Edición Nº 1021 - Viernes 20 de diciembre de 2024

El joven Batlle

Por Juan Andrés Fernández

El pasado domingo 21 de mayo se cumplieron 161 años del nacimiento de José Batlle y Ordóñez, siendo ocasión propicia para recordar las ideas y la inmensa obra de Don Pepe. Pero hay una etapa de la vida de Batlle que no ha sido tan explorada y, sobre todo, difundida: su juventud.

Desde el gobierno, Batlle impulsó las reformas más profundas en la historia del país, sentando las bases del Uruguay moderno. Esa etapa tan prolífica de su vida ha sido objeto de muchos análisis. Pero sus años de juventud, en los que se formó y se convirtió en el líder del Partido Colorado, trazando el camino que lo llevaría a la Presidencia de la República en 1903, no han sido difundidos de la misma forma. Intentaremos adentrarnos en esos años, donde se encuentran la base de su pensamiento y el fermento de su obra, cuya vigencia todavía nos convoca a los batllistas, para seguir trabajando por el porvenir.

José Batlle y Ordóñez nació el 21 de mayo de 1856 en Montevideo, en la casona del viejo solar de los Batlle, ubicada entre las calles Yaguarón y Asunción. Su padre, Lorenzo Batlle y Grau, hijo de un comerciante catalán que había llegado a Montevideo con su esposa en el año 1800, había sido Ministro de Guerra y Marina, y de Hacienda del gobierno de Joaquín Suárez. Luego ocuparía las mismas carteras durante el triunvirato de Rivera, Flores y Lavalleja y, luego, en el gobierno de Flores. Más tarde resultaría electo Presidente de la República, ocupando el cargo entre 1868 y 1872. Durante esos años, el jovencísimo Batlle y Ordóñez conoció directamente las peripecias políticas y militares de ese Uruguay naciente, embebiéndose también de la tradición colorada. Sobre esto último expresaría, muchos años después: “En el rincón de la familia, yo aprendí a venerar las glorias de la Defensa, las glorias de Rivera y las glorias de los que cayeron en Quinteros. Yo aprendí a sentir y a pensar como pensaban los héroes de aquellas épocas, los hombres abnegados que luchaban por el bien sin ajustar nunca su conducta a un interés inconfesable. Yo, pues, soy colorado como vosotros y además estoy unido al porvenir, como vosotros, por la aspiración de realizar bienes mayores”.

En 1873, con 17 años, ingresa a la Universidad. Allí, tras cursar el bachillerato, inicia la carrera de Derecho, que abandonaría faltándole tres o cuatro exámenes para graduarse como abogado. Al tramo final del bachillerato, Pepe, que había recibido educación católica, toma una de las principales definiciones intelectuales de su vida: “A los veinte años, o entre los veinte y los veintiuno yo había dejado de ser católico. Por primera vez en aquel tiempo, examiné mi religión, y la reputé absurda y grotesca”. Por entonces entraban en auge, entre los jóvenes universitarios uruguayos, las ideas del racionalismo filosófico. En 1872 se había creado el Club Racionalista, cimentado en una prédica espiritualista cuya expresión religiosa era el deísmo, en clara contraposición con el dogma y la institución católica, así como, en otra medida, con el positivismo filosófico. El joven Batlle no permanecería ajeno a las disputas filosóficas de sus contemporáneos.

Con el advenimiento de la dictadura de Latorre se expandirían la intensidad, los contenidos y el sentido del debate. Latorre recorta la libertad de prensa, excluye a los principistas del Parlamento y suprime los estudios preparatorios de la Universidad. En setiembre de 1877 se funda el Ateneo, que se convertiría en el centro de actividad de los intelectuales racionalistas. Allí, Batlle dictaría clases de filosofía y matemáticas, se desempeñaría como vicepresidente de la Sección de Filosofía del Ateneo y desarrollaría una fuerte polémica con la dictadura y con los positivistas. En estos años, Pepe se formaría intelectual e ideológicamente a influjo de su gran amigo y mentor intelectual: Prudencio Vázquez y Vega, quien introduciría el krausismo en el debate nacional. Batlle adoptaría en buena medida la filosofía krausista y se separaría de Vázquez y Vega, individualista convencido, en su visión del Estado. Pepe fundaría su concepción del Estado y de la política a través de la lectura del “Curso de Derecho Natural” de Heinrich Ahrens, discípulo de Krause. Muchos años después, escribiría en la portada de un ejemplar de ese libro: “En esta gran obra he formado mi criterio sobre el derecho y ella me ha servido de guía en mi vida política”.

Entre fines de 1878 y principios de 1879, daría a conocer sus primeros escritos, comenzando por poemas sobre asuntos religiosos, en el diario La Razón y el semanario El Espíritu Nuevo. El recrudecimiento de la polémica con la dictadura latorrista y la exposición a eventuales represalias, fue decisivo para que Lorenzo Batlle aceptara la solicitud de Pepe para realizar un viaje de estudios a París.

