Ana aún inspira a Lucía
Por Julio María Sanguinetti
La Senadora Lucía Topolansky es constitucionalmente la 2ª Vicepresidente de la República y a ese título ha ocupado ya la Presidencia misma, por suplencia. Es la esposa, a su vez, de nuestro Presidente, vínculo que sin duda atribuye a sus dichos particular valor, porque más allá de su independencia de criterio no deja de ser un matrimonio involucrado en el mismo proyecto político.
O sea que, como corresponde, nos tomamos en serio, muy en serio, todo lo que dice. Nos rebela esa actitud muy común hoy en día de asumir como broma los comentarios extravagantes o las actitudes políticas inesperadas. Así pasa con el retiro de la política del Dr. Vázquez, que desde el primer día la mayoría de los dirigentes y cronistas afines al gobierno, entre sonrisitas cómplices, lo han evaluado como un mero repliegue estratégico, un acto de habilidad política para pasar el mal rato producido por una declaración que él mismo juzgó un enorme error.
La Senadora, ahora, se descuelga, desde la Argentina, con unas declaraciones realmente impresionantes, reveladoras —una vez más— de que su pensamiento sigue anclado a aquellos tiempos, que creíamos superados, en que ella, su marido y un grupo de jóvenes radicales se lanzaron a derribar las instituciones democráticas del país, para trasladar a nuestro país una revolución cubana profundamente contraria a todas las libertades que nos caracterizan como sociedad.
Para empezar, atropella la Constitución, que declara a todos los funcionarios del Estado como servidores de la Nación y no de ningún partido político, con especial referencia al personal militar, inhibido de toda acción política salvo el voto. Sin disimulo, declara su propósito de que las Fuerzas Armadas sean “fieles al proyecto nuestro”. Se trata de “ponerlos de nuestro lado”, de “hacer un trabajo en esas cabezas, de modo que ellos comprendan que tienen un papel de defensa de la patria y no de ataque al ciudadano”. En apoyo de esta idea, mencionó que ya se estaban cambiando los programas de formación militar, aspirando a que la mitad de los soldados y un tercio de los oficiales se haga frentista…
El burgués gentilhombre de Molière hablaba en prosa y no sabía. La Senadora quizás no asuma que lo dicho solo encaja en el pensamiento fascista o comunista y jamás en la ideología y legalidad democrática de Estados como el nuestro.
En realidad, no deberíamos sorprendernos, a la luz de declaraciones anteriores, pero como ciudadanos que queremos ver siempre el lado bueno para la República, a veces impensadamente le damos el valor de transitoriedad a expresiones que, por su reiteración, configuran un pensamiento definido y un proyecto invariable. Recordemos que en marzo, cuando el famoso debate del “perdón” por el pasado, no tuvo una palabra de arrepentimiento sobre los años de su acción guerrillera contra la democracia. Por el contrario, afirmó que los crímenes militares “no tienen nada ver” con sus hechos. “Una cosa es desplegar el aparato del Estado para aterrorizar a una población y otra son levantamientos, que hubo siempre en el país”. Reitera así la tesis —que ya es oficial en su gente— de que el terrorismo solo fue el del Estado, pero no el que sembraron ellos, secuestrando y matando, y alfombrando el camino de la dictadura al sacar al Ejército de los cuarteles. Nada excusa el golpe de Estado militar pero nada excusa tampoco el preludio de violencia que iniciaron ellos “en el acierto o en el error”, como señala. Comparar su levantamiento , en 1963, en pleno gobierno democrático colegiado, con los enfrentamientos del siglo XIX (hasta 1904) es una atrocidad histórica y una falacia política. Siguen hablando hoy como si nada tuvieran que ver en el proceso de violencia política que se desató en un país de consolidada democracia y del que fueron víctimas todos los uruguayos, todos sin excepción, que perdimos nuestras libertades y penosamente las reconquistamos once años después.
No hace muchos días, la hermana de la Senadora fue categórica también en no arrepentirse de nada y afirmar que en las condiciones de aquel momento haría lo mismo. Ambas, por otra parte, en una película alemana —hace años— dedicada a los Tupamaros (y muy elogiosa para con ellos) explicaban que no mataban “a cualquiera” sino que lo hacían en función de sus antecedentes e informaciones. Esa película sigue circulando profusamente en You Tube y es un documento ilevantable del mesianismo que se instaló en el alma de estos uruguayos que, como dice el Dr. Gatto, quisieron “tomar el cielo por asalto”.
Mención especial merece el retintín de la Senadora contra el “Partido Colorado”, que según ella dio dos golpes de Estado. Confunde personas con Partido. Por supuesto que el Dr. Terra dio un golpe de Estado en 1933 y era colorado; pero nadie enfrentó más ese golpe que la propia colectividad, que en el suicidio de Brum y la muerte de Grauert ostenta los mayores galardones de resistencia. En el golpe de 1973 es verdad que el Presidente había sido electo por el Partido Colorado, aunque anteriormente había sido Senador por el Partido Nacional, tanto como que hubo ciudadanos nacionalistas que también acompañaron el golpe. Fueron los Partidos los que reaccionaron desde el primer día enfrentando a la dictadura. Es más, en febrero de 1973, cuando irrumpe la fuerza militar, es un militar colorado —el Vicealmirante Zorrilla— el que se sublevaba en defensa de las instituciones en el mismo instante en que todo el Frente Amplio como tal, el Partido Comunista oficialmente y la CNT (hoy PIT-CNT) se sumaban al golpe militar, reclamando un gobierno de “militares y civiles honestos”. La solitaria voz del Dr. Carlos Quijano resonó como la única expresión opositora a la insurrección miliar desde los movimientos de izquierda. Hay una diferencia sustancial, entonces, entre ciudadanos que traicionan a sus partidos y colectividades enteras que pierden el rumbo, porque débil era —y es— su convicción democrática.
En los once años de dictadura, ¿quiénes estuvimos aquí enfrentándola? ¿Quiénes publicamos semanarios, organizamos el acto del Obelisco, escribíamos donde podíamos? ¿No fueron los triunviratos colorado y blanco los que organizaron la resistencia al plebiscito de 1980?
Escribimos este artículo con pesar, con todo respeto por la investidura de la Senadora Topolansky, como por la del Presidente Mujica, pero con profunda preocupación cívica por la sobrevivencia de concepciones antidemocráticas que aún se anidan en las alturas. Por eso pueden desconocer dos pronunciamientos de la ciudadanía y anular los efectos de una ley ratificada doblemente por la soberanía popular. Por lo mismo pueden admirar a un gobierno argentino que atropella nuestros derechos y expresar, como lo hizo la Senadora en sus mismas infortunadas declaraciones, “envidia sana” por la agrupación “La Cámpora” del peronismo, expresión emblemática de ese populismo patotero instalado en el sufrido país hermano.
“Ana la guerrillera”, desgraciadamente, sigue inspirando a Lucía la Senadora. Prendamos velas para que el país esta vez no pague sus errores.
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