Por Julio María Sanguinetti
Como buen colorado y batllista, creo en las grandes obras públicas, siempre discutidas por los patrocinadores de la menuda economía "del cabo de vela". Nos tocó batallar por la Torre de Antel, como si fuera una extravagancia, cuando se trataba de darle una sede a una de las más grandes empresas del país que, desgajada de UTE, trashumaba en edificios prestados, alquilando varios de ellos. Es más, cuando se decidió proyectarla, había necesidad de obtener otro edificio más, importante, y esa fue la razón determinante de reunir, como se hizo, lo que se desparramaba en cuatro locales y privaba a la empresa de una imagen corporativa digna.
Como un valor adicional, fue en aquel momento el primer edificio proyectado por Carlos Ott en Uruguay. Había ganado el concurso internacional para la Opera de la Bastilla en París y proyectado teatros de opera en China, pero aquí no había podido hacer nada relevante. Y hoy, sin duda, la Torre es una marca señera en la ciudad, un toque de incuestionable modernidad.
En ese caso, como la oposición era frentista, no hubo límites. Llegaron a salir titulares periodísticos, diciendo que "los cimientos ceden", en el paroxismo del terrorismo opositor. No faltó nada. Pero la obra esta allí, se ajustó a su presupuesto y nadie pudo discutir ni media factura.
Hoy el Frente se abraza al Antel Arena, que naturalmente poco tenía que ver con el giro de una empresa telefónica. Fue un desvío jurídico y comercial incuestionable, que se sustentó hasta en falsedades, como la de invocar un presunto informe del Instituto de Derecho Constitucional que nunca existió y que presuntamente avalaba la violación constitucional. La simple razonabilidad nos dice que un estadio nada tiene que ver con una empresa telefónica, como no lo hubiera tenido que ver en la UTE. Razón por la cual hoy no se hace fácil administrar sin pérdida una instalación de esas características.
Los números, por otra parte, son increíbles. Se saltó de un presupuesto de 40 a 60 millones a una realidad de 120 millones, con una ejecución administrativa que motiva debates y cuestionamientos. Siempre, en las obras, hay algún extraordinario, de 10 a 15%, a veces algo más. Pero el doble es demasiado.
Nos interesa hoy señalar otra visión, tanto o más relevante. Y es la de aquellas cosas que en aquel momento pudo hacer Antel y no hizo. Nos referimos a la fibra óptica, que no le llegó a 120 mil habitantes, que están en los barrios montevideanos periféricos y en el interior rural, cada día más necesitado de conectividad para su rápida modernización. Hoy Antel está llevando Internet a 50 poblaciones pequeñas que, aun con escuelas, no podían acceder ni al teléfono ni al uso de las Ceibalitas. Las nuevas radio bases les recuperarán lo que hasta ahora es simplemente dignidad ciudadana. Se proyectan 40 más para el año que viene en pequeñas poblaciones y el agujero hacia la campaña sigue existiendo.
En una mirada de desarrollo social y económico, esta es la dimensión más cuestionable. Con ese dinero se pudo, y debió, complementarse el proceso de la fibra óptica para todo el territorio nacional.
El edificio ya está, es una hermosa obra y más allá de todo lo discutible que lo rodea, no deja de ser un patrimonio. Lo que no está, en cambio, es la conectividad en todo el país, al servicio de todos los uruguayos. Eso es lo que debía estar y cuestiona al gobierno que hizo una opción equivocada. He ahí el gran punto: gobernar requiere priorizar, porque cuando todo es prioridad, nada es prioridad y los recursos, siempre escasos, se aplican irracionalmente. Priorizar, naturalmente, supone renunciar y en el caso se renunció a lo más importante que, eso sí, era el núcleo esencial de los cometidos y deberes de Antel en nuestro tiempo histórico.
Desde nuestra óptica, no haber completado la conectividad es el mayor error del Antel Arena.