Por Julio María Sanguinetti
Votada la Ley de Urgente Consideración, que marcó las prioridades del gobierno en varias áreas, vienen ahora, en la agenda nacional, dos instancias fundamentales: la ley de presupuesto y la que quizás sea la más relevante para el equilibrio de la sociedad uruguaya, que es la reforma de la seguridad social. Todas forman un conjunto, de cuya armónica ejecución dependerá el futuro de nuestro país en esta nueva etapa histórica de la humanidad que nos ha tocado en suerte vivir.
Hemos pasado del mundo industrial al digital, de la riqueza material a la inmaterial como marcaje del ritmo de nuestra evolución social. Si no asumimos estos cambios y seguimos pensando que, pasados los rigores de la pandemia, volvemos a la "vieja normalidad", para hablar en términos a la moda, nos estaremos hundiendo, lentamente, en el proceso de decadencia que ya se venía dando en el país: desde hace quince años con el retraso educativo, desde hace más o menos diez años con la irrupción del narcotráfico y desde hace seis con el estancamiento económico que se produjo, desde 2014, una vez que los precios internacionales de nuestros productos exportables volvieron a la normalidad.
Esto quiere decir que es preciso arremeter, con vigor, las reformas imprescindibles de la educación. No podemos ignorar que se ha instalado para siempre el teletrabajo. Felizmente, el Plan Ceibal ha familiarizado el uso de la computadora y el acceso a Internet, pero los bajísimos resultados de aprendizaje nos están diciendo que esa herramienta no ha logrado ayudar a la reversión de ese declive. Hace falta, cualitativamente, mucho más.
Nos preocupa sobremanera la actitud de las organizaciones gremiales de la educación. Sufren todavía una anacrónica ideologización, preservando el sueño utópico de un mundo socialista que se derrumbó para siempre porque, sencillamente, sus ideas eran equivocadas. No hay sustituto para la democracia liberal ni, mucho menos, para la economía de mercado, porque potencias enormes como China no han modificado sustancialmente su régimen de partido único pero viven hoy lo que Deng llamó "socialismo de mercado", que es el camino que los llevó a su actual calidad de potencia. Y bien: ¿cómo incorporar a este mundo tecnológico global a una generación si la mayoría de quienes tienen que trasmitir el saber y formar para la vida, para esta vida, en este mundo en cambio, no creen en él?
El tema del orden público es otro gigantesco desafío. Para nuestro país el turismo es hoy una realidad insoslayable, que crecerá en importancia. La inversión, al mismo tiempo, la condición indispensable de todo proceso de reactivación económica. No es compatible imaginar esos desarrollos sin una mejora sustantiva de la seguridad. El Ministerio del Interior, con el valeroso compromiso personal del Ministro Larrañaga, viene luchando denodadamente. Lo está haciendo con el mismo personal y los mismos medios que heredó. Pero mejoraron las leyes y, sobre todo, el apoyo oficial a una acción sacrificada de la Policía. Por supuesto, ya no faltan opositores que proclaman "excesos" de la Policía en una suerte de revanchismo resentido.
En esta materia, el país se debe una reflexión muy seria sobre el tema de las drogas y el narcotráfico. El 90% de los delincuentes son adictos y las clínicas de rehabilitación nos dan abasto con una juventud que muestra cada vez más alarmantes índices de dolencias psíquicas. No hay duda de que en nuestra juventud la marihuana no es considerada una droga, ajena de modo casi absoluto a los daños comprobados en la salud. Tampoco parece discutible que ha bajado la percepción del riesgo, en general, de los consumos generadores de adicciones. Paralelamente, ha ido creciendo una imagen internacional, exagerada y equivocada en muchos aspectos, de que nuestro país es el paraíso de las drogas y , nos guste o no, el tráfico internacional lo tenemos instalado en función de esa atmósfera. Es un tema muy complejo en su conjunto. No acepta soluciones sencillas, pero mucho menos este deslizamiento complaciente que nos ha ido llevando a esta situación.
Si miramos ahora la dimensión económica del desafío, es gigantesco, y pasa por asumir las realidades que tenemos por delante. Se heredó un país con déficit fiscal desmesurado, desocupación elevada, estancamiento productivo y una deuda enorme, que no es ya fuente inmediata de crisis simplemente porque los intereses están bajos. Aquí está la necesidad de mejorar la competitividad internacional, que no es solo un tema de tipo de cambio realista, porque también tenemos rezagos enormes en la productividad, energías caras y una inserción internacional aún defectuosa. Solo enfrentando esa situación podremos recuperar, por lo menos, los niveles de inversión mínimos imprescindibles para crecer (15, 16%, 17%del PBI), lo que pasa por un ingrediente psicológico que es la confianza. El país goza en esta materia de un gran crédito internacional y lo ocurrido en este año nos ha proyectado aún más. Pero el inversor, sea nacional o internacional, tiene que vernos abordar estos temas estructurales imprescindibles, en que destaca, con relieve propio, la reforma de la seguridad social. No tendrá efectos inmediatos, desde ya, no recuperará sus equilibrios rápidamente, pero si no se ve un enfoque serio y realista del tema, no sea encontrará ese estímulo vigoroso para la inversión y el crecimiento consiguiente.
Somos optimistas. El gobierno y nuestro Presidente han mostrado dinámica y decisión. La coalición por la que venimos luchando hace dos largos años muestra la capacidad de ir superando los inevitables obstáculos. Si nos aplicamos a esta tarea de abordar el tren del nuevo tiempo, el país abrirá puertas a ese futuro que ya llegó. Ojalá lo entendiera esta oposición hoy desconcertada que, si aspira a retornar, debiera ser la primera interesada en que este gobierno asuma estas tareas.
Si no es así, más que nunca a redoblar el esfuerzo. Todo empieza en la convicción. No en la afiliación.