Edición Nº 1017 - Viernes 22 de noviembre de 2024

¿Chambonadas o barbaridades?

Por Julio María Sanguinetti

Nuestro Presidente estuvo en Cuba para celebrar los 60 años del asalto al Cuartel de Moncada, simbólico inicio de la revolución. Junto al actual dictador cubano, ungido por herencia del dictador histórico, su hermano, le rodeaban los Presidentes de Venezuela, Bolivia y Nicaragua, con los que sigue compartiendo la nostalgia de la revolución que
—felizmente— no triunfó en América Latina.

“Con los sueños de aquellos cubanos” —dijo el Presidente Mujica— “oleadas de juventud nos movimos por toda nuestra América. Hoy somos viejos, arrugados, canosos, llenos de reumatismo, de nostalgia y recuerdos. Y nos reímos de nosotros mismos, de las chambonadas que hemos cometido, pero chambonadas sin precio, por una causa, por el sueño de una humanidad con igualdad básica, con garantías básicas, con sueños básicos”.

Chambonada, entonces, fue iniciar una revolución violenta en un país pacífico, históricamente democrático, donde hasta el Che Guevara había dicho en la Universidad de la República que no era necesaria una revolución y que cuidáramos de las libertades que disfrutábamos.

Chambonada, por supuesto, fue asaltar la ciudad de Pando y dejar muerto a un sencillo ciudadano que nada tenía que ver, o matar por la espalda a cuatro soldados de guardia en un jeep, o dejar inmovilizada a una modesta limpiadora del Bowling de Carrasco, o asesinar a un científico como el Dr. Morató o un profesor como Acosta y Lara, matar fríamente a un modesto peón rural como Pascasio Báez o secuestrar a Embajadores europeos para chantajear al gobierno o a empresarios tan honorables y austeros como don Ricardo Ferrés para golpear a “la oligarquía” a la que le habían declarado la guerra.

Todo eso fueron “chambonadas”, que dan para reírse; no crímenes a lamentar y arrepentirse. Sacar al Ejército de los cuarteles, después de ocho años de guerrilla, no tuvo nada que ver, aparentemente, con el golpe de Estado que vino después…

Que la revolución cubana arrastró “oleadas de juventud” en los años 60 es un hecho histórico. Y que llevó a muchos de esos jóvenes a la acción violenta ,también. Acción que si en algún caso extremo de dictadura —como en Cuba— tuvo sentido, fue una inexcusable actitud, arrogante y mesiánica, en el pacífico Uruguay de la época. Profundamente antidemocrática, sobre todo. Desgraciadamente, el sueño de esas “oleadas” fue traicionado por una revolución que, lejos de instaurar una sociedad libre , organizó una estructura totalitaria, donde hay un solo partido, un solo diario, una sola radio, una sola televisión, una sola voz —del gobierno— con libertad para opinar.

Aquel idealismo fue equivocado siempre para muchos otros jóvenes de la época, que seguíamos creyendo en la capacidad reformista de la democracia, pero luego de visto el deleznable resultado, ¿puede hoy seguirse hablando de sueños, de utopías, de ideales? No dudamos del espíritu , de la intención, de quienes soñaron con la revolución socialista, pero hoy, después de la experiencia, ante un totalitarismo burocratizado, que luego de 60 años mantiene una dictadura hereditaria, ¿se puede continuar hablando así?

Nuestro Presidente dice que fueron “chambonadas sin precio”. ¿Sin precio? Y los muertos que dejaron, de uno y otro lado, ¿no fueron un precio? Y la desestabilización política que produjeron, ¿no fue un precio y enormemente elevado?

Para él, la revolución cubana ha sido “la revolución de la dignidad, de la autoestima para los latinoamericanos, nos sembró de sueños, nos llenamos de quijotes. Soñamos que en 15 o 20 años era posible crear una sociedad totalmente distinta y chocamos con la historia. Los cambios materiales son más fáciles que los cambios culturales”.

Si la revolución cubana pudo nacer envuelta en esa aureola de dignidad por su enfrentamiento a una dictadura propia y a una contradictoria democracia norteamericana, que había sostenido un régimen contrario a sus principios, no es aceptable conjugar hoy ese verbo romántico bajo el mismo cielo y sobre la misma tierra de los presos políticos y la persecución de los disidentes sumergidos en el silencio. Quienes siguieron aquella revolución, felizmente no triunfaron en el continente, como lo lograron en Cuba, para su desgracia histórica. Por suerte, el cambio “cultural” no llevó a pensar que era mejor ese autoritarismo que la democracia liberal, con todos sus defectos, pero abierta siempre a su corrección, por medio del voto y del libre debate.

El Presidente y sus amigos no se chocaron con la historia. Se estrellaron con la libertad, con la democracia, con dos siglos de filosofía liberal en Occidente y, por fortuna, no pudieron seguir. Hoy, él gobierna un país democrático y lo hace adentro de sus normas. Se lo ha reconocido el país entero. Por lo mismo, no debe sustentar que aquel “sueño” era lo deseable, lo romántico, lo que debió ocurrir… lo que desgraciadamente no se entendió, porque la “igualdad” cubana aquí no la desea nadie. Para aquel sufrido pueblo, es la igualdad en la pobreza, en la precariedad, en el subdesarrollo profundo; es la igualdad en la falta de libertad… Es la igualación hacia abajo la que ha condenado al socialismo a lo largo de la historia y que, de una buena vez, tendrían que reconocer quienes se autoerigen en campeones de una justicia negada en los hechos.

El discurso presidencial sorprende a algunos ciudadanos que lo toman como una suerte de confesión, un poético acto de contricción. Es lo contrario, sin embargo. Procura legitimar su liberticida intento armado y no reconocer las dolorosas secuelas que produjo su descrédito de la democracia.



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