Batlle llegó a París a fines de 1879 y regresó a Montevideo a principios de 1881. Sobre su estadía en París, recordaría Domingo Arena: “De todo lo que no tenía precio, aprovechaba concienzudamente: paseos por el bosque, conferencias en la Sorbona, sesiones de las cámaras, visitas a los museos, etc. Lo demás se le proporcionaba en la medida, supliendo con carácter e inteligencia, lo que le faltaba en dinero”. Cuando la situación económica del joven estudiante llegaba a su punto más delicado, el coronel Vázquez, pariente de los Batlle y Ministro de Latorre, le envió un mensaje comunicándole que había obtenido un puesto para él en la legación uruguaya en Francia. Pepe la rechazó: no quería favores del dictador. Batlle recordaría este gesto como el más importante de su vida moral.

A pocos días de su regreso, Pepe resultaría electo Presidente de la Sección de Filosofía del Ateneo. Pero la situación política del país se volvería cada vez más tensa y Máximo Santos asumiría como presidente de facto en 1882. Ante el exilio del director de La Razón, Batlle se incorporaría al diario como redactor. Se iniciaba así una nueva etapa de la vida de Pepe, que comenzaría a ejercer el periodismo político, abandonado sus proyectos académicos. Batlle encararía su nueva actividad con abundante energía, decisión y coraje. Caracterizado por un estilo periodístico directo, incisivo y a veces sarcástico, desarrollaría una persistente campaña contra Santos, denunciando su autoritarismo y su escandaloso manejo de los fondos públicos. En esa lucha, arriesgaría más de una vez su vida.

Alejado de La Razón y del periodismo político debido a su intransigencia antisantista, Batlle se dedicó de lleno a los trabajos preparatorios de una insurrección contra Santos, en los que ya venía participando algún tiempo atrás con su hermano Luis y algunos amigos. La Revolución del Quebracho, concretada a fines de marzo de 1886, fue la expresión bélica de una generación impulsada por las ideas liberales y racionalistas, de la que Batlle fue destacado integrante. Fue, en el plano militar, un rotundo fracaso. Pero triunfó en el plano de las ideas, iniciando el fin de la dictadura santista y, con ella, del militarismo. Batlle no se resignaría con la derrota y el 16 de junio de 1886, con 30 años, fundaría El Día, en cuya primer editorial expresó: “No creemos nosotros que a una revolución caída deba suceder largo período de abatimiento, ni creemos que la política pueda exigir de vez en cuando altos o treguas en la lucha por la justicia (...) Siempre hay un camino bueno para los hombres buenos y de fuerte voluntad”.

Desde El Día, Batlle retomaría su prédica antisantista. En una primera etapa, El Día optaría por una postura principista. Pero luego de su refundación en 1889, asumiría una prédica claramente colorada: “Las agrupaciones políticas deben emprender su marcha llevando por norte los grandes ideales del porvenir. Pero deben fortificarse en la jornada, con el entusiasmo que despiertan los grandes recuerdos del pasado. Haber salvado ya la libertad y la civilización una vez, es indicio de que se podrá salvar nuevamente si necesario fuere. Por eso son conmovedores y entusiastas los recuerdos que se dedicarán a la época legendaria de la Defensa en la manifestación de mañana. Han dicho algunos, haciendo de ello un cargo al Partido Colorado, que en la manifestación se verán pocas levitas y pocas galeras. Es cierto: en el Partido Colorado predomina el elemento del pueblo, las clases trabajadoras”.

Más adelante, Batlle desarrollaría una campaña por la democratización del Partido Colorado, proponiendo la formación de clubes seccionales como unidad básica de la estructura partidaria, que se organizaría “de abajo hacia arriba”. A través de esta prédica, Pepe se convertiría en el líder del Partido Colorado.

En año electoral para los jóvenes colorados y batllistas, el recuerdo de Don Pepe y, especialmente, de su juventud, nos reencuentra con las grandes causas. Hay en el joven Batlle y Ordóñez enseñanzas morales de gran relevancia: la importancia de los ideales como sustento de la vida política, la honradez en el ejercicio de la función pública, la abnegación y el coraje en la lucha por la libertad y en contra de las tiranías. En el plano partidario, la confianza en el Partido por encima de las circunstancias, el recuerdo de las glorias del pasado como impulso al porvenir, el carácter popular y el funcionamiento orgánico y democrático del Partido Colorado.

Con Batlle, los jóvenes colorados debemos levantar esas banderas para contribuir a revitalizar al Partido y devolverle el lugar que se merece en el escenario político nacional. Las causas están vigentes. Y el desafío sigue siendo la construcción del porvenir.



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