Por Julio María Sanguinetti
Quien fuma hoy tiene claro que su vicio hace daño. Quien bebe sabe muy bien que no puede excederse. Se lo han dicho de mil formas, con prohibiciones, restricciones y comunicaciones publicitarias hasta impuestas con mensajes en el mismo producto. Estos días, incluso, se discute la propuesta de impedir que los cigarrillos se exhiban en los lugares de venta.
La marihuana, en cambio, prosigue su camino sin que la juventud uruguaya tenga conciencia de sus daños, incuestionables, demostrados internacionalmente por todas las experiencias y evaluaciones de los últimos 30 años. La legalización ha generado un clima de permisividad, la idea de que “ahora” está bien lo que hasta ayer se condenaba, de que su consumo es algo propio de la actual generación y, como consecuencia, de que quienes nos oponemos a su legalización respondemos a visiones antiguas.
Los hechos, sin embargo, nos dicen todos los días que estamos ante un mal que avanza inexorablemente sin que las autoridades encargadas de la salud y de la educación hagan nada. Los psiquiatras especializados en el tema no ocultan su preocupación.
“Aumentó la permisividad para el consumo, las personas se sienten en más libertad para consumir droga”,
declaró a “El País” el Dr. Fredy Da Silva, un psiquiatra de vasta experiencia en el tema.
“La mitad de los consumidores de marihuana son menores de edad, entonces esta legislación es para la mitad de los consumidores, a la otra mitad lo único que les llega es que es más laxo y permisivo consumir”, advirtió Da Silva, sentenciando que los resultados son “terribles”. Agregó Da Silva que es falaz
“que se puede ser consumidor frecuente y no caer en la adicción o no sufrir daños en la salud. Eso es una falacia, los que dicen eso que vayan a estudiar, tienen que leer. [...] hay dos efectos no deseados que son muy importantes, estamos viendo muchos pacientes con sicosis agudas y cuadros delirantes y el otro tiene que ver con el sindrome amotivacional”. Entre otras cosas, añadió que el aparato respiratorio se afecta con la marihuana más que con el tabaco.
La también psiquiatra Dra. Leonor Fierro, Presidente de la Federación Uruguaya de Comunidades Terapéuticas para el tratamiento y rehabilitación de Adictos (FUCOT), también es terminante: “En las historias que atendemos (en las clínicas) vemos que los consumidores siempre empiezan por el alcohol y la marihuana. Lo más común es que se inicien a los 14 o 15 años en las fiestas, con un consumo social y después ya se empieza a complicar su situación y van agregando otras sustancias”; “en la población que tiene un consumo problemático de drogas, la marihuana aparece como un consumo más, pero generalmente figura como la puerta de entrada, como lo primero que ellos empezaron a consumir”; “no se habla de la incidencia que la marihuana legal puede tener en accidentes de tránsito”.
Son expresiones alarmantes de gente que está viviendo el tema día día, aquí en Uruguay.
Mientras tanto, se observa una campaña persistente acerca de los efectos terapéuticos de la marihuana, que son tan ciertos como los de los derivados del opio, pero soslayando que éstos se producen en laboratorios autorizados, con fórmulas específicamente habilitadas y en condiciones de administración exclusivamente bajo supervisión médica. Esa difusión constante de los posibles efectos benéficos del cannabis está generando una gran confusión y, subliminalmente, la va transformando en algo cuasi maravilloso.
La sociedad uruguaya como tal, está en un serio, agudo problema. Si sumamos la crisis de la educación, los jóvenes sin trabajo ni estudio, la difusión masiva del juego ilegal con maquinitas tragamonedas en cuanto bar o lugar social existe y el avance de la marihuana, puerta de entrada a otras drogas, la deriva de una generación hacia la frustración puede ser incontenible. Sin ir más lejos, los muchachones malentretenidos, mayores o menores de edad, que el fin de semana pasado robaron e incendiaron una escuela, se sabe que estaban bajo el efecto del alcohol y la marihuana. Y esto recién empieza.
No podemos entender, no podemos aceptar, que las autoridades sigan empeñadas en ignorar el tema y solo discutan aspectos técnicos de la aplicación casi imposible de una ley farragosa, que ya está produciendo estos letales efectos. Los responsables de la salud y la educación están paralizados, temen caer en contradicción con el Presidente de la República y están incurriendo en una irresponsabilidad criminal. No creemos que la calificación sea excesiva. Es la que cabe para el caso.