Dialogando con Mujica
Por Julio María Sanguinetti
El Presidente de la República y el Director del semanario “Voces”, Alfredo García, tienen una relación especial. El libro con los famosos “coloquios” desataron en su tiempo una tormenta y García reconoce que su relación con el Presidente “siempre se ha caracterizado por el péndulo: amor-odio”. Ahora, con motivo de los 400 números del semanario, aparece un nuevo coloquio, del cual hay solo una primera entrega y del que, a cuenta, se puede ya empezar hablar.
Desde ya que la entrevista, “el coloquio”, tiene la espontaneidad habitual en nuestro Presidente. Habitual en léxico y habitual en sustancia, porque no hay duda de que va diciendo lo que piensa y normalmente no acomoda el cuerpo para quedar bien con “la barra”, como él dice. Es más: quien lo lea y medite concluirá que es una demoledora confesión sobre lo que ha sido la izquierda uruguaya y lo que ha sembrado en el camino para llegar al poder.
Su cuestionamiento al sindicalismo es sustantivo. Con respeto al ferrocarril sostiene que “los dirigentes sindicales de la propia izquierda defienden ese statu quo, con lo cual remachan el poder de la actividad privada” porque el transporte está más que privatizado, con más de treinta mil camiones funcionando. “Están en la chiquita de ellos”, concluye… La cuestión es que cuando intentamos transformarlo, concentrando el ferrocarril en carga y dejando el transporte de pasajeros, no hubo epíteto que no nos estamparan en la frente desde la unanimidad del frentismo. O sea que no es cosa de un sindicalismo envejecido sino de una dirigencia política que se subordina sin análisis a todo lo que diga esa estructura que está en la base de su acción. Hoy el Frente Amplio carece de la capacidad de movilización que un día tuvo y por eso depende más que nunca de la organización gremial. Siempre fue así y ahora es peor, por eso el Presidente no pudo avanzar en el tema.
En otro momento dice que “hay asambleas sindicales que para las dimensiones que tiene un gremio, son joda”. Exceptúa al Sunca, pero deja al barrer muy mal a todo el resto, con una afirmación que sería calificada de “reaccionaria” y “derechista” en la boca de cualquiera que no fuera un dirigente del Frente Amplio.
En su crítica al gremialismo, alude a la educación y afirma que “la más grande me la trancaron con la enseñanza, de no darle autonomía. Estamos defendiendo la ley de Sanguinetti de 1972 y la defiende la izquierda”. Por cierto la ley que creó el Codicen fue atacada del modo más virulento por todo el aparato de la izquierda de aquella época radical, que sentía que esa ley atacaba algunas de sus bases fundamentales.
Para empezar se quitaba la presencia corporativa de las gremiales en los Consejos de UTU y Secundaria, lo que —obviamente— provocó casi una revolución. Para seguir, se subsumían las autonomías de las tres ramas bajo una autoridad común, que trataba de armonizar programas y visiones absolutamente autónomas que se reñían con el concepto de una educación que es un proceso contínuo, desde la preescolar hasta la universitaria. La presencia corporativa se ha restaurado desde la malhadada ley del gobierno pasado y hoy ya nadie duda de que ello ha sido un enorme error. Dicho de otro modo, la vituperada ley de 1972 tenía razón.
En cuanto al retorno de las autonomías, la idea del Presidente es retornar a la vieja anarquía, primaria por un lado, secundaria por el otro, la UTU más allá y cada cual jugando su juego. Por suerte no pudo llevar adelante ese disparate que no iba a resolver lo que le preocupa y, en cambio, iba a agravar lo que hoy se adolece. Si lo que quiere facilitar el Presidente es que la administración sea más ágil y el “embudo” del Codicen no frene el ritmo de la administración, bastaría con buscar mecanismos de descentralización que lo aseguren e incluso liberar al Codicen de cargas administrativas que no le ayudan a cumplir su verdadera función rectora. El Codicen está para darle una visión orgánica al proceso educativo, organizar programas que tengan coherencia y desarrollar metodologías pedagógicas congruentes. Luego, cada rama la aplica y administra con su criterio. Lo que es evidente es que no se podía continuar con aquella incongruencia de cada Consejo, con sus gremios adentro, defendiendo “chacras” alambradas de corporativismo. Si hoy, en general, se acepta la existencia del Codicen es porque la experiencia ha demostrado que es mejor que lo anterior. Lo malo es que ni aquello que se acordó entre el gobierno y los partidos ha podido llevarse adelante. Salvo la Universidad Tecnológica, todo se frustró porque esa visión frentista —insistimos: frentista— lo ha impedido. Ese es el Frente Amplio real, el que, en la vida política o gremial, le ha creado al país esa visión corporativista, reñida con criterios de eficiencia y productividad. Es más: todos los directivos de todos los organismos fueron designados por el gobierno. ¿Cómo puede el Presidente decir que no lo dejaron hacer lo que quería?
A esto alude directamente el Presidente cuando se refiere a la construcción y sentencia que habría que “echar a todos los arquitectos que tiene el Codicen y conseguir esos viejos albañiles jubilados”, porque hoy la construcción es toda prefabricada. Aquí se contradice, porque los “viejos albañiles” no son expertos en estas nuevas modalidades, pero donde sí enfrenta el nudo de la cuestión es cuando afirma: “Todo prefabricado, eso es lo que tenemos que hacer para todo, porque es la forma más barata. ¿Sabés por qué ? No es que te salga más barato por metro cuadrado en los materiales sino que aumentás la productividad del trabajo y pagás menos leyes sociales y menos jornales. Que es el principal componente del costo que tiene la construcción”. Es muy curioso, porque esa baja productividad y esos elevados costos son el resultado de años de prédica y lucha del gremio, acompañados fervorosamente por el Frente Amplio político.
Honestamente, es muy fácil coincidir con la mayoría de lo que dice el Presidente. Lo que es asombroso, porque ello coincide con la prédica de los partidos tradicionales, especialmente del Batllismo, en cuanto creemos en un Estado reformado, eficiente, pero no reducido a su mínima expresión, como han sostenido otras corrientes políticas. Esa cultura despectiva de la productividad, alejada de criterios de eficiencia, convencida de que todo es posible en el camino de exigir menos a los funcionarios, ha sido el corazón, la razón de ser misma del Frente Amplio. Los batllistas, que habíamos construido el llamado Estado de Bienestar, fuimos —somos— acusados de parricidas por querer reformarlo, ampliar los márgenes de competencia en la economía y salir de los monopolios. A la inversa, el Frente Amplio era la promesa ilimitada, la generosidad sin retaceos, nada que impusiera criterios de ganancia o pérdida, era el solidarismo frente a los fríos conservadores que hablaban de equilibrio fiscal, de la necesidad de no incurrir en grandes déficits…
Por cierto, no nos asombra lo que dice el Presidente, porque de un modo u otro lo viene afirmando desde hace tiempo, pero lo increíble es que no se asuma que esa cultura (o incultura) cívica, ese modo de hacer y pensar, ha sido justamente la prédica histórica del Frente Amplio.
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