo, su violencia verbal a la desconfianza. Me imagino que de las embajadas saldrán informes horrorizados pero divertidos, intrigados pero desconfiados.
¿Quién es el Presidente? ¿Un rey estrafalario o un niño sin crecer? Las maratónicas entrevistas con reporteros supinos suenan a reuniones entre machirulos adolescentes, recién salidos del colegio. ¿Y los viajes al otro lado del mundo para recibir la Copa del Abuelo y la Medalla de la Suegra?
Las monedas virtuales y las monedas reales, la volatilidad de los principios y la incoherencia de los valores, la hermana omnipresente y la Constitución medio ausente. Para no hablar de la ansiedad de ser el primero, del estrés por el rendimiento, del priapismo léxical. Y finalmente, los insultos, los agravios más torpes y soeces, los ojos salvajes, los músculos a un paso de la explosión, los nervios de la convulsión.
Infantil y grosero, monocorde y obsesivo, Milei rezuma sufrimiento. Sólo un abismo de fragilidad puede explicar su narcisismo voraz, su exageración crónica, su sobreexcitación cómica. Sólo un dolor inconsolable puede alimentar su violencia incontenible, su frustración infinita.
¿Qué le han hecho a este hombre? ¿Qué le aprisionó en su infancia? Nunca una pizca de autoironía, un gesto de empatía, el asomo de una duda, la admisión de un error: el rey niño se incomoda rápido, prende fuego en un instante, quiere todos los juegos para él, todos los súbditos a sus pies, todos los caprichos concedidos, todos los críticos castigados. Ni siquiera la dulzura infinita de los perros le apacigua. Necesitaba afecto y obtuvo poder. Pero ningún poder compensa la falta de afecto. Así que lo llena con arrebatos de exaltación, con estallidos de violencia. ¿Será el hombre adecuado en el lugar adecuado en el momento adecuado? Veremos.
Mientras que el rey francés estaba allí porque era el heredero al trono, sin embargo, Milei fue elegido por gran mayoría. ¿No será que muchos se identifiquen con él? ¿Que su frustración sea la misma de tantos? Les gusta, dirán, ¡porque ha reducido la inflación! También, no lo dudo. Pero las explicaciones materiales suelen ser superficiales.
Creo que Milei les gusta precisamente por ser como es: maniqueo, caprichoso, intolerante. Pueril. Porque consume venganzas. Como las consumieron los kirchneristas antes que él, y tantos otros antes que ellos. ¿Hay algo más infantil que la venganza política? ¿Más instintivo y primario? Un niño sin crecer rumia en el seno de la sociedad argentina, y a través de Milei da rienda suelta a su profundo malestar.
Tomemos el caso más reciente, la retahíla de insultos groseros a algunos de los mejores periodistas argentinos, casualmente de los más cultos e independientes. ¿No sabe a violento acceso de un infantil complejo de inferioridad?
A falta de argumentos, se fue a las manos, al diálogo prefirió el monólogo, a la «batalla de ideas» la agresión personal: un espectáculo obsceno, una escuela de pedagogía negra prohibida a los menores. Mientras el entrevistador cavaba la tumba de su noble profesión, el Presidente celebraba el funeral de su función.
¿Cuál fue la reacción? Desde la derecha a la izquierda, desde las instituciones a las profesiones, los que le votaron y los que nunca le votarían, era de esperar que una sociedad adulta activara los anticuerpos democráticos: ¡que esto no se hace, que esto no se dice! ¡Y menos si el quien lo hace y lo dice es el Presidente! La democracia tiene límites invisibles pero infranqueables, reglas no escritas pero inviolables, un techo de cristal que todos respetan por su propia conveniencia.
Así no fue, no tanto como debería haber sido. Enfermedad infantil contra la que no hay vacuna, la pertenencia tribal impuso su ley: lo que es vicio en los demás se convierte en virtud en los míos, lo que es violencia en boca del enemigo es sinfonía en boca del amigo.
Según Friedrich Hayek, vale la pena recordarlo, y antes que él para Ludwig von Mises, los tan invocados pero mal digeridos dioses de los «libertarios» argentinos, la libertad de prensa es un elemento esencial de una sociedad abierta, democrática, pluralista. Más aún: es un instrumento clave para el avance del conocimiento, un motor de la competencia entre ideas, un espacio vital para la crítica. Por eso debe ser la voz de la sociedad y no del Estado, de los gobernados y no de los gobernantes. Sin libertad de prensa, adiós orden espontáneo, adiós ciudadanía libre y responsable.
Palabras al viento, para Milei: la prensa privada está bien mientras esté alineada. No teme abusar del poder del Estado para amedrentarla y apretarla. Al periodista independiente opone el ejército amenazante de las redes sociales, al individuo crítico la masa anónima de los leones del teclado.
