Por Julio María Sanguinetti
Germán no es un personaje usual. Difícilmente los intelectuales e investigadores poseen capacidad de ejecución desde el Estado. A la inversa, es muy extraño que un gran realizador político y administrativo actúe desde una decantación de pensamiento largamente elaborado. Pensamos en un Malraux para encontrar esta simbiosis tan inusual, que en el caso de Germán requirió de un enorme coraje personal, una torrencial capacidad dialéctica y la persistencia propia de esas familias gallegas que llegaron al país desde aquella España pobre y formaron familias trabajadoras, formada en una educación pública que construía la esencia de nuestra democracia.
Efectivamente, Germán era el menor de los Rama, en nuestra juventud personajes que llenaban la escena cultural del país. Carlos , el mayor, fue un profesor de historia que ejerció un largo magisterio. Ángel, un escritor y crítico literario de dimensión continental. Germán comenzó como profesor de historia, egresado de aquel IPA de Antonio Grompone, que formaba docentes de referencia para elevar el nivel general de cada materia. Luego se hizo sociólogo en Francia, donde compartió trabajos con amigos comunes, que seguimos cultivando hasta hoy, como Alain Touraine y Fernando Henrique Cardoso.
Su primera incursión en el área del Estado fue en la CIDE, que dirigió Enrique Iglesias entre 1960 y 1967. Allí trabajó con Ariel Davrieux, Danilo Astori y Ricardo Zerbino, entre otros, que formularon un gran diagnóstico de nuestra realidad educativa. De esas reflexiones nace su trabajo "Grupos sociales y enseñanza secundaria", donde analiza el impacto que estaba produciendo la masificación de la enseñanza media, hasta entonces de gran calidad, pero que aún no llegaba plenamente a los adolescentes de los hogares más pobres.
Pasa luego por la CEPAL de Enrique Iglesias, sale de ella luego del golpe de Estado en Chile y vuelve a CEPAL, en Montevideo, durante nuestro retorno a la democracia, donde produce una reflexión profunda sobre nuestro sistema educativo y la necesidad de reformular sus planes y métodos para enfrentar las brechas sociales que se venían produciendo a raíz de la vigorosa modernización tecnológica. Estábamos en plena transición institucional y no era el momento para lanzarse a un cambio que sacudiría estructuras. Hasta que nos llegó el momento de hacer, durante nuestra segunda presidencia. Lo sacamos de sus trabajos en el exterior y le pedimos que encabezara ese esfuerzo.
Nos pidió libertad para proponer un Consejo, de amplio espectro político pero capaz de enfrentar el desafío con espíritu de cuerpo. Volonté nos apoyó para que la Vicepresidencia la ocupara José Claudio Williman, también figura de referencia, de origen nacionalista. Luego pensó en la Prof. Carmen Tornaría, votante frentista, que consultó al General Seregni y, con el respaldo de éste, se incorporó a título personal al empeño. Luego dos maestras destacadas, Irma Leites y Rosa Márquez, a las que se añadió en el Consejo de Primaria el maestro Sirio Nadruz. Más tarde se incorporaría como Secretario General el joven abogado Robert Silva. Armado ese equipo y definido el Plan, no siendo tiempos de bonanza, se precisaba comprensión de quienes manejaban las finanzas públicas y por entonces batallaban por el histórico logro de retornar a las inflaciones de un solo dígito después de medio siglo. Ese fue Luis Mosca, también colaborador invalorable en lo que fue una larga batalla, dura, prolongada, persistente, en ocasiones particularmente desleal.
No debió ser así. Porque el programa, profundamente social, pretendía incorporar a los centros preescolares a niños de 5 y 4 años de un sector desfavorecido; llegar con escuelas de tiempo completo, proveedoras de educación y alimento en los establecimientos donde había más menores rezagados; levantar el nivel de la UTU con Bachilleratos Tecnológicos y reformular toda Secundaria. Se trataba de cambiar programas, métodos y formar profesores en todo el país, creando Centros de Formación en el interior, con internado para los jóvenes de departamentos cercanos. Todo fue resistencia. Desde que el IPA no quería perder su monopolio de formación de profesores hasta quienes producían comida de modo ineficiente y discriminatorio en algunos establecimientos escolares. Esto último fue increíble. Un programa diseñado para que cada alumno recibiera una bandeja, personalizada, con su dieta requerida, produjo una llamada "guerra de las bandejas", que incluyó hasta saboteos delictivos. No faltaron tampoco desgremializaciones de profesores de trayectoria, expulsados de sus asociaciones por el pecado de colaborar con la autoridad pública de un gobierno democrático electo por la ciudadanía. Fueron "tiempos recios", al decir de Santa Teresa de Ávila. Ocupaciones, manifestaciones, debates. Y allí Germán se agigantaba, en la polémica mediática, en el manejo de la administración. No escapaba a ninguna discusión, bien acompañado por sus colegas, pero concentrando en su figura el fuego graneado de un conservadurismo profundo. Su dialéctica era fuerte pero más lo eran sus razones.
Hablar de "privatización" frente a un programa de profundización de la enseñanza pública, el mayor en medio siglo, resulta hoy ridículo a la distancia. Pero las pasiones y los dogmas llevaban a una saña todavía inexplicable. No otra cosa le ocurrió a José Pedro Varela en su tiempo, para recordamos que la educación, al ser la gran trasmisora de valores, es siempre lugar de discusión.
Lo importante fue que aquella obra gigantesca se llevó a cabo. Se incorporaron 50 mil niños a las pre-escolares. Los bachilleratos tecnológicos se desbordaron de solicitudes de ingreso. Las escuelas de tiempo completo, entonces discutidas, pasaron a ser un reclamo generalizado de las madres y por eso el afán restaurador de quienes vinieron después no logró alcanzarlos. El programa de secundaria, en cambio, fue desarmado. Pero lo básico de aquella enorme reforma, quedó. Y hoy nos debe convocar a continuarla, en otro escenario del mundo y del país.
En un largo medio siglo, quizás desde los años cincuenta cuando se generalizaron los liceos, no hubo en la educación un cambio tan profundo. Y eso solo fue posible por el liderazgo de Germán, por su talento y por su carácter. Del mismo modo que solo pudo sobrevivir porque una coalición colorada y blanca le sostuvo con firmeza .
Hacía algunos años se había apartado de la vida pública, pero mantuvimos hasta cerca de su final una relación fraterna, amasada en convicciones, largas meditaciones y el sueño de un país a la altura de sus desafíos históricos.
Cada niño que hoy va a un preescolar o almuerza en una escuela de tiempo completo, o adolescente de Artigas o Rivera que puede ser profesor, debiera saber que detrás de eso está Germán Rama. Y el pensamiento batllista del que fue uno de sus más eminentes representantes.
Más allá del profundo sentimiento personal, sentimos que se fue un grande. Y a las Repúblicas solo las construyen los grandes, a pesar des todo el resto.