A 190 años de Ituzaingó: la batalla de las desobediencias
Por EL PRESENTE EN EL PASADO
Por Juan Andrés Fernández
El 20 de febrero de 1827 se enfrentaron las tropas de las Provincias Unidas del Río de la Plata y las del Imperio del Brasil, en el actual estado de Río Grande del Sur. Fue la batalla más importante, en cuanto al número de combatientes, de la Guerra del Brasil. Alrededor de 15.000 hombres se enfrentaron en un campo de casi 25 hectáreas de extensión. Más de 6.000 hombres conformaban el ejército republicano, no menos de 7.000 el ejército imperial.
Siete años antes de Ituzaingó, Artigas, traicionado por Buenos Aires, había sido derrotado por el Reino de Portugal y se había marchado al exilio en Paraguay. Consciente de que la resistencia supondría la aniquilación de sus paisanos y el exilio, la imposibilidad de la independencia oriental, Fructuoso Rivera, el último general en quedarse peleando con Artigas, decide permanecer en el territorio, pactando con el enemigo para, algún día, romper la cadena. Y así fue, pues cinco años más tarde, el aporte decisivo de Rivera haría posible el triunfo de la Cruzada Libertadora de los Treinta y Tres Orientales.
El 25 de agosto de 1825, en el Congreso de Florida, se declara la independencia de la Provincia Oriental del Brasil y su unión a las Provincias Unidas del Río de la Plata. Se da comienzo así al primer conflicto bélico entre las Provincias Unidas y el Imperio del Brasil.
Luego de dos victorias republicanas, el general porteño Carlos María de Alvear, comandante en jefe de del Ejército de las Provincias Unidas, invadió el territorio que hoy es Río Grande del Sur y atrajo al grueso de las fuerzas imperiales, comandadas por el marqués de Barbacena, en el margen del río Santa María. En la madrugada del 20 de febrero, las tropas brasileñas, que venían persiguiendo al ejército republicano con el propósito de interceptarlos en pleno cruce del río, se llevaron una gran sorpresa al constatar que el enemigo tenía todas sus fuerzas reunidas al otro lado del río Santa María.
Ituzaingó fue una batalla peculiar, debido a su magnitud y también debido a la multiplicidad de nacionalidades de los combatientes.
Al mando operativo del ejército imperial estaba el general Gustav Henrich von Braun, oficial de origen prusiano que había revistado toda su carrera en el ejército inglés y que había peleado bajo el mando del Duque de Wellington en la guerra peninsular. El ejército imperial contaba también con muchos oficiales portugueses, veteranos de aquella campaña. La infantería brasileña, por su parte, estaba compuesta por centenares de mercenarios de origen austríaco y prusiano.
Del lado republicano, a su vez, servían algunos oficiales franceses, como el coronel Frederic Brandsen —ascendido póstumamente a coronel tras caer en batalla ese día—, el capitán Eduard Trolé y los tenientes Alejandro Danel y Lucien Brayer. Brandsen y Danel eran veteranos de Waterloo. Esa diversidad, sumada a la enemistad entre los generales republicanos y a las diferencias tácticas y estratégicas militares, produjo múltiples desobediencias del lado republicano en el campo de batalla. Esta característica de Ituzaingó, así como su desenlace, hace a la batalla objeto de controversia entre los historiadores hasta hoy.
A la formación inglesa de las tropas imperiales se oponía la marcada influencia francesa de Alvear, gran admirador de Napoleón. Pero la profusa formación militar de Alvear contrastaba con el estilo de guerra gaucha entre jinete y jinete de Juan Antonio Lavalleja. Es precisamente Lavalleja quien comete la primera desobediencia de muchas que se darían ese día. El caudillo había recibido órdenes de posicionarse a la derecha del centro republicano y atacar el flanco izquierdo brasileño. Pero no obedeció, excusándose en la oscuridad de la noche y el desconocimiento del terreno, y ubicándose en el centro del campo de batalla. Lavalleja negó luego esta desobediencia, pero todos los testimonios de los testigos oculares de Ituzaingó afirman lo contrario. El historiador Vicente López confirma esta versión, basándose en un testimonio según el cual, al recibir la orden de Alvear, Lavalleja “prorrumpió en palabras descompuestas contra el general; vociferando que todas esas estratégicas eran farsas, que para ganar una batalla no se necesitaba sino pararse frente al enemigo ir derecho a él, atropellarlo con denuedo y vencer o morir”. La terquedad de Lavalleja comprometería seriamente el triunfo del ejército republicano.
Después de seis horas de intentar pasar la línea defensiva republicana sin éxito, y siendo bombardeado por la artillería, el ejército imperial se retiró. Pero la victoria republicana no pudo capitalizarse. La falta de suministros y el pésimo estado de la caballería impidieron continuar con la persecución del ejército imperial. Se ha cuestionado a Alvear por esta decisión, pero es necesario comprender las difíciles condiciones en que se peleaba entonces para entender las razones del comandante en jefe al detener la persecución. De haberse concretado ésta, la victoria republicana habría sido definitiva para concluir la guerra. Sin embargo, Ituzaingó finalizó en un empate técnico.
Esta situación permanecería incambiada, hasta que Rivera, quien no había participado de Ituzaingó debido a su enemistad con los mandos porteños, decide emprender la Campaña de las Misiones Orientales en 1828. El triunfo de Don Frutos en esa campaña determinó el fin de la guerra y dio lugar a la Convención Preliminar de Paz entre el Imperio del Brasil y las Provincias Unidas del Río de la Plata el 27 de agosto de 1828. En ella se acordó la independencia de la Provincia Oriental y se formó la Asamblea General Constituyente y Legislativa que redactaría la primer Constitución uruguaya. El 18 de julio de 1830 se juraría la Constitución y luego asumiría como primer presidente constitucional el propio Rivera, finalizando así el largo proceso de independencia nacional.
Es Rivera el caudillo popular que, con su visión estratégica, hace posible la independencia. El mismo Don Frutos, hoy vapuleado injustamente por el revisionismo histórico que falsea los hechos y pretende medir con la vara del presente a un caudillo de su tiempo. El más humano de todos los caudillos, al decir de Rodó. Ataque que solo puede explicarse, como sostuvo el historiador blanco Lincoln Maiztegui, por la ignorancia y la mala fe.
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