Edición Nº 1017 - Viernes 22 de noviembre de 2024

Entre el conservadurismo y el reduccionismo educativo

Por Julio María Sanguinetti

Al Presidente Mujica hay que reconocerle la honestidad de asumir, reiteradamente, que fracasó en materia educativa. Es algo muy fuerte en un gobernante que el día que juró ante la Asamblea General fijó esa meta como la principal de su gobierno: “educación, educación, educación y otra vez educación”. Así lo dijo.

Ese gesto, sin embargo, no abrió un real camino hacia el proceso de modernización de nuestro sistema, tanto en su calidad como en su proyección social, donde hoy se constata el rezago formidable de los jóvenes de los sectores más pobres. Para alguien que se considera de izquierda eso sí que debería sentirse como un fracaso y los datos ofrecidos recientemente por el Instituto Nacional de Evaluación Educativa son realmente para llorar. No repetiremos los números que se han publicado hasta el cansancio. El hecho es que en América Latina, Uruguay adolece de la distancia más grande entre los alumnos del sector de mayor poder adquisitivo y el más pobre.

A partir de este hecho, sin duda que estamos ante un fracaso, pero mucho mayor que el que reconoce el Presidente, que reduce ese resultado a la negativa que le tributó su bancada parlamentaria a la propuesta de dotar de autonomía a la UTU, separándola de la ANEP. En rigor, esa propuesta no tenía mucho sentido. ¿Qué se ganaría con sacar a la UTU de la ANEP? ¿Hay algo que la UTU no puede hacer por estar debajo del paraguas administrativo de un organismo rectore, el Codicen, que coordina a las tres ramas de la enseñanza primaria y media? Es más: cuando el propio presidente del Codicen viene de la UTU, en qué el Codicen obstaculiza el desarrollo de la UTU?

A la inversa, desmembrar el Codicen es renunciar a la visión de conjunto de una enseñanza que es un proceso continuo y, por lo tanto, requiere programas que se coordinen, procedimientos que se armonicen e ideas básicas que se compartan. Antes de la creación del Codicen, justamente, esa era la situación, con una Primaria que no miraba hacia Secundaria y mandaba allí a sus alumnos sin saber lo que venía y así sucesivamente. Cuando se creó el ciclo básico, además, quedó impuesto que Secundaria y UTU debían trabajar conjuntamente, para que el mismo pudiera cumplirse en las dos ramas de la enseñanza media y la técnica dejara de ser la cenicienta.

Lo que el Presidente Mujica reclamaba era una mayor atención a la capacitación tecnológica, propósito sin duda respetable, pero que para nada se iba lograr simplemente separando a la UTU del sistema coordinado que supone la ANEP.

El hecho es que de esa discusión salió al final la creación de la UTEC, Universidad Tecnológica, proyectada y propuesta insistentemente por el Partido Colorado. La misma está comenzando a andar y ha abierto espacios en el sector alimentación (especialmente, la lechería) y mecatrónica, con más ambición, para egresados de la UTU o de Secundaria que se especialicen en mecánica y pueden acceder hasta el nivel de ingenieros. No es desdeñable la actitud recelosa que la Universidad de la República tiene para esta nueva institución, a la que ve como una molesta competidora.

Como se va viendo, nuestro sistema educativo no ha entrado en un real proceso de reforma y, para peor, el nuevo gobierno ha resuelto seguir con lo que estaba. Ni siquiera ha cambiado a los jerarcas, lo que todo hace pensar que el tranco resignado que hasta hoy nos preside será la condena de otra generación de adolescentes, donde solamente los excepcionales saldrán delante de verdad.

El tema educativo es muy complejo para reducirlo a algunos esquemitas institucionales, de crear una autonomía o trasladar un organismo. Para empezar, hay que definir temas básicos, como la actitud ante el trabajo, ante el mercado laboral. El Presidente Mujica mira hacia allí con pragmatismo pero no puede ignorar que —históricamente— el Frente Amplio ha repudiado esa visión bajo el emblema de que no se pueden formar trabajadores para el mercado capitalista sino que, por el contrario, el sistema está para forjar ciudadanos críticos, capaces de cambiar este sistema burgués tan horrible que predomina en el mundo. Compartimos con Mujica su idea y vamos más allá: todo el sistema educativo —como lo proponía Pedro Figari hace un siglo— debe siempre pensar en producir, sean sus productos materiales o intelectuales, pero producir siempre. Como es sabido, la Universidad de la República piensa distinto y siente que el mercado es su enemigo.

En un plano más amplio, la cultura cientifico-tecnológica está lejos de la concepción de nuestra Enseñanza Secundaria y es preciso revolucionar ese contenido. No para que todo el mundo sea ingeniero pero sí para superar que no sea la matemática una barrera insalvable para la inmensa mayoría de nuestra juventud. Quienes venimos del derecho, de las materias humanísticas, por supuesto que seguimos creyendo en la relevancia de la enseñanza histórica y filosófica, pero la misma ha de equilibrarse con el otro costado de la cultura, que es la ciencia y sus derivados.

Estos son los debates de fondo que hay que dar y resolver como país. Ya hemos comprobado que con presupuesto solo no se resuelve nada, porque se multiplicó el presupuesto y ni siquiera quedamos igual sino que retrocedimos. Por supuesto, tampoco se puede tener un profesorado de calidad sin dinero, pero ésta nunca fue una profesión para enriquecerse sino fundamentalmente vocacional y es esa vocación la que se perdió. Hoy no atrae enseñar, la vida de las comunidades educativas no es un modelo de solidaridad y efervescencia cultural. Hasta la violencia degrada las relaciones y ello es consecuencia de que la sociedad toda se ha embrutecido en el modo de hablar, de saludarse, de vestirse, de relacionarse con el vecino de puerta o el parroquiano con el que se comparte un ómnibus. Todo ese conglomerado es la cultura, justamente, y es lo que debemos algún día, en serio, discutir y empezar gradualmente a resolver.



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