Edición Nº 1017 - Viernes 22 de noviembre de 2024

Anverso y reverso del estilo Mujica

Por Julio María Sanguinetti

Nuestro presidente uruguayo goza de notoria popularidad internacional. Es explicable. No se parece a ningún otro presidente del mundo occidental. No encaja con ningún colega uruguayo de antes, de ahora ni del futuro, porque a la vista están los candidatos para la próxima elección y todos son buenos señores que se ajustan a los cánones universales. En un mundo en que los jerarcas públicos son frecuentemente cuestionados por sus lujos, vive en su modesta chacra; siendo frecuente que la corrupción asalte al poder político, la pobreza de su vestimenta parece simbolizar lo opuesto; en medio del lenguaje asexuado de lo políticamente correcto, él lanza los más espectaculares epítetos. Si a ello le añadimos el ropaje romántico de un viejo guerrillero ahora domesticado, que predica paz y amor, la imagen se hace restallante. Casi pop.

Más allá de algunas exageraciones, nuestro presidente, dicho con todo el respeto que merece, es un hombre auténtico. Es lo que se ve. Pero resulta que no es un actor mediático, sino el presidente de una república y hay que evaluar su rol institucional, tan distante de su personaje.

Es sano hablar claro. Pero si, referido a una sanción a un futbolista, ello supone espetar en televisión que “los de la FIFA son una manga de viejos h... de p...”, está claro que los valores se alteran. Después de que el presidente lo dice, ¿cualquier estudiante no queda autorizado a decir algo parecido de un profesor que le puso mala nota?

Buena es la sobriedad, tradicional en nuestro país por otra parte. Pero si se cultiva el desaliño y se hace un cambio ministerial con el primer mandatario de chancletas con los dedos a la vista, como lo fotografió la nacion, ¿no estamos despojando a la institucionalidad del imprescindible decoro?

Si decimos que la mejor ley de medios es la “que no existe” y luego proponemos al Parlamento una norma de 183 artículos, aún en trámite y duramente cuestionada, ¿no es jugar con ese valor fundamental que es la libertad de expresión y con la credibilidad institucional?

Lanzada la improvisada legalización de la marihuana, que después de siete meses de vigencia sigue rodeada de un mar de confusiones, afirmó que si el 60% de la población no estaba a favor, “se iba a baraja”. Da la casualidad que desde las primeras encuestas hasta las más recientes, el 60% de la población está en contra, no obstante la prédica oficialista a favor de la ley y que prácticamente no se ha hecho una campaña en contra. ¿Cómo tomamos en serio el planteo cuando supone tamaña contradicción?

Al retorno de una lamentable reunión cumbre del Mercosur, cuando se sancionó a Paraguay por una remoción presidencial cumplida dentro de los términos constitucionales, acuñó una célebre frase: "Lo político predominó sobre lo jurídico". Fue sincero, sin duda. Pero enterró todos los tratados que nos ligan y el principio de la legalidad.

Con sinceridad evoca ciertos hechos de su pasado. “Permanecí muchos años en prisión no porque soy un héroe, sino porque me agarraron.” Pero nunca expresó arrepentimiento y en Cuba lo explicó con aire de travesura: “Con los sueños de aquellos cubanos, oleadas de juventud, nos movimos por toda nuestra América. Hoy somos viejos, arrugados, canosos, llenos de reumatismo, de nostalgia y recuerdo. Y nos reímos de nosotros mismos, de las chambonadas que hemos cometido, pero chambonadas sin precio, por una causa, por el sueño de una humanidad con igualdad básica, con garantías básicas”. Estas “niñerías” acometieron contra una histórica democracia uruguaya, costaron un centenar de vidas, de uno y otro lado, y terminaron sacando de los cuarteles a las FF.AA., con el resultado conocido.

De a ratos habla con crudeza de nuestro país: “No somos muy trabajadores, somos más o menos. No nos matamos mucho. Pero no somos corruptos, ni andamos coimeando al empresario que viene. Somos un país decente; no nuestra administración, nuestro país”. A veces caen bien estas frases, pero no dejan de ser una caricatura para los miles de uruguayos que trabajan de sol a sol.

Uno de sus más persistentes focos de enojo son los profesionales y la clase media. Allí no se salva nadie: “Nada puede igualar en nocividad a los pequeños burgueses acomodados profesionalmente, en el oficio de criticar todo lo que se hace y por las dudas lo que no se hace”. “En términos genéricos, son burócratas del Estado o de la docencia, a veces recalan en el periodismo, fecundos en notas contra Juan, contra Pedro, y suelen blandir el concepto de solidaridad y de igualdad. Sin embargo, del punto de vista práctico, del punto de vista real, de las actitudes concretas, de la forma de vivir, de la forma de compartir, jamás se los va a ver ayudando a levantar una pared, jamás se los va a ver comiendo un guiso con la gente necesitada”. Según su mirada, vacacionan en Punta del Diablo, en Florianópolis y hasta en Miami, “impulsan notables programas de boquilla en las tertulias de la costa, ni se les pasa por la cabeza comprar medio kilo de chorizos para compartir con los que necesitan. No están para la limosna, jamás, en realidad en el fondo no están para nada”.

En Punta del Este, con el empresariado argentino y brasileño por público, afirmó: “Jugala acá que no te van a expropiar ni te van a doblar el lomo de impuestos”; “no habrá más ingresos al Estado (...) el concurso masivamente en este país se ha transformado en un instrumento de acomodo”. Después de eso se instalaron impuestos al patrimonio rural, a la renta personal y se aumentaron 56.000 funcionarios, en un país donde el total es de 260.000.

Podríamos seguir y llenar un libro de estas contradictorias ocurrencias. No hace falta para entender lo que queremos trasmitir. Entendemos que el “estilo Mujica” despierte sonrisas y simpatías, que incluso muchas veces compartimos también nosotros, pero es preciso advertir cuánto va dejando en el camino: un lenguaje público degradado, unas instituciones rebajadas, la entronización de paradigmas de mediocridad como símbolos éticos, el desprecio a la profesionalización, la falsa idea de que el desaliño es honradez y el Estado de Derecho apenas una anécdota...

Anverso y reverso de una compleja medalla.



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