El fallecimiento de Miguel Angel Semino, nuestro querido Pipo, es, para nuestra República, la pérdida de uno de sus ciudadanos más eminentes.
Jurista de relevancia, fue un militante del constitucionalismo, participando en todos los ámbitos con su opinión y consejo. Profesor en nuestra Facultad, formado en los tiempos del gran Justino, ejerció la docencia con notable independencia de criterio. Así lo hizo, también, a través del libro, con -entre otros- un lúcido trabajo de "Práctica Constitucional", enfocado a esos temas polémicos de la vida diaria de la institucionalidad. Asesor Jurídico del Rectorado de la Universidad de la República por una larga década, fue cesado por la dictadura, ganó el juicio de reparación y nunca le cobró al Estado la indemnización por la injusticia.
En nuestra primera gestión, nos acompañó como Secretario de la Presidencia. Su concurso fue inestimable en aquel gobierno que hizo la transición institucional, restauradora de la democracia. Estuvo cerca de cada decisión y en los más difíciles temas, procuró soluciones y las defendió públicamente con su proverbial inteligencia dialéctica.
Más tarde abrió su etapa diplomática. Primero en Perú, país al que quería mucho y en el que incluso alternó en la Universidad de San Marcos como Profesor Distinguido. Luego en Francia, que era parte sustantiva de su cultura. Educado en el Liceo Francés, cultivó con pasión la historia, el pensamiento filosófico y la literatura de la nación de Voltaire y Balzac. Cuando el Bicentenario de la Revolución Francesa, presidió la Comisión Nacional que organizó su celebración en Uruguay y a lo largo de toda su vida, nada de Francia le era ajeno.
Colorado y batllista ortodoxo, defendió inclaudicablemente nuestro común ideario. Sus primeros pasos fueron en la histórica Lista 14, en tiempos que rivalizaba con nuestra vieja 15, para coincidir en los tiempos de la dictadura y todo lo que vino después.
Garibaldino, masón y de fe protestante, convivían en él esas vertientes de un cristianismo del libre examen y un liberalismo de la fraternidad. Desde esas fuentes, discutía interminablemente, haciendo de la conversación un superior ejercicio de inteligencia. Representante arquetípico de esa generación uruguaya en que se cultivaban los distintos saberes, en clave nacional y universal al mismo tiempo, su pensamiento fluía con la elegancia del estilo. Lo que también cultivó en el periodismo, tanto en el histórico diario "El Día" como en nuestro CORREO, al que honró en nuestros primeros tiempos, cuando había que explicar los derroteros del cambio en paz.
Inteligente, honrado, sereno, su servicio público fue ejemplar. Fiel marido, vivió con Rosario un largo medio siglo de fecunda vida compartida, en que se complementaban armoniosamente. Fraterno, su sentido de la amistad nos permitió convivir nuestros largos años de comunidad de ideales, en un círculo de afectos nacido en los tiempos estudiantiles.
Lo extrañaremos, sin duda. Pero también vivirá en nosotros.
J. M. S.