Instantáneas de nuestro tiempo
Por Julio María Sanguinetti
Un rápido repaso por algunos de los más recientes acontecimientos políticos del mundo y de los cuales habría que tomar debida nota en Uruguay.
Los rotundos fracasos de las encuestas en Colombia e Inglaterra han puesto en crisis ese método de evaluación de opinión que había pasado a ser un elemento crucial de la vida democrática.
Como los viejos augures de los tiempos romanos, que estudiaban los vuelos y cantos de los pájaros, el apetito de los pollos o hasta las vísceras de aves sacrificadas, los encuestadores orientaban a los políticos en su hacer y pensar.
En los últimos tiempos ha quedado en claro que nuestros encuestadores, presuntamente científicos, no logran una exactitud mayor que los viejos adivinadores del futuro.
¿Qué esta pasando?
Es evidente que hay un problema claro de metodología. Si había un centenar de encuestas en Colombia y ninguna dio ganador al No, es impensable pensar en venalidades. Se trata de un error que, según dicen gente allegada al tema, se basa en que las actuales investigaciones telefónicas no logran respuestas positivas en más del 30% o resultados aun menores. El margen de error, entonces, es enorme. El ciudadano, que está acosado por avisos publicitarios en internet y abrumadoras informaciones por Twitter y Facebok, reacciona mal a la llamada. Se siente invadido y la mayoría no opina. O se saca de encima el encuestador como puede.
¿Volverá la vieja encuesta presencial, cara a cara? Es muy costosa y tampoco parecería muy eficaz en una época en que la inseguridad y el temor están instalados en las grandes ciudades, con la consiguiente retracción a estos llamados anónimos.
En todo caso y por ahora: prudencia. Las encuestas dicen poco.
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Brasil va avanzado. El Presidente ha lanzado una iniciativa revolucionaria, proponiendo congelar el gasto público por disposición constitucional. Durante 20 años habría un techo fijo para el Estado. A ello le seguiría un cambio radical en un sistema jubilatorio errático, desigual y en buena parte desfinanciado.
El Presidente Temer quiere pasar a la historia por hacer en dos años todas las reformas que Brasil necesita para ordenar su economía. Tiene mayoría parlamentaria y probablemente salga adelante. Buena noticia para Uruguay.
En Argentina, el Presidente Macri tiene claro el derrotero, pero carece de mayorías y le envenena ya el clima político una elección de medio término que el año que viene elegirá la mitad de los diputados y un tercio de los senadores. Nadie quiere perder y la provincia de Buenos Aires, con tres senadores, desvela a tirios y troyanos.
El peronismo disidente, que hasta ahora ayudó al Presidente, se empieza a replegar y el debate, lentamente, se va haciendo en blanco y negro.
Es difícil gobernar así. Debieran pensarlo quienes cada tanto proponen para nuestro país un parlamentarismo con elecciones parciales.
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España es un buen ejemplo de lo que pasa cuando los partidos se fraccionan y aparecen noveleras propuestas que, a derecha e izquierda, liman el electorado de los partidos tradicionales. Se dirá con razón que varios de ellos están hoy debilitados y que por algo aparecen esas nuevas opciones. La respuesta positiva sería, por el contrario, tratar de que se fortalezcan y que quienes tienen inquietudes, desde adentro, animen propuestas de cambio. Cuestionar desde afuera y llevarse un diputado de aquí u otro de allá, soñando con improbables beneficios, va arrastrando a la ingobernabilidad.
Nuestro país no es parlamentarista más que parcialmente. Pero no escapa a esa realidad. Y así lo debieran pensar quienes especulan con nuevos partidos.
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El desencanto cunde en los intelectuales de izquierda. El fracaso educativo, el alejamiento de las figuras que podrían significar renovación, el desvanecimiento de las viejas proclamas anticapitalistas y antiimperialistas, la necesidad de preservar los equilibrios fiscales tal cual ha predicado la ortodoxia económica, el desplazamiento del poder real de la coalición a manos de un sindicalismo dogmático y la instauración de los antivalores del mujiquismo folclórico, siembran de escepticismo. El nuevo tiempo del “país de primera” se ha diluido en la mediocridad. Y lo sienten.
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