La democracia en América
Por Julio María Sanguinetti
La degradación democrática de Venezuela es innegable y solidarizarnos con su pueblo es, además de un ejercicio de elemental reciprocidad por la actitud de Venezuela durante la dictadura militar uruguaya, ser coherentes con nuestra historia y con los valores que han configurado nuestra identidad nacional.
Respondiendo a una pregunta sobre la situación de Venezuela, nuestro Presidente dijo en una entrevista concedida a Deutsche Welle Español, que “hay un Poder Judicial funcionando, hay un Poder Legislativo funcionando, la mayoría del Poder Legislativo es de la oposición como todos sabemos, y hay un Poder Ejecutivo con su Presidente y un Vicepresidente recientemente nombrado”. Concluyó así que había una democracia formalmente funcionando.
Estas insólitas declaraciones merecieron, hace un mes largo, críticas y comentarios, que poco duraron en la consideración pública. Eran gravísimas y reveladoras de la prisión psicológica y política a que está sometido el Presidente. No dudamos de su convicción democrática, tampoco de su capacidad de análisis político. Ignorar los hechos notorios de un modo tan paladino, tan abierto, resulta clara y sencillamente la expresión de que el PIT-CNT y los grupos políticos que le siguen en su visión radical de la sociedad, le impiden al Presidente actuar con libertad.
Nadie ignora que el Poder Legislativo venezolano ha sido absolutamente vaciado de contenido, que el gobierno ha dicho de todos los modos que no cumpliría ninguna de sus disposiciones. Incluso ha atropellado los fueros de legisladores, quitándole sus pasaportes y deteniéndolos. El modo en que el gobierno, con artimañas y arbitrariedades de todo tipo, logró frustrar el referéndum revocatorio que lo enfrentaba al voto popular, es digno de un régimen estalinista.
El Presidente no ignora ninguno de estos hechos. Y por si alguno no tiene todavía una visión de conjunto de la crisis humanitaria que vive Venezuela, no hay como leer el informe impresionante que el Secretario General de la OEA Luis Almagro acaba de presentar al Consejo. Es una detallada relación de la violación sistemática a los derechos humanos que allí se sufre, a la que se suma un descalabro económico y social sin precedentes. No hay dictadura latinoamericana que haya llegado a un nivel de desastre parecido. Las cadenas de producción están interrumpidas, las carencias son notorias y van desde medicamentos al papel higiénico. Estos días, el señor Maduro ha lanzado su embestida contra los panaderos, porque falta trigo, falta harina y falta pan a consecuencia de sus desquiciadas medidas económicas. Este informe lo hace un Secretario de OEA que fue Canciller del Frente Amplio. Ninguno puede hablar de conspiración de “la derecha”, ni del “neoliberalismo”, ni del “imperialismo”. Es un frenteamplista quien lo afirma.
El tema es grave porque vuelve a desnudar la naturaleza antidemocrática de la coalición de gobierno. Todos los días oímos a dirigentes pregonar la lucha de clases y el odio social, como en los viejos tiempos del marxismo totalitario. Quien hoy afirme que Venezuela es una democracia es porque no es demócrata. No cabe otra consideración. Pero como en el ejercicio cívico el país está tranquilo y los poderes funcionan, nadie se da por enterado, el tema se discute un par de días y simplemente queda allí, como si la convicción democrática fuera simplemente un adorno y no la sustancia de la vida republicana.
El país padeció una dictadura durante once años. En aquel tiempo duro, todos los ciudadanos tuvimos que sufrir proscripciones y persecuciones, amenazas y sanciones. La única consecuencia benéfica de tamaños atropellos fue que ciudadanos que no pertenecían a organizaciones demócratas, como los tupamaros o los marxistas-leninistas en general, aceptaron las reglas de la democracia. La solidaridad democrática internacional fue un valor invocado y requerido por todos quienes luchábamos contra la dictadura. Y por eso agradecíamos al gobierno de Carter en los EE.UU, a los históricos partidos de venezolanos que estuvieron cerca de nosotros o a los gobiernos socialistas democráticos de España y Francia.
¿Tanto nos hemos olvidado de todo eso, de nuestra historia reciente, de los principios más fundamentales, que ahora dejamos resbalar estos hechos como si nos fueran ajenos?
Es sabido que los pueblos, como dice el refrán, con frecuencia sólo se acuerdan de Santa Bárbara cuando truena. Pero no debe ser así. En el Uruguay siempre estuvimos del lado que teníamos que estar. Por eso nuestro país estuvo con la República Española, y contra Mussolini y Franco, y contra todas las dictaduras latinoamericanas. ¿Por qué enterrar, entonces, esta tradición en nombre de una Venezuela que en su tiempo “compró” la simpatía oficial con algunas dádivas financieras? Entendámonos: si hace tres o cuatro años podría haber duda, hoy nadie puede negar la degradación democrática de Venezuela, con líderes presos y el Parlamento y la Justicia sojuzgados.
Más que nunca, entonces, es necesaria la militancia en torno a estos valores que nos son fundamentales.
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