El progreso estadístico
Por Julio María Sanguinetti
El populismo frentista, cada vez menos socialista y más parecido al peronismo, predica machaconamente sobre las grandes mejoras sociales del país en base a los clásicos eslóganes históricos y a cifras estadísticas con las que hacen malabares.
Se saltean, por cierto, el más importante de todos los resultados sociales, en términos de perspectiva de futuro, que es el nivel de la educación. Si éste retrocede, al punto que Chile nos ha pasado en el Índice Pisa y Brasil —históricamente lejano— se nos aproxima, estamos en términos críticos. Esto lo sabemos todos y los primeros en reconocerlo han sido el Presidente Mujica y el Vicepresidente Astori, que le añade al tema la amargura de que, siendo Ministro de Economía, invirtió mucho dinero y no logró resultados.
Recientes datos señalan que en Uruguay sólo el 39% de los jóvenes ingresados a Secundaria terminan los dos ciclos. Estamos debajo de toda América, salvo los tres países más pobres. Si observamos a los sectores sociales, los más pobres —y esto es un escándalo— el 62% no termina el primer ciclo (o sea, hasta 3º).
Nada sorpresivo es, entonces, que el Índice de Desarrollo Humano que elabora el PNUD nos haya dicho, en su última edición, que el Uruguay, ubicado en el puesto 43 en el mundo, en 2006 , al cumplirse el primer año del gobierno frentista, haya retrocedido al 51 en 2013. Dicho de otro modo, hay ocho países que en estos años superaron nuestra gestión, pese a que nos encontramos en una América del Sur privilegiada por los más altos precios de la historia para nuestros productos de exportación, razón por la cual todos los gobiernos de la región, mejores o peores administradores, puedan mostrar indicadores de crecimiento muy importantes. Cabe añadir que esta situación no se ha detenido y que, si bien la disminución de velocidad en el crecimiento chino ha puesto algunas notas de alerta, la bonanza continúa, especialmente para los productos alimenticios.
Pese a estas evidencias, el oficialismo sigue engañando con los números y ahora ha caído en la tentación argentina, o sea, la de empezar a toquetear resultados. El caso claro es el del índice de costo de vida, artificialmente bajado a fin de año por una rebaja de UTE que se compensó en enero con un aumento equivalente. Hasta el PIT-CNT ha reclamado por esta trapisonda.
Algo parecido ocurre con el indicador de pobreza, que si obviamente registra mejorías (imposible que no ocurriera con el crecimiento venido desde afuera) también encubre falsedades. La primera es agregar a los ingresos el valor de las cuotas mutuales de los menores en el FONASA, cuando esto no se hizo antes con el gasto de salud cubierto por el Estado. Esto significa nada menos que 2,4 % en el indicador de pobreza. La segunda trampa estadística es añadir las prestaciones no contributivas del Estado (a través del MIDES), que mejoran el ingreso pero no cambian la situación de la persona. El propio Presidente ha reconocido que este dinero aportado sin real contrapartida de trabajo no alienta el esfuerzo y privilegia la indolencia. Dicho de otro modo: si el Estado le redujera ese subsidio gratuito a una persona, volvería a caer en la pobreza, porque —más allá de la estadística— nunca ingresó a la clase media.
No obstante la bonanza económica y las gambetas estadísticas, el populismo frentista sólo tiene para mostrar indicadores análogos a los que tenía el país en los años 90, gobernado por colorados y blancos. En efecto, en el año 2000 (comienzo del gobierno de Batlle, antes de la crisis), el indicador de pobreza estaba en 17,8% de la población; en el último año de nuestra segunda presidencia, en 16,7% y en el último del gobierno Lacalle, en 17,1%. Hoy se registra un 13,1%, que es exactamente igual que esos indicadores si los contabilizamos como se hizo siempre, sin las modificaciones estadísticas introducidas.
Naturalmente, del 2002 al 2004 el país sufrió el impacto brutal de la crisis bancaria que se nos vino de Argentina, pero se entregó el país en crecimiento y con la posibilidad cierta de aprovechar la bonanza que comenzaba a llegar por el impulso asiático. A partir del 39,9% de 2004, el gobierno del Dr. Vázquez logró una baja importante del 15,2%, destacable pero explicada por lo señalado. En cualquier caso, no alcanza el resultado del mayor período de baja de pobreza, que fue en nuestra primera presidencia, en que cayó del 46,2% de la población (crisis “post-tablita”) al 26,5%, o sea, un 19,9%, que es el mayor guarismo de bajada que se registra para un período de gobierno.
Queda claro, entonces, que pese al viento a favor el país apenas ha recuperado los indicadores de los años 90 y queda clara también la falsedad del populismo frentista de atribuirse el monopolio de la lucha contra la pobreza. Debemos reconocer, sí, un gran mérito al oficialismo: el propagandístico. Tanto han repetido su exclusividad en el tema, que no sólo se lo han hecho creer a muchos ingenuos sino que ellos mismos han terminado por convencerse. La realidad, sin embargo, es otra, y rompe los ojos no sólo con el ominoso rezago educacional sino con una marginalidad cultural que ha crecido de modo agresivo, partiendo en dos nuestra sociedad como nunca antes. ¿O es que no son reales los asentamientos multiplicados, los “carritos” de basura, los pedigüeños de los semáforos y la violencia en escuelas y liceos?
Publicado en “El País” (Montevideo) el domingo 21 de abril de 2013.
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