Identidad
Por Julio María Sanguinetti
En el vibrante acto de lanzamiento de la Lista 2000 en Montevideo, nuestro candidato, el economista Ernesto Talvi, me hizo el honor de postularme para la Secretaría General del Partido, lo que agradezco profundamente. He ocupado ese cargo ya en dos oportunidades, desde aquella inaugural de la elección interna de 1982, cuando los colorados tuvimos las mayores responsabilidades en la búsqueda de una salida a la dictadura, que pudimos alcanzar en paz.
No pensaba que la vida me impusiera de nuevo este grato deber. Pero bienvenido sea por lo que supone como posibilidad de reanimar la vida institucional de nuestro Partido y de que podamos, desde allí, trasladarle a las nuevas generaciones el sentimiento de pertenencia, de identidad, que ha permitido su continuidad hasta hoy.
Naturalmente, asumo que esta propuesta se basa —como lo dijo Ernesto Talvi— por el esfuerzo realizado para hacer resurgir el Partido en uno de los peores momentos de su historia, acéfalo de conducción y con una gran desazón en su dirigencia. Esa “patriada”, como se la calificó, la vivimos un conjunto de colorados y batllistas que nos lanzamos sin medir riesgos ni hacer cálculos. Es a ellos, a todos ellos, a los que el Partido le deberá siempre esa remontada por su existencia misma.
Vino luego esta etapa renovadora que ha culminado con la configuración de la fórmula Talvi-Silva, que hoy genera expectativas sorprendentes. Cuando comenzamos con “Batllistas”, hace un año y medio, se especulaba sobre la sobrevivencia del Partido. Hoy se discute si llega o no a la segunda vuelta, que ya luce como bien posible, a estar a las últimas encuestas, que fundamentalmente registran una tendencia ascendente.
En cualquier caso, antes, ahora y mañana, nuestro compromiso personal es con el país, a través del Partido Colorado, como la fuerza de mayor aporte a la construcción histórica de la República. Naturalmente, los blancos —o nacionalistas— viven esa historia en clave distinta, pero desde la independencia, precipitada por Rivera en su campaña de las Misiones, hasta la reconstrucción democrática de 1985, la historia institucional del Uruguay está marcada por el liderazgo liberal, humanista, republicano y popular del Partido Colorado. ¿Se puede entenderlo sin su laicidad, que desde la reforma escolar de José Pedro Varela configuró la ciudadanía moderna? ¿De dónde surgió la legislación social que integró la sociedad uruguaya y le dio, en los albores del siglo XX, el asiento democrático a una clase media pionera en nuestra América? ¿En algún otro país se procuró tan tempranamente reconocer los derechos de la mujer?
Basta comparar nuestra historia con la de los vecinos para que se vea claramente que el Partido Colorado hizo una diferencia sustancial y que, fundamentalmente desde la irrupción del Batllismo, no hubo nada parecido. La vanguardia social que distinguió al Uruguay, y aún lo distingue, pese a todos los avatares de la historia, lleva su impronta.
Que a lo largo de su historia hayan mediado mejores y peores momentos, es natural. Estamos ante un partido político y no ante una academia filosófica. Sus ideales vivieron, como es obvio, la pugna con la realidad. Pero cuando ellos se vieron cuestionados, inmediatamente hubo una reacción vigorosa. Al final del período hegemónico de Don Pepe, que en 1929 coincidió con la crisis mundial, el Partido se dividió y terminó en el golpe de Estado de Terra. Pero los martirologios de Baltasar Brum y Julio César Grauert, marcaron a fuego aquel desvío y permitieron que nuevamente fuera el Batllismo quien reconciliara al país con su regularidad democrática.
No estamos ante historia congelada sino ante una cultura política que se confunde con la del país. Wilson Ferreira Aldunate, con su clásico humor, decía que en Uruguay había solo un partido político, porque el Frente Amplio era una coalición de partidos diversos, el Colorado la forma como aquí se le llamaba al gobierno y que, en consecuencia, lo que se dice partido político era solo el Partido Nacional… Más allá de la simpática caricatura, se expresaba allí algo que estaba, de algún modo implícito, en la conciencia popular. Por supuesto, los últimos años, la irrupción del Frente Amplio y la declinación electoral colorada desde 2005, han cambiado el escenario, pero no la sustancia de nuestra colectividad, siempre procurando la solución, nunca enredándose en la gestualidad política, oteando el porvenir para orientar a la sociedad.
En tiempos en que tan fácilmente se debilitan las pertenencias, las identidades, desde las familiares hasta las religiosas y, ni hablar, las políticas, es fundamental reivindicar el significado que tiene para nuestro país la existencia de los dos partidos tradicionales. Con sus diferencias, orgullosa diferencias por cierto, pero también coincidencia en la institucionalidad. En nuestro caso, más que nunca colorados por la independencia, la libertad y republicanismo; más que nunca batllistas por espíritu de justicia y la laicidad del Estado. A eso seguiremos fieles, para asegurar la continuidad de ese modo de sentirse uruguayos.
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