Edición Nº 1008 - Viernes 20 de setiembre de 2024

A 20 años del canje de deuda: el día que se salvó Uruguay

Cuando las discusiones se vuelven a veces desmedidamente virulentas, siempre es bueno recordar alguna batalla como la que recordamos ocurrida hace veinte años, asegura uno de sus protagonistas, el Cr. Max Sapolinski, en una interesante columna publicada en El Observador que nos interesa compartir con los lectores de Correo.

Aquel otoñal jueves 15 de mayo de 2003, del cual se cumplen este lunes 20 años, transcurría en medio de una tensa expectativa. A medida que avanzaba la tarde, los distintos integrantes del equipo Económico de la época se iban congregando en el despacho del Ministro de Economía y Finanzas Alejandro Atchugarry a la ansiosa espera de las novedades que llegarían.

Aunque posiblemente la inmensa mayoría de la ciudadanía no lo advirtiera, se estaba jugando en aquellas horas el destino del Uruguay.

Finalmente, promediando la tarde se conoció la noticia. Más del 90% de los tenedores de títulos de deuda uruguaya accedieron voluntariamente a que los mismos sean canjeados por otros de plazos diferentes a los originales. Este porcentaje de aceptación hacía el canje obligatorio de acuerdo con la ley vigente.

Con la concreción del canje voluntario de deuda se redujo significativamente el peso de la deuda externa en la economía del país, con lo que se mejoró la sostenibilidad fiscal reduciendo la carga de los pagos de intereses y amortizaciones de deuda. También aumentó la confianza de los mercados internacionales en la economía uruguaya, logrando de esta forma mayor disponibilidad de financiamiento externo disminuyendo sus costos. Se redujo la incertidumbre y la vulnerabilidad financiera permitiendo mejorar las perspectivas económicas a largo plazo. Fue, en resumen, el punto de inflexión que le permitió a Uruguay recuperarse de la crisis financiera del año anterior e impulsar el crecimiento económico de los años siguientes.

Por primera vez en el año transcurrido, una sensación de satisfacción descendió sobre el Ministerio de Economía dando paso a un austero y republicano festejo con un kilo de masitas compradas de apuro rociadas con gaseosa dietética. Por fin pareció verse un resplandor de sol entre los negros nubarrones de los últimos meses signados por corridas bancarias, desesperación de deudores y ahorristas, dificultades de cumplir con los pagos, un tipo de cambio peligrosamente creciente y reservas que menguaban. Todo ello acompañado por una sensación de incomprensión de alguno de los organismos financieros internacionales.

Y si algo faltaba, algún clamor que convocaba a producir el resistido default en el cumplimiento de las obligaciones contraídas.

La exitosa operación, concitó la atención de toda la grey económica mundial, constituyéndose en objeto de estudio en diversas universidades del mundo, fortaleciendo la imagen de Uruguay.

Han pasado 20 años de los hechos narrados. Con la perspectiva histórica que nos da el tiempo transcurrido es bueno recordar algunas enseñanzas.

En los momentos más aciagos, la conducción económica y política se abrazó a un principio innegociable: el principal activo que tiene Uruguay es la confianza y la credibilidad que su sistema institucional brinda. La fuerza de estos principios es suficiente para vencer en las más duras circunstancias enfrentando a escépticos, organismos internacionales y oportunistas.

Otra enseñanza que la historia nos brinda está basada en la teoría formulada por Max Weber, la ética de la responsabilidad. La misma es una teoría propuesta por Weber en su obra "La política como vocación". Según la misma, la "ética de la responsabilidad" es un enfoque ético que se enfoca en las consecuencias prácticas de las acciones, en lugar de en las intenciones o motivos detrás de ellas.

Weber argumenta que los individuos deben considerar cuidadosamente las consecuencias de sus acciones antes de tomar una decisión. Esto significa que deben ser conscientes de los posibles efectos de sus acciones en los demás y en la sociedad en general y tomar medidas para minimizar cualquier daño potencial. Sostiene también, que las personas en posiciones de poder y autoridad tienen una responsabilidad aún mayor de considerar las consecuencias de sus acciones, ya que sus decisiones pueden afectar a un gran número de personas.

El gobierno y las autoridades que lo integraban en aquellos duros años de principio de siglo tenía sobrada conciencia que las decisiones tomadas redundarían en adversos resultados electorales, pero eran imprescindibles para consolidar la salida que permitiera mantener la soberanía económica de la República y retornarla a una senda de progreso y desarrollo.

La experiencia vivida dejó en claro la importancia de mantener finanzas públicas sanas para evitar crisis financieras y para poder enfrentarlas de manera efectiva si llegaran a ocurrir. Reflejó la necesidad de diversificar las fuentes de financiamiento.

La importancia de una negociación efectiva y de una comunicación clara y transparente con los acreedores internacionales para lograr acuerdos mutuamente beneficios prevaleció sobre actitudes populistas que dados ejemplos cercanos condenaron a países al desorden y la incertidumbre.

De esta forma, se aprendió a mantener una perspectiva de largo plazo y de tomar decisiones que permitan la estabilidad y el crecimiento económico futuro.

Algunos de los protagonistas fundamentales de esta historia ya no se encuentran entre nosotros. Ya hay generaciones de jóvenes para los cuales los hechos narrados son parte de los textos de historia. Sin embargo, cuando las discusiones se vuelven a veces desmedidamente virulentas, siempre es bueno recordar alguna batalla como la que recordamos ocurrida hace veinte años. No se desarrolló en un cinematográfico escenario entre cargas de caballería o disparos de cañones. Pero requirió mucha pasión, convicción, valor, convencimiento y una gran vocación de servicio. Sin ataques ni agravios, pero con un objetivo superior: lo mejor para el Uruguay.




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