Por Julio María Sanguinetti
Frente a un clima de inestabilidad generalizada en la región, deberíamos valorar el normal funcionamiento democrático uruguayo, donde todos los actores políticos y sociales, así como las instituciones públicas, cumplen sus roles sin sobresaltos.
Colombia está incendiada de protestas violentas contra un gobierno democrático. Su vecina Venezuela, hundida en la incompetencia de una dictadura liberticida, mientras el autoritarismo de Nicaragua se dedica a amañar una elección que es la única posible ventanita hacia la libertad. Su vecino El Salvador acaba de sufrir un ataque sustantivo a la separación de poderes con un gobierno que, arropado en una mayoría parlamentaria circunstancial, destituyó nada menos que a todos los jueces de la Sala Constitucional de la Corte de Justicia y al Fiscal General.
Por su parte, Bolivia manda a prisión a su ex presidenta, de un día para el otro, ni bien la elección dio vuelta el signo político del gobierno. Su hermano Perú navega en la incertidumbre de una extraña elección entre dos candidatos que, en cualquier caso, tendrán que gobernar con una minoría parlamentaria tremenda, dada la mayor dispersión del electorado en toda su historia (sin olvidar que uno de los dos finalistas se declara marxista).
El norteño México, otrora líder intelectual del mundo latinoamericano, zigzaguea en medio de la confusión de un gobierno ensimismado, que hasta desconoció el avance de la desoladora pandemia.
Una de las pocas buenas noticias la ha dado Ecuador, donde Guillermo Lasso aventajó al candidato del populismo y nos permite avizorar, por lo menos, un Estado de Derecho funcionando.
Chile, en cambio, un país mirado hasta hace poco como un ejemplo de desarrollo, vive un extrañísimo clima de angustioso malhumor, que llevó el año pasado a disturbios desestabilizadores. Hoy intenta recuperar su calma política mediante la reforma constitucional, pero lo que preocupa es ese divorcio entre una realidad democrática y un clima de sublevación popular, inexplicable para quien mira desde este lado de la cordillera, después de treinta años de un post-pinochetismo de positivo crecimiento.
Nuestros vecinos no tranquilizan. Argentina adolece de una exótica situación, con una incomunicación tan fuerte entre los actores públicos que la Justicia ha pasado a ser el árbitro de la vida política En Brasil, también la Justicia, luego de proscribir a Lula, adopta abruptamente una decisión liberadora y da vuelta todo el escenario político.
Dentro de ese paisaje, podríamos decir -sin incurrir en la arrogancia- que nuestro país se parece más a una isla que a un miembro de un continente tan afectado por la inestabilidad.
Entre nosotros no hay el menor riesgo de desestabilización institucional y el sistema político vive el debate propio de cualquier democracia. Naturalmente, sumergidos aún en una etapa crítica de la pandemia, se sufren zozobras personales y sociales, pero la vacunación avanza con excelente organización y nos permite mirar el futuro con cierta esperanza.
La coalición de gobierno, con tantas incertidumbres iniciales por lo inédita, ha mostrado fortaleza. La otra coalición, la hoy opositora, luce desconcertada en su rumbo político, pero sus Intendentes, los que están manejando instituciones públicas -más sallá de concordancias o discrepancias-, ejercen la administración con normalidad.
Todo nos convoca, entonces, a cuidar del clima de plenitud democrática que preservamos pese a todos los pesares y a los dolores de la pandemia. El Frente Amplio es lógico que haga propuestas, aunque nosotros discrepemos con ellas de medio a medio. Lo que no encaja con esa vida democrática son las denuncias insensatas de abusos policiales, que no pasan de ser episodios aislados, juzgados conforme a la ley; o esos vagos rumores de presuntas amenazas a la libertad periodística, que en las redes se transforman en noticias y generan luego debates esotéricos. Normalmente el origen son las redes anónimas, irresponsables, que se validan inexplicablemente por los medios de difusión en una metamorfosis de la nada.
Las encuestas de opinión ubican a la Policía como la institución más prestigiosa y el propio gobierno y sus Ministros son evaluados con amplio apoyo. Del mismo modo, los propios Intendentes frentistas recogen una opinión muy favorable. Es lo que debieran mirar algunos legisladores del Frente Amplio que se dedican a cuestionarlo todo y bien podrían advertir que no es por el camino de la denuncia infundada o la adjetivación agraviante como se van a reconciliar con la opinión pública. Sin olvidar al Dr. Miranda, otrora respetado dirigente social, al que por lo menos nos encantaría ver sonreír por lo menos alguna vez.