El Frente Amplio y las FF. AA.
Por Julio María Sanguinetti
El Senado acaba de votar el proyecto oficialista de Ley Orgánica de las Fuerzas Armadas. Se hace sin escuchar siquiera la opinión de los Comandantes en Jefe de las tres Fuerzas. Tampoco se ha procurado un acuerdo ampliamente mayoritario, tal cual debe ser en materias en que, como la defensa nacional o la política exterior, se definen los elementos sustantivos de la soberanía nacional. En el lánguido final de un gobierno fracasado, se vota a tambor batiente una ley que debiera ser de Estado y apenas llega a serlo de un solo partido.
La ley se pretende justificar porque “desaparece” el concepto de seguridad nacional acuñada por la dictadura. Se ignora que en la ley de 1986 ya quedó derogado. Lo mismo ocurre con la obediencia debida, que en la ley de 2006 quedó suprimido, porque ningún subordinado está obligado a cumplir órdenes manifiestamente contrarias a la Constitución y la ley. Las ampulosas proclamas de que se borran los vestigios de la dictadura son simples discursos demagógicos, cuando ya la legislación avanzó claramente en estos años de democracia.
Partimos, entonces, de proclamas falsas y de un afán político de legislar a cualquier precio, con ese claro designio antimilitar que le ha caracterizado. El núcleo esencial es ese: en el Frente Amplio no hay comprensión para lo que significan las Fuerzas y en estos 14 años de manejo del Estado no ha mejorado. Apenas Eleuterio Fernández Huidobro alteró esa machacona rutina rencorosa. Pesaban en él, todavía, aquellos viejos vínculos que en algún momento le permitieron a los tupamaros y a un grupo militar pactar treguas y acuerdos más allá de las jerarquías institucionales. Pero eso fue solo Eleuterio y en ese contexto tan particular de antiguas camaraderías clandestinas. El Frente Amplio ha hecho del antimilitarismo parte de su mística. Ha instalado la mentira de que los tupamaros luchaban “contra la dictadura militar”, cuando notoriamente solo lo hicieron contra la democracia y en el momento del golpe ya no existían (en su mayoría estaban presos). Han logrado soslayar que cuando ocurre el verdadero golpe militar, el momento en que las Fuerzas Armadas subordinan al Presidente civil, en febrero de 1973, todos los sectores frentistas, con la sola excepción solitaria del Dr. Carlos Quijano, estaban prontos para subirse al carro de un gobierno “cívico militar, nacional y popular”. En ese momento la dictadura no era repudiable si los incluía.
Detrás de todas esas falacias persiste la inquina antimilitar. Se reduce drásticamente el número de coroneles de Ejército sin que ello responda a una nueva estructura orgánica, a un nuevo diseño trazado sobre la base de un organigrama de funciones. Es simplemente una arbitrariedad que intenta su justificación bajo el el titular propagandístico de “reducir el número de oficiales superiores”, como si ello hiciera una gran diferencia en el presupuesto general. Se restringe la posibilidad de satisfacer algunas necesidades básicas del personal subordinado, en alimentos o medicamentos, que asumen solo un carácter de excepcionalidad. Se le imponen deberes a la próxima legislatura, como si ello pudiera hacerse. Se establece la posibilidad de reducción de los excelentes liceos militares, que más bien debieran ampliarse. Desaparece la posibilidad de que se le extiende a la familia del militar el servicio fúnebre, aunque haya pagado por él en el pasado. Y etcétera, etcétera. Sin olvidar normas inconstitucionales como la de crear cargos en los 12 meses anteriores a las elecciones.
En otra dimensión demagógica, se transforman los Tribunales “de Honor” en tribunales de “ética”, como si ello cambiara algo fundamental. Es un intento burdo, infantil, de dejar en el pasado el grotesco episodio de los Tribunales de Honor que actuaron en el sonado episodio Gavazzo y que luego de firmados por el Presidente de la República, se han echado atrás, hasta ajusticiando sin causa a un Ministro, luego de que una denuncia periodística dejara en evidencia la dualidad del gobierno.
Todo el contexto de la ley respira revancha. Se invoca a la dictadura y el silencio de los oficiales de aquel lejano y sombrío tiempo como si fuera un cargo moral para las generaciones actuales. No se asume lo que es la enorme tarea de las Fuerzas Armadas hoy, que siguen salvando naufragios casi sin buques o atendiendo emergencias con poquitos helicópteros o estando siempre prontos para enfrentar una inundación o cerrar la frontera nacional ante una amenaza de cualquier índole. Las mismas fuerzas a las que se supone anticuadas cuando son felicitadas por los mandos de Naciones Unidas por dificilísimas misiones de mantenimiento o imposición de la paz.
Somos pocos hoy los que podemos decir que estuvimos en contra de la absurda guerrilla antidemocrática tanto como del golpe de Estado que se dio cuando ya estaba derrotada. Somos unos cuantos más, felizmente, los que trabajamos para que el país retornara a la democracia en paz y sin revanchismo. A nadie le cedemos la derecha en este esfuerzo, que tenemos que seguir llevando adelante, desgraciadamente, cuando aún observamos la sobrevivencia de ese espíritu rencoroso para con las Fuerzas Armadas. No cejaremos en ese esfuerzo y por eso lo primero es desalojar al Frente Amplio del gobierno para constituir una real coalición democrática, votando a las fuerzas tradicionales que han demostrado históricamente esa capacidad de integración de toda la sociedad.
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