Charruismo estatal
Por Julio María Sanguinetti
La Institución Nacional de Derechos Humanos patrocina un acto, una vez más, sobre el episodio de Salsipuedes, bajo el título de “terminar el culturicidio”. La organización es de la Fundación Vivián Trías pero el ente oficial se suma al patrocinio y uno de sus directores anuncia su participación. O sea que una institución del Estado, oficialmente, se cree con derecho a laudar en un tema histórico tan delicado y controvertible, sumándose a las delirantes organizaciones charruístas, que han inventado una civilización inexistente y, de paso, seguir denostando al caudillo más popular de nuestro proceso de independencia, el que mayor adhesión de criollos e indios alcanzó en su vida, el primer presidente constitucional de la República, el primero también que por decreto estableció que había libertad para cuestionarlo como se quisiera…
¿Cuál es el culturicidio al que hay que terminar? ¿Quién está matando a una cultura? En la convocatoria se habla de recuperar “nuestra memoria histórica y el de nuestra identidad cultural multiétnica”. ¿ Alguien está negando el aporte africano a nuestra identidad, alguien desconoce lo que significaron los guaraníes en nuestro poblamiento o la presencia charrúa, con su leyenda, en la historia?
El país ha incorporado todos esos elementos a su visión del pasado. Los que, en cambio, están organizando un verdadero “culturicidio” son quienes ignoran lo fundamental del proceso de formación de nuestro pueblo y pretenden crear una especie de complejo nacional por la lenta y prolongada desaparición de una etnia que no se adaptó a los tiempos históricos que le tocó vivir.
Para empezar se ignora lo que fue la sacrificada labor de la sociedad hispano-criolla a la que pertenecían gente como Artigas, Rivera, Lavalleja o los Padres Pérez Castellanos y Larrañaga —o sea, la nuestra— para poblar, pacificar y hacer de lo que hoy es nuestro territorio nacional un espacio vivible y sustentable. Fue un trabajo muy duro y sacrificado.
Esa sociedad, ¿intentó acaso el genocidio indígena? Todo lo contrario. Incorporó a la mayoría de los indígenas, que ya habían tenido la influencia importantísima de las misiones jesuíticas y que, acristianada y sedentarizada, se enfrentaba naturalmente a las tribus que seguían nómades. Entre estos últimos estaban los charrúas. Su enfrentamiento mayor —y el más sangriento— fue, justamente, contra los guaraníes, en una guerra que comenzó en 1701 y 1702 y terminó en la llamada Batalla del Yí, en la que el ejército guaranítico destrozó a lo charrúas. Según su versión, murieron 500. En 1732 hubo otro enfrentamiento en Tacuarí, en que el Gobernador Viana comandó la fuerza hispano-criolla, en la que se destacó el padre de Artigas.
¿Cómo puede ignorarse todo ese largo proceso? ¿Cómo puede ignorarse que Rivera fue el caudillo que más incorporó indígenas al ejército nacional y que hizo notorios intentos de integración, incluso como comandante de la campaña en la época cisplatina?
Reconocida nuestra independencia en 1828, ¿quien, sino Lavalleja, da la orden más terminante de “escarmentar” a estos “salvajes” y “perseguir sin descanso sus gavillas”?
En 1832 le tocó a Rivera, como le hubiera tocado a cualquiera, buscar el modo de reducir a los charrúas o perseguirlos. Acosta y Lara, en su célebre trabajo sobre Salsipuedes, comienza diciendo que era inevitable, cualquiera fuera el gobierno, terminar con ese estado de cosas. La toldería era incompatible con una vida y una producción organizadas.
En Salsipuedes no murieron 500, como ocurrió en el Yí a manos de los guaraníes. Murió una veintena de charrúas y el ejército nacional perdió al Teniente Obes. Y a la tribu remanente le alcanzó la fuerza para asesinar cruelmente a Bernabé Rivera. Este héroe de la patria, por su actuación personal, ¿no tenía derechos humanos?
Si el Instituto de Derechos Humanos cree que oficializando la falsificación histórica, difundiendo un reduccionismo social parcializado, ignorando a las mayorías fundadoras de nuestra sociedad, españoles, criollos e indígenas guaraníes, está difundiendo una verdadera cultura en la materia, está profundamente equivocado. Como decía Lincoln Maiztegui, sólo por ignorancia o mala fe se puede seguir hablando del “genocidio charrúa”. En este caso, no se menciona ese concepto tan bastardeado últimamente, sino el de “culturicidio”, o sea, la destrucción de una cultura. Otro disparate, porque nuestra cultura fue un producto sincrético, al que se fueron añadiendo elementos hispánicos, africanos, guaraníes (toda nuestra toponimia), italianos, armenios, valdenses, judíos y suma y sigue. Los charrúas, desgraciadamente, poco o nada aportaron, salvo una leyenda romántica que como tal puede asumirse, pero no más allá.
La Fundación Vivian Trías obviamente tiene el derecho de hacer las manifestaciones que desee. Quien no lo tienen, en cambio, es un instituto oficial, que se embandera a una corriente de movilización tan ridícula como que hace un tiempo unos indios de apartamento fueron a Brasila a participar en una olimpiada de arco y flecha… ¿Por qué no leen a Daniel Vidart, a Padrón Favre, a Diego Bracco, a Rodolfo González Rissoto y a todos aquellos que, en serio, se han dedicado a estas cuestiones?
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