“Con su pluma envenenan a los argentinos”, espetó enfurecido a los críticos: una frase tomada de la Inquisición, cosa de Goebbels o Zdanov, mil veces pronunciada por los dictadorzuelos latinoamericanos, una de las favoritas de Fidel Castro. Qué pena: tanto estudiar para pisarle las huellas a los caudillos populistas, la marca indeleble del infantilismo político.
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La batalla en Odesa, Ucrania, es por su herencia multicultural
Una campaña para cambiar el nombre de las calles y retirar estatuas asociadas a la Rusia imperial está dividiendo a Odesa, cuya identidad está ligada a su historia. A propósito, compartimos una excelente crónica de Constant Méheut para el Times.
El escritor Isaak Bábel está conmemorado en un acto de pensamiento creativo, con los ojos en el horizonte y la pluma apoyada en una pila de papel, en una estatua de bronce en el centro de Odesa, su ciudad natal en la costa ucraniana del mar Negro.
La estatua podría ser desmantelada en breve. Para las autoridades ucranianas es una amenaza que debe eliminarse en virtud de una ley de descolonización que ordena la retirada de “símbolos de la política imperial rusa” para proteger la cultura ucraniana. La ley alcanzó a la estatua de Bábel, quien sirvió en el Ejército Rojo soviético y desarrolló parte de su carrera literaria en Rusia a principios del siglo pasado.
La retirada prevista ha provocado una fuerte oposición de muchos residentes de Odesa. Argumentan que, en su clásico Cuentos de Odesa y en otros escritos, los escritos de Bábel sobre la herencia judía de la ciudad y su mundo de contrabandistas y artistas de todas las etnias contribuyeron a la fama de Odesa y a mostrar su identidad multicultural.
Por mucho que se opongan a la guerra de Rusia, temen que la ley borre el carácter de Odesa. “No se puede eliminar a Bábel”, dijo Antonina Poletti, de 41 años, redactora de un medio de comunicación local y odesana de sexta generación. “Si lo eliminas, eliminas el alma de la ciudad”.
La ciudad ya está soportando el calvario de la invasión rusa, con drones y misiles que la atacan cada dos noches. Ahora una batalla cultural está dividiendo Odesa, con la estatua de Bábel como punto álgido. La chispa fue la ley de descolonización, que formaba parte de un esfuerzo más amplio en la Ucrania de la guerra por romper los lazos con la herencia rusa y construir una identidad libre de su influencia.
A primera vista, la disputa cultural parece como cualquier otra que divide a ciudades de todo el mundo. Los opositores políticos aprovechan el tema para ganar puntos. Unos profesores universitarios desprecian el trabajo de otros profesores. Los activistas callejeros pintarrajean estatuas. Las élites locales apelan a las organizaciones culturales internacionales.
Pero ambas partes afirman que el resultado de la disputa cultural en Odesa tiene una importancia desmesurada. La ciudad se fundó bajo el imperio ruso y alberga una población mayoritariamente rusoparlante. El debate dará forma a la identidad de posguerra de la nación y a si esta se centra en las raíces ucranianas y se despoja de las influencias rusas, o abraza un patrimonio multicultural más amplio.
“Odesa es una prueba para Ucrania”, dijo Artem Kartashov, abogado de Odesa y partidario de la ley de descolonización. “Es una prueba de cómo combatimos las influencias rusas: cómo las combatimos ahora y cómo pensamos combatirlas en el futuro”.
La ley de descolonización es el paso más reciente en el esfuerzo ucraniano de una década por desprenderse del legado de sus antiguos gobernantes: primero el Imperio ruso y luego la Unión Soviética. Leyes anteriores prohibieron los símbolos soviéticos, derribando estatuas de Lenin en todo el país e hicieron del ucraniano la lengua obligatoria en la mayoría de los aspectos de la vida pública.
Aprobada en la primavera de 2023, la ley de descolonización se centra en los símbolos persistentes de la dominación cultural rusa. En la mayoría de los lugares, el proceso se ha desarrollado sin resistencia: se ha cambiado el nombre de más de 25.000 calles y plazas y se han desmantelado más de mil monumentos.
Un objetivo destacado ha sido el poeta ruso del siglo XIX Alexander Pushkin. Censurado y exiliado bajo el régimen zarista, Stalin lo encumbró más tarde como icono cultural para promover la cultura rusa en la Unión Soviética, con estatuas erigidas por toda Ucrania. El Kremlin ha revivido ese enfoque durante la guerra actual, colocando su imagen en las ruinas de la Mariúpol ocupada.
