Por Julio María Sanguinetti
Así tituló Carlos Sténeri, días pasados en el diario "El País", una columna sobre la economía post pandemia y los desafíos que le está planteando al mundo, con sus obvias derivaciones hacia nuestra región y país.
Sténeri es un economista no solo de sólida formación sino de amplia experiencia. Sabe lo que son las crisis. Fue pieza clave en el manejo de la de 2002 cuando cumplía funciones en los EE.UU. Por lo tanto, ha vivido también procesos de euforia y declinación.
Comienza por señalar que hoy en el mundo se dan dos aproximaciones sobre la coyuntura: los que dicen que estamos entrando en otra etapa de estancamiento con inflación y por lo tanto cuanto antes hay que tratar de revertir la expansión monetaria de los últimos años; y los que, por el contrario, señalan que es prematuro arriesgarse en ese camino, que puede revertir los indicios de recuperación e incipientes aumentos del empleo que se vienen dando.
La realidad es que hay un clima de recuperación pero él es muy heterogéneo y ha producido una inesperada perturbación en la cadena logística, con cuellos de botella en los transportes marítimos y la disponibilidad de contenedores. Esta extraña situación ha significado un aumento exponencial del precio de los fletes y, para países como Uruguay, además, dificultades muy grandes por la disminución de la arribada de buques. Pese a todo, se piensa que el año terminará, para el mundo, entre un 5,5 % y un 6 % de crecimiento, con una perspectiva menor a 5 % para el que viene. Tanto EE.UU. como Europa rondan en ese horizonte, mientras China estima un 8 % para este año que viene terminando. Con todo, el gigante asiático, nuestro gran socio, vive hoy una crisis en el sector inmobiliario, algo bastante impensado en términos de una economía como la suya, y esto ha llevado a regulaciones del Estado que preocupan a sus grandes empresas.
Nuestros vecinos viven situaciones de relativa inestabilidad. Argentina, porque carece de un programa fiscal serio y hace malabarismos para que un acuerdo con el FMI no le pese en las elecciones parlamentarias, a las que afronta con el viejo estilo peronista, tirando plata y regalando heladeras y bicicletas. Brasil, por su lado, ha visto crecer la inflación (superaría el 8% a fin de año) y si la economía sigue creciendo a una tasa del 5%, en paralelo a un avance del ritmo de la vacunación, como en el otro vecino, las mayores dificultades asoman desde el ángulo político, cuando el horizonte muestra una elección nacional que viene cargada de presagios.
Como dice Sténeri, lo mejor que podemos pensar en este momento es que la mayoría de nuestros países han logrado superar los umbrales del default, aun Argentina, que siempre pone notas de suspenso.
¿A qué van todos estos razonamientos en quien, como es mi caso, no es un economista? A que con una perspectiva razonable de crecimiento y una recuperación de empleo a niveles parecidos a la prepandemia, lo peor que podría hacer nuestro país es desbarrancarse en un exceso de gasto público como el que preconiza alegremente nuestra oposición. Este año vamos a acumular nuevamente unos 2.500 millones de dólares de déficit, que se sumarán a una deuda externa que no ha parado de crecer. La experiencia nos dice que si nos mantenemos en esos términos podremos seguir recuperando inversión, del mismo modo que, a la inversa, imaginarnos la posibilidad de acrecer el déficit, conduce inevitablemente a más atraso cambiario y más inseguridad en el empleo.
El discurso rimbombante e insustancial de la oposición pasa por la tontería habitual de hablar de un ajuste fiscal, cuando está claro que seguimos con un déficit abultado y a la larga insostenible. La otra tontería de la invocación al neoliberalismo suena tan falsa, tan sin sustento, tan vieja y apolillada, que cuesta escucharla en gente cuya cultura económica le debería prevenir de esos excesos demagógicos primitivos. Sin embargo lo hacen porque el sindicalismo los arrastra, no están dispuestos a recibir cuestionamientos por su posible racionalidad y, con mucho eco de prensa, mantienen en al aire esa burbuja de falso optimismo.
Lo que se viene haciendo está bien. Haber reducido el déficit hubiera sido mejor, pero atravesar la pandemia con un incuestionable éxito en la prestación de salud y sin desequilibrios económicos mayores a los señalados, es un resultado cercano al óptimo.
Todos entendemos que la oposición tiene un rol de contralor a cumplir, pero lo que se está viendo ronda lo impresentable. El griterío irresponsable y ahora la demagogia sobre la seguridad social, lleva a pensar que nadie está mirando hacia el futuro cercano. Los posibles candidatos frentistas debieran ser los primeros en preocuparse, porque siendo imprescindible una reestabilización del sistema -como lo han dicho reiteradamente sus ex Presidentes y el Súper Ministro Astori- instalar la idea de que todo es posible resulta suicida.
Quizás pequemos de ingenuos. Pero no nos resignamos a pensar que no haya nadie en el Frente Amplio que sea capaz de hacer, por lo menos, esa advertencia.