"Ayudar al estudiante sin matar al autor"
Por Julio María Sanguinetti
El expresidente Julio María Sanguinetti esta semana coordinó en el Congreso de la Lengua de la Real Academia, en Panamá, una mesa redonda sobre derechos de autor, tema al que se dedicó durante años, cuando presidía el Centro Regional del Fomento del Libro en América Latina. Reportaje publicado en el diario El País de Montevideo, 26 de octubre de 2013
Sanguinetti. "Lo que importa es el libro, no su soporte. Hay que ofrecer mejor lectura digital".
En su opinión, el debate que se instaló en Uruguay a partir de los procesamientos por fotocopiado de libro es "demasiado primitivo", y dijo que le corresponde al Estado y a la comunidad facilitar los materiales de estudio. "Son las instituciones las que tienen que resolver la situación de quienes no pueden acceder al libro", dijo Sanguinetti a El País.
— ¿Cómo observa el debate que se abrió a partir del procesamiento de 14 propietarios de locales donde se fotocopiaban libros y se los vendían a estudiantes de la Facultad de Derecho?
— El tema de principios es muy claro. Cada autor, sea novelista, director de cine o músico, tiene la propiedad de su obra, resultado de su trabajo. Del mismo modo que un productor de leche tiene derecho a que se remunere lo que él crea con su sacrificio diario. Ahora bien, si los niños necesitados carecen de leche, la solución no es asaltar las lecherías, porque terminaríamos con la producción y la ley, sino que el Estado y la sociedad procuren los medios para que esos niños reciban en las escuelas, o donde fuere, esa leche que necesitan. Lo mismo ocurre con los estudiantes y los libros. La solución no es asaltar a los autores y las editoriales e instalar un negocio de piratería de libros. El debate que se ha desatado aquí es demasiado primitivo, habida cuenta de que felizmente existen leyes y tratados internacionales clarísimos de protección del derecho de los autores.
— ¿Cómo se resuelve el tema, entonces?
— En nuestro país la dimensión social del tema se resolvió históricamente con bibliotecas (donde nos formamos generaciones) y préstamos de libros que devolvíamos a fin de año. Hoy todavía pueden aplicarse métodos de ese tipo, porque un establecimiento que sea realmente una comunidad docente, puede nuclearse en torno a libros. Pero estamos viviendo una revolución equivalente a la imprenta de Gutenberg, y en un mundo digital no pueden ignorarse las nuevas herramientas que incluyen al libro. Si, por ejemplo, el Estado quiere facilitarle gratuitamente a los alumnos de secundaria una obra, puede comprársela a la editorial en su modalidad digital y ponerla a su disposición en la Ceibalita. O aun armar una biblioteca digital de obras básicas, pero no robándoles a los autores el producto de su trabajo, porque es un atentado a sus derechos individuales y una forma de desmoralizar la producción de libros, como ha pasado ya con la música, en que la industria está derrumbada.
— La cuestión es que los libros son muy caros…
— Hay muchos libros caros, pero en los grandes tirajes se pueden abaratar mucho y en las nuevas herramientas también. Pero vuelvo a decir, resolver el tema social del acceso a los más necesitados de un bien escaso, es un tema del Estado y la comunidad; no puede resolverse negando el derecho de propiedad del autor y del editor. Por otra parte, también hay que deslindar situaciones: una cosa es el estudiante que precisa un libro (que es lo que debe atenderse) y otra una empresa comercial paralela dedicada al usufructo pirata de la publicación. El desafío es proteger al autor en su propiedad y ayudar al estudiante en su necesidad. No olvidemos, incluso, que hoy existen notables bibliotecas digitales, que ofrecen centenares de miles de libros y que muchas de ellas son prolongación de las grandes bibliotecas, o sea que hay modos de acceso modernos y sencillos para la formación educativa. No hay necesidad de comprar el Quijote en papel para que se pueda leer.
— Pedagógicamente, ¿el libro ocupa hoy el mismo lugar que antes?
— Es claro que vivimos un mundo digital, pero un Estado debe resolver si quiere promover el libro o si desea abandonar el valor irreemplazable del diálogo de un estudiante o un ciudadano con un autor, o prescindir de ello y dejarse arrastrar por los caminos de la cultura "en picoteo" en que no se estudia nada en profundidad, se va salteando en Internet de un sitio al otro y se adquiere un conocimiento superficial. Esto empieza con los profesores, que hoy en día con frecuencia no recomiendan la lectura de un libro sino que le proponen a los alumnos la lectura de capítulos sueltos, lo que los pone en el camino de la fotocopia.
— ¿Cómo es el tema en el resto del mundo?
— Es un debate abierto y al rojo vivo. En Estados Unidos o Inglaterra la venta de libros digitales es del 30%. En Alemania y Francia, 3%, porque llevan a cabo políticas protectoras del libro. En cualquier caso, lo que importa es el libro y no su soporte. Como las nuevas generaciones son más digitales, hay que buscar el modo de ofrecerles mejor lectura digital. Pero hablamos de libros, no de un "recorta y pegue" de cosas sueltas. La mejor pedagogía es la que promueve la investigación y no la repetición, la que toma en cuenta, por ejemplo, a un gran autor, se le lee y estudia a fondo; y no dar cuarenta autores pero leyendo fragmentos sueltos. Es difícil erradicar la piratería digital, pero bajar los brazos es retroceder en el desarrollo cultural. Es muy importante decidir cuáles son los valores a proteger, qué fines se le propone a la educación, qué pedagogía va a poner en práctica. El libro es insustituible. Hay que defenderlo, sea en papel o en medios electrónicos; hay que protegerlo adaptándolo a las nuevas tecnologías. Pensemos que no hay civilización sin libro, sea la Biblia o el Talmud, sea La democracia en América de Tocqueville o El Capital de Tocqueville o El Capital de Marx. Siempre hay y habrá un libro. El tema es que lo que fue un día un incunable escrito a mano y, más tarde, un libro industrial, hoy también puede estar en una tableta, con un simple clic.
— ¿Cómo aprecia el planteamiento de los estudiantes sobre el acceso universal al conocimiento?
— Entiendo su sentimiento, pero hay que explicarles que eso no es así. Con ese criterio, podríamos decir que se precisa acceso universal a la medicina y ofrecer gratuitamente la asistencia a todo el mundo, cosa imposible. No se debe actuar por afuera de lógicas leyes de respeto al creador, porque si los jóvenes no se forman en la legalidad estamos perdidos. Son las instituciones las que tienen que resolver la situación de quienes no pueden acceder al libro.
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