La lección de Macri
Por Julio María Sanguinetti
Sin proponérselo —y pagando un precio demasiado caro— el Presidente argentino nos viene dando un ejemplo a atender muy seriamente: él no denunció con toda la crudeza necesaria la situación que heredaba y hoy, ante la necesidad de atender los desequilibrios económicos, se ve en una difícil situación de opinión pública.
El hecho es que la alternativa de cambio que estamos construyendo debe tener bien claro que las nuevas políticas económica, de seguridad social y ciudadana, tanto como la de educación, irán produciendo sus efectos con el tiempo, por lo que, lo que importa es comenzar. Definir un objetivo claro, establecer el camino a seguir y echarse a andar, pero con la certeza de que no hay milagros a generar ni resultados instantáneos.
El tema es que este gobierno está dejando al país muy comprometido. La columna de análisis de Horacio Bafico y Gustavo Michelin en el suplemento “Economía & Mercado” del diario “El País” del pasado lunes 22, fue bien clara en cuanto a mostrar el alcance de la deuda pública hasta un punto en que ya alguna de las calificadoras internacionales de riesgo puso una flechita hacia abajo, que si no significa instantáneamente pérdida del “grado inversor”, dibuja ya una nota de duda. El tema es que quienes se ocupan de estas cosas saben que con un 4% de déficit fiscal y una deuda que es el 51% del PBI, la situación uruguaya ha dejado de ser holgada.
En este contexto, además, los intereses están subiendo. Cuando comenzamos el gobierno en 1985, el interés de los bonos norteamericanos era del 11,9%, una barbaridad si se les mide con lo ocurrido en los últimos años, en que eran prácticamente 0. Hoy las cosas han cambiado y ya estamos en un orden del 3% al 4%, que comenzará a sentirse con el correr del tiempo.
La deuda se ha más que duplicado en los últimos diez años, O sea que los rosados años de la bonanza, que van del 2003 al 2013, no sirvieron para reducir nuestras obligaciones externas, como debería haberlo hecho cualquier administrador sensato, sea del Estado o de un hogar (porque se supone que, si nos entra en casa un ingreso extraordinario, lo primero será pagar las deudas y lo segundo arreglar la azotea que estaba pendiente). En Uruguay, en vez de achicar la deuda, se le aumentó y es notorio que la inversión ha sido francamente insuficiente, razón por la cual tiene que venir una empresa finlandesa a decirnos que se instala si le aseguramos las vías de transporte para llevar la mercadería hasta el puerto.
Este proceso nos lleva de la mano a la situación general de un Estado que ha aumentado sustancialmente sus funcionarios, ha flexibilizado peligrosamente el acceso a las jubilaciones (como lo ha denunciado el propio Ministro de Economía) y vive una situación en las grandes empresas públicas en que el caos del gobierno anterior sigue repercutiendo severamente, con las consecuencias que llegan a las tarifas. Como explica el economista Carlos Steneri [https://www.elpais.com.uy/economia-y-mercado/reforma-esencial-consolidacion-fiscal.html], también el lunes en “Economía & Mercado”, no ha habido una adecuada definición de prioridades y por eso construir un centro de espectáculos puede ser un fin plausible en un cierto momento pero nunca en uno como el actual.
Por supuesto, la situación requiere administración, realismo, no milagros, pero sí que se pueden hacer cosas importantes. Si pensamos que por año se van 7.750 funcionarios (jubilación, fallecimiento) y si llenamos solo una de cada tres vacantes (para no hacer algo que puede no ser racional), nos encontramos con que en el período vamos a reducir la plantilla en 25.000 funcionarios. Lo que supone algo así como U$S 300 millones, los que hoy podrían, por ejemplo, salvar a la lechería o a la vitivinicultura en peligro.
Queda claro, entonces, que hay fórmulas para reducir el déficit sin echar a nadie. Que las cosas son posibles si se administra con realismo, pero ello debe hacerse con la seriedad del caso.
Estamos entrando en un período electoral, que suele ser pródigo en promesas. Y nada hay peor que aquellas promesas incumplibles, que luego retornan como un bumerán sobre el nuevo gobierno. A la gente hay que decirle la verdad, que en el caso no supone quitarle esperanza sino, al contrario, asegurársela. Pero dentro de términos realistas y sin los optimismos facilongos que están a la orden del día, especialmente en la Intendencia de Montevideo, que va arreglando pedacitos de calle, trancando todo el tránsito para llenar el ojo, mientras grandes avenidas como Centenario o Garibaldi parecen una montaña rusa.
Para ser concretos: el próximo gobierno deberá entrar, seriamente, a resolver lo heredado y todos los uruguayos a pagar la factura de Sendic o de los chistes multimillonarios del Ministro Murro en la seguridad social. Lo mejor es decirlo desde ya y que nadie se llame a engaño. Se ha contraído una hipoteca y habrá que levantarla.
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