Pero en Odesa, muchos residentes ven a Pushkin no como un símbolo de la propaganda rusa, sino como el poeta amante de la libertad que pasó un año exiliado en su ciudad, donde empezó a trabajar en su obra maestra Eugenio Oneguin. Un busto suyo, financiado por los lugareños en 1889, todavía se eleva sobre un paseo marítimo.
Iryna Radian, de 57 años, profesora de francés en Odesa, dijo que era partidaria de retirar las estatuas de los militares rusos. “Pero las grandes personas y los escritores, ¿qué tienen que ver con esto?”, preguntó junto al busto de Pushkin. “Creo que necesitamos un enfoque mucho más matizado”.
A su alrededor había monumentos que reflejaban el pasado imperial y soviético de Odesa, incluida la gran escalera Potemkin, 192 escalones de granito y 10 rellanos que descienden hacia el puerto. En su día fueron símbolo de la ambición imperial, pero luego se inmortalizaron como lugar de la revuelta comunista en la película de Sergei Eisenstein El acorazado Potemkin.
“Nos guste o no, gran parte de la historia de nuestra ciudad está ligada a los periodos imperial y soviético”, dijo Ivan Liptuga, jefe del departamento cultural del Ayuntamiento de Odesa. “Es imposible borrar, ignorar o reescribir estos hechos”.
Liptuga dijo que el Ayuntamiento había cumplido su parte en virtud de la ley de descolonización, cambiando el nombre de 230 calles en honor de generales soviéticos y de Catalina la Grande, la emperatriz rusa que fundó Odesa en 1794. Eso representa una décima parte de las calles de Odesa, suficiente, dijo Liptuga con una sonrisa, para que los taxistas se pierdan.
Incluso antes de la ley de descolonización, la ciudad retiró una estatua de Catalina a finales de 2022. Ahora yace horizontalmente en una caja metálica en el patio de un museo.
Pero la administración regional, que responde ante la oficina del presidente, consideró que el esfuerzo era insuficiente: cambió el nombre de 83 calles más y designó una veintena de monumentos para su eliminación, incluidos los que honran a figuras literarias de habla rusa como Bábel y Pushkin.
En una visita reciente a Odesa, en las paredes de los edificios se podían ver los contornos de las placas de la calle Pushkin retiradas. La calle ha recuperado su nombre anterior, Calle Italiana, un guiño a los comerciantes italianos que llegaron a la ciudad en el siglo XIX. Otras calles fueron rebautizadas con el nombre de los soldados ucranianos que murieron durante la invasión rusa.
Liptuga dijo que le parecía “incomprensible” eliminar nombres que “simbolizan el legado literario y cultural de Odesa”.
Pero Kartashov, que coordinó la aplicación de la ley por parte de la administración regional, señaló lo que denominó “el lado oscuro” de Bábel, incluidas las acusaciones de que desempeñó un papel en la policía secreta soviética y sus elogios a la colectivización soviética. “Hizo mucho daño al Estado ucraniano”, dijo Kartashov.
Gregory Freidin, experto en Bábel y profesor de Lenguas y Literaturas Eslavas de la Universidad de Stanford, rebatió diciendo que el escritor había condenado la colectivización y que su participación en la policía secreta soviética sigue sin demostrarse. Las fuerzas de Stalin ejecutaron a Bábel bajo acusaciones falsas en 1940.
Sin embargo, dijo Kartashov, el predominio de figuras como Bábel en Odesa refleja décadas de esfuerzos de Rusia por mantener su influencia cultural sobre Ucrania, ocultando al mismo tiempo la contribución de otros artistas y escritores ucranianos. Señaló, por ejemplo, que no había ninguna estatua en honor a Lesya Ukrainka, una destacada poeta de habla ucraniana que pasó un tiempo en Odesa.
“Rusia siempre lo ha entendido muy bien”, dijo Kartashov. “Marcaron Odesa con estos monumentos para que la gente tuviera la impresión de que la versión rusa de Odesa es la correcta”.
Quienes se oponen a la ley de descolonización han recurrido a la UNESCO, la agencia cultural de Naciones Unidas, argumentando que algunos monumentos cuya eliminación está prevista están bajo su protección. Se espera que la agencia emita sus conclusiones sobre el asunto este verano.
Los partidarios de la descolonización en Odesa la ven como una oportunidad de librar por fin a la ciudad de las influencias rusas. Pero borrar todo rastro de la herencia rusa entraña el riesgo de alienar a los ucranianos que crecieron hablando ruso y están impregnados de su cultura, pero que permanecieron leales a Ucrania cuando las tropas de Moscú invadieron el país, dijo Poletti, rusohablante y editor del Odessa Journal, un diario en lengua inglesa.
“La identidad ucraniana es cívica, no étnica”, dijo Poletti. “Si impones un modelo étnico, crearás un gran conflicto social. Me asusta este futuro”.
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