La “derecha” en Perú
Por Julio María Sanguinetti
El caso peruano fue parecido al del socialismo francés, cuando tuvo que votar a Chirac en el balotaje para que no ganara Jean Marie Le Pen, el histórico y racista agitador de ultraderecha. En el caso peruano, la opción era derecha liberal o derecha populista autoritaria.
La izquierda no votó mal (un 18%), pero muy lejos de sus expectativas.
El hecho es que la elección fue la más estrecha de la historia. Pedro Pablo Kuczinsky le ganó a la “japonesita” por menos de medio punto. Quince días antes parecía que Keiko se imponía, pero una fuerte campaña de temor ante el retorno de la sombría familia Fujimori y algunos errores cometidos por ella, llevaron a un vuelco que produjo ese triunfo, exiguo pero triunfo al fin.
PPK, como se le llama habitualmente, tendrá ahora que gobernar con un parlamento en que el fujimorismo tiene mayoría absoluta y el resto se divide entre varias fracciones, ninguna determinante. Nadie duda de que es un hombre competente. Fue Ministro de Energía en la presidencia de Fernando Belaúnde Therry y de Economía en la de Alejandro Toledo, período en que culminó de Primer Ministro. Posee además una larga y exitosa carrera empresarial, amén de una actuación política que incluye no solo esas gestiones ministeriales sino otra campaña presidencial, en la anterior elección de 2011, en que llegó tercero detrás de Ollanta Humala y la persistente Keiko.
La economía peruana ha sido un éxito en estos años de bonanza. Ha crecido como ninguna y la apertura que viene desde el gobierno de Fujimori, le ha dado un empuje enorme a las inversiones extranjeras. Los indicadores sociales también han mejorado, pero —con un panorama ahora mucho difícil porque ya pasó la bonanza en los precios de los minerales— el gobierno se hará más difícil, bastante más difícil. La propia expansión de estos años y el aumento de los consumos de la clase media y trabajadora generan nuevas demandas, difíciles de atender. La situación financiera es sólida, pero los reclamos serán muchos. Las fuerzas de izquierda que apoyaron al PPK en la elección, ya están hoy en la oposición, con la clásica cantinela antiliberal y su conocido repertorio demagógico.
En cualquier caso, es notable el caso de los Fujimori. Desde 1990 son un factor determinante en la vida política peruana, ante el cual nadie permanece indiferente, todo es en blanco y negro. Alberto Fujimori ganó la presidencia contra Mario Vargas Llosa en 1990. Fue una sorpresa, aunque ambos eran figuras lejanas a la política. Obviamente, Vargas Llosa venía rodeado de su aureola de gran escritor, pero ese extraño agrónomo, surgido de una lejana universidad del interior, representó ese pueblo llano, de origen indígena. Buena parte del mismo le mantiene su adhesión, fundamentalmente por la destrucción de la guerrilla y el combate a la inseguridad. El desafío de la tenaz Keiko ha sido preservar ese legado, pero a la vez mostrarse con suficiente distancia del entorno autoritario y corrupto de su padre, que aún se mueve a su alrededor. Esos pequeños rasgos de independencia le han alejado a su hermano, el diputado más votado del Perú, que ahora no fue a votar a su hermana en el balotaje, en un acto sorprendente de rebeldía. Él expresa, sin embargo, la insatisfacción de su propio padre, que no ve a Keiko lo suficientemente comprometida con su situación de preso, condenado a 25 años de cárcel.
Se abre ahora, entonces, un período complejo. La administración estará en manos experientes y capacitadas. Pero los presupuestos y muchas otras cosas, precisan de un parlamento en que estará la izquierda combatiendo, para preservar sus expectativas, y el fujimorismo con el desafío de ver cómo aleja el temor que todavía produce. Difíciles equilibrios, entonces. Pero una consolidación democrática estimable, que marca ya tres períodos normales, aunque la mayor fuerza política del país no posea respetables credenciales en la materia. En la vida internacional, sin embargo, se verá a un Perú equilibrado, atenido al derecho, sin prejuicios ideológicos que lo condicionen. Tampoco es poca cosa cuando vemos el triste espectáculo de una OEA que no logra resolverse a defender las libertades conculcadas por el impresentable populismo venezolano, tan incompetente en la administración como abusivo en el irrespeto a las libertades.
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