Por Julio María Sanguinetti
Una y otra vez hemos dicho y escrito que, en el mundo globalizado de la sociedad de conocimiento, no había espacio para progresar sin una juventud formada y educada para competir en ese contexto. Pensábamos en una perspectiva de futuro, pero éste —como decía Einstein— llega demasiado rápido y ya estamos enfrentados al tema. Nuestro desarrollo económico hoy empieza a estar lastrado por la falta de capacitación de los postulantes de trabajo y hay numerosas empresas internacionales que han desistido de instalarse en Uruguay por no encontrar, precisamente, el personal formado que procuraban.
Estamos ante un dramático cuello de botella, revelador de una sociedad en que el trabajo ha dejado de ser un valor. El 96% de 366 empresarios consultados en una reciente encuesta [http://www.elobservador.com.uy/noticia/306498/inadecuada-formacion-laboral/] de la Cámara Nacional de Comercio y Servicios señaló que la mayor carencia del personal joven es la falta de responsabilidad, su actitud carente de compromiso ante su labor y su falta de iniciativa. A ello se añadió que el 52% de los empresarios consultados afirmaron que los jóvenes mostraban una preparación insuficiente.
No deberíamos sorprendernos de ese resultado, porque las evaluaciones de rendimiento escolar vienen mostrando, en los últimos años, un creciente deterioro. Quizás por instinto de conservación ubicábamos el problema en un futuro mediato, pero no es así. Desgraciadamente, no es así. Y todo indica que la tendencia es a peor cuando el 56% no logra terminar secundaria y cuando —si buscamos excelencia— solo el 1,3% llega en matemáticas a los niveles mayores (5 y 6) de capacitación, mientras que en Corea, por ejemplo, lo alcanzan el 30,9% de los estudiantes.
El fenómeno lamentable está ocurriendo en toda América Latina y, dentro de ella, el Uruguay —otrora vanguardia— hoy es el único que ha registrado caídas en el rendimiento de los jóvenes de 15 y 16 años que evalúan las pruebas PISA. Los muchachos que provienen de hogares más pobres, además, son los que registran peores resultados, desnudando una realidad de inequidad alarmante.
En la base de la pérdida de ritmo de crecimiento de Brasil está este tema, que solía no mencionarse como prioritario en los análisis económicos. Se lo hemos escuchado a importantes empresarios y hoy se comprueba objetivamente. Los alumnos del nivel económico más alto están por debajo —siempre en las pruebas PISA— del nivel más bajo de los países de OCDE. O sea que el crecimiento del gran país vecino está estrangulado por la carencia de gente formada para desarrollarse en el mundo competitivo actual.
Tan malo como la falta de preparación es la ausencia de compromiso, de ética laboral, de entusiasmo e iniciativa para afrontar la tarea. Nunca un país se desarrolló sin una población entusiasta y convencida de sus posibilidades. Así fue en su tiempo Uruguay y así fue, en el mundo entero, a lo largo de la historia.
La pregunta es, entonces ¿qué está pasando en esa juventud y qué puede hacer la sociedad entera para mejorar su motivación personal y su capacitación? Quizás esto último, con ser difícil, tiene sin embargo respuestas más conocidas. Todas ellas, desgraciadamente, chocan con la incomprensión de gremios docentes fuera de nuestro tiempo histórico, que se resisten a toda evaluación. Estos días, México y Chile han sido escenario de multitudinarias manifestaciones contrarias, justamente, a reformar la educación y, entre cosas, medir sus resultados y evaluar a sus docentes. Incluso el gobierno mexicano ya dio marcha atrás, con lo que sus enseñantes seguirán, como hasta ahora, respondiendo simplemente ante su propia conciencia, sin que nadie pueda medir sus conocimientos y resultados pedagógicos.
El tema motivacional, complejo por definición, parece ser la consecuencia de un conjunto de factores. El debilitamiento familiar, la inevitable competencia en el mercado laboral y una psicología hedonista, volcada simplemente a la satisfacción momentánea, llevan a esa situación. El generalizado consumo de drogas es la respuesta escapista a ese estado de ánimo; se busca la evasión, el paraíso artificial, una situación psicológica de sueño que esté más allá de la realidad. Da la impresión que ni la religión, ni la música, ni el deporte, ni la vocación profesional, resultan suficientes. El mundo de los grandes ideales ha decaído y ni el ejercicio democrático ni las posibilidades de la economía de mercado llenan esos vacíos. A la inversa, parecen generarlos.
La situación da mérito a una revisión en profundidad para la que todos deberíamos convocarnos. No es un tema exclusivo de políticos y docentes. Está en juego la sociedad entera y el desafío pasa por lo ético, el sistema de valores, tanto en el espacio laico, que ha crecido, como en el religioso, que se ha venido transformando por la expansión de nuevas congregaciones de fines a veces confusos.
La economía, el desarrollo, han pasado a depender de variables del orden intelectual y ético. Estamos ante un desafío mayor. Que es mundial, sin duda, pero que en la América Latina —y entre nosotros— se advierte como más urgente y aun mas profundo. Los hechos lo están gritando.