Cuota y representación
Por Julio María Sanguinetti
Por boca del ex Ministro de Economía Álvaro García, el equipo de campaña del doctor Tabaré Vázquez anunció, como gran novedad, que “en los cargos tienen que estar los mejores. Y como hay gente muy buena en todos lados, existe la posibilidad de que, de alguna manera respetando cierto equilibrio —y no digo cuotificación ni mucho menos, pero sí un equilibrio— se pueda contar con los mejores en cada uno de los lugares. Me parece que la prioridad debe estar en que de todo el elenco, de todos los sectores, no importa de cuál sea, se ponga a los mejores. Y como segunda instancia ver el equilibrio”.
Esta declaración no tiene nada de nuevo ni de particular. Todos los presidentes han tratado de llevar los mejores candidatos posibles a cada cargo, procurando a la vez un cierto equilibrio que asegure las imprescindibles mayorías parlamentarias. Nos llaman la atención los comentarios periodísticos sobre el particular, como si estuviéramos ante una especie de nuevo tiempo.
El gobierno que lo hizo realmente distinto fue el del Dr. Vázquez en su primera presidencia, que directa e inequívocamente procuró asegurar la coherencia de su partido y puso a los líderes de cada sector de la coalición en el gabinete. Notoriamente, algunos de ellos nada tenían que ver con la materia a su cargo, como el Senador Gargano en la Cancillería o el propio Mujica en Ganadería y Agricultura, donde su gestión fue razonable porque no hizo nada y los buenos precios internacionales aseguraron paz en ese sector fundamental de la producción. O sea que, en este caso, no se pensó primero en las aptitudes sino a la inversa. Hoy la cuotificación es aún más grosera, al punto que se dividió el gabinete, Ministros, Subsecretarios, Directores Generales y se ha llegado al extremo de que un Ministro, como el de Salud Pública, cuando se renovó, se ubicó —a propuesta de la agrupación “titular” de la cartera— a una persona que el Presidente ni siquiera conocía.
Mi experiencia personal es haber integrado gabinetes plurales, pero sin cuotificación, si entendemos por cuotificación la distribución de cargos en función de criterios políticos y su adjudicación a propuesta de los sectores beneficiados por esa distribución. En esos casos, el presidente pierde —o debilita al extremo— su capacidad de elección en desmedro de la propuesta que le hace algún sector político del partido de gobierno o de otro partido asociado. Lo importante es que el Presidente pueda elegir, aunque —naturalmente— sin despreciar un criterio genérico de representación. Esto hace parte de la democracia, que por algo es “representativa” y no puede prescindir de lo que el voto ciudadano ha expresado. Es más, en los regímenes parlamentaristas, esto es condición sine qua non, porque los Primeros Ministros son parlamentarios y los gabinetes necesitan de un aval parlamentario expreso. Lo hemos visto con frecuencia en Italia. No hay que confundir , entonces, cuota con representación.
Personalmente, reivindiqué siempre la capacidad de propuesta del Presidente, su iniciativa para elegir la persona en función del cargo, aun cuando genéricamente se cuidara de asegurar una representatividad razonable de todas las fuerzas políticas que integraran el gobierno.
En nuestro primer gobierno, en 1985, a la salida de la dictadura, intentamos hacer un gabinete de coalición nacional, pero ni el Partido Nacional ni el Frente Amplio lo aceptaron. En cualquier caso, designamos un Ministro notorio nacionalista, el Dr. Raúl Ugarte, en Salud Pública, en atención a sus calidades personales, a su vastísima experiencia en la materia, como testimonio de nuestra voluntad de no excluir. Ingresó a título personal, pero sin la oposición de Wilson Ferreira Aldunate, a quien consulté. Algo parecido, aunque no idéntico, fue el caso de Iglesias, en que también procuré el apoyo expreso del Partido Nacional, aunque su participación fue a título personal , por ser un ciudadano independiente. Curiosamente a Iglesias siempre se le etiqueta “blanco”, pero los cargos políticos que ha ocupado han sido siempre en gobiernos colorados, desde la Presidencia del Banco Central hasta el Ministerio de Relaciones Exteriores. Ni hablemos del Dr. Chiarino, a quien le pedí el “sacrificio” de ser Ministro de Defensa, porque allí se requería una autoridad moral más que un técnico en temas estratégicos, que no estaban en la agenda. El resto fueron colorados, sí, pero todos específicamente aptos para sus cargos y no por sus votos. ¿Qué votos tenía Carlos Manini Ríos, periodista, historiador, expertísimo parlamentario, colorado independiente sin grupo político? ¿Qué votos representaba el Ing. Roberto Vázquez Platero, notorio técnico internacional en la materia? ¿Y Adela? ¿Alguien puede dudar que era una Ministro de Educación y Cultura de lujo para cualquier gobierno, diríamos que sin cotejo con ningún otro posible? Todos los otros eran colorados, desde ya, pero notoriamente afines a su materia, como el Dr. Carlos Pirán a la industria, Hugo Fernández Faingold al mundo social y Ricardo Zerbino a la economía. ¿Dónde estuvo la cuota, entonces? Salvo que se piense que no importa en caso alguno la representación parlamentaria y que los gabinetes deben ser exclusivamente técnicos, lo que es un gravísimo error de concepto porque el mejor técnico puede ser un brillante asesor y no necesariamente un buen Ministro, que debe poseer un mínimo de oficio parlamentario y capacidad de comunicación. Nuestro régimen es semiparlamentarista, nos guste o no, y los Ministros están a cada rato en las Cámaras o en sus Comisiones. ¿Puede ser Ministro un economista notable, pero tímido para los debates y dubitativo a la hora de tomar decisiones?
En nuestro segundo gobierno se hizo una coalición. Estrictamente una coalición, pero los Ministros blancos fueron personas elegidas por el Presidente. ¿Alguien duda de la idoneidad del Ministro Chiruchi para temas de vivienda y ordenamiento territorial, habiendo sido un Intendente ejemplar, con el municipio presupuestalmente más equilibrado? ¿O del ingeniero agrónomo Álvaro Ramos, experto internacional en economía agraria, para ocupar una Cancillería que, en ese momento, tenía como punto número uno de la agenda, precisamente, el tema del comercio agrícola? A él le sucedió un colorado, porque el cargo no era una “cuota” nacionalista, pero da la casualidad que es el mayor internacionalista del país, el Dr. Didier Operti. La Dra. Analía Piñeyrua, era —y es— nacionalista, pero también notoria experta en temas de seguridad social. ¿No era lo más adecuado cuando se pensaba proponer una gran reforma y se precisaba un técnico en la materia que, además, pudiera tener éxito en la inevitable batalla parlamentaria que se avecinaba? Y así podríamos seguir, analizando caso a caso cada Ministerio.
Queda claro, entonces, que designar Ministros de los partidos integrantes del gobierno es lo lógico en cualquier lugar del mundo. Y que ellos, naturalmente, deben ser los mejor calificados para la materia, sin que haya una imposición de esos partidos o grupos, que propongan un candidato aunque nos sea el de mayor agrado del Presidente. Lo que nos lleva a otro tema también importante: los gabinetes son un equipo, con un jefe y un elenco que deben ser armónicos, afines, con confianza recíproca. No se concibe otra cosa, salvo en un mundo abstracto.
Cuotificación es lo que ha hecho el Frente Amplio en sus dos gobiernos. Ahora cambiaría de criterio. Bienvenido sea. Pero su cambio será para hacer lo que hicimos otros Presidentes en otros tiempos. No para ser el innovador moderno de algo inédito.
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