Héctor Luisi, un caballero de la cosa pública
A los 93 años, en su casona de Washington, falleció Héctor Luisi, abogado, profesor, ex Ministro de Relaciones Exteriores, dos veces Embajador de la República en los EE.UU. y, por encima de todo, un ciudadano de la democracia, un republicano de vieja estirpe.
Nació en 1919 en una familia cultora de las ideas más liberales de la época, se recibió de abogado en 1944 en nuestra Facultad y luego en la Universidad de Cambridge en Derecho Comparado. Como ocurría habitualmente en la época, ejerció por muchos años el profesorado en Secundaria, como una contribución a la enseñanza pública más que como un modo de vida. En un Instituto Vásquez Acevedo ejemplar, entonces una pequeña Sorbona, enseñó Introducción al Derecho junto a Eduardo Jiménez de Aréchaga, Eduardo Vaz Ferreira, Enrique Véscovi y Santiago Rompani, nombres que de por sí definen aquel momento de nuestra educación.
Se especializó en el derecho aeronáutico y ejerció la profesión con reconocido brillo. Cuando el General Gestido, de quien era amigo, se incorporó a la vida política, le pidió su colaboración y cumplió a su lado un destacado rol. No le aceptó ser su candidato a la Vicepresidencia para las elecciones de 1966, pensando que su amistad le inhibía. Le acompañó, en cambio, como Ministro de Relaciones Exteriores, cargo al que renunció para ocupar por algún tiempo la banca del Senado para la que había sido electo. Poco después, en 1969, es nombrado Embajador en Washington, cargo al que renuncia al producirse el golpe de Estado. Desde entonces se quedó a vivir en la capital norteamericana, atraído por sus hijos que allí tenían su actividad. En 1985, al restaurarse la democracia, tuvimos el honor de volverlo a designar en esa representación, que ejerció naturalmente con su reconocida solvencia y señorío.
Ciudadano representativo de un Uruguay democrático que respetaba la cultura y miraba siempre hacia lo mejor, Luisi fue un gran abogado y a la vez un ejemplar ciudadano. Cultivaba un estilo muy británico, tanto en el vestir como en el pensar; su clásica pipa acompañaba una conversación siempre inteligente, en la que irrumpían criterios muy personales y de gran originalidad. Honró así a nuestro país, adentro y afuera de fronteras. Formó, además, una hermosa familia, con una gran señora, Blanca Grosso , ya fallecida, y dos hijos a quienes deja el legado de una intransferible personalidad.
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