Edición Nº 1017 - Viernes 22 de noviembre de 2024

La resaca de la fiesta

Por Julio María Sanguinetti

La bonanza de la década maravillosa de los precios internacionales (2003 a 2013) ha llegado a su fin. América Latina tiene que asumir que la soja, la carne, el cobre, el petróleo o el hierro ya no valdrán como en ese inédito amanecer rosado. No se vislumbra una crisis económica, porque la caída no es tan fuerte y sus finanzas, en términos generales, están más sólidas. Pero se terminó el país de la jauja y ahora hay que administrar. Y, además, enfrentar los temas estructurales que, bajada la marea, han quedado al desnudo.

Cuando los altos precios dejan de disimular las ineficiencias, la competitividad pasa factura en el conjunto de sus factores: la estabilidad política, la legalidad, la infraestructura de comunicaciones, la flexibilidad para realizar negocios y la educación. Ella se ha transformado no sólo en un problema humano y social, sino en un cuello de botella que estrangula las posibilidades de expansión económica. ¿Cómo se alcanzan tasas importantes de crecimiento si no hay suficiente gente con capacidad para ocupar los mandos medios de las nuevas empresas o jóvenes capacitados para asumir el clima de la innovación? Todos los Gobiernos reconocen que la educación tiene hoy esa perspectiva. Pero la resistencia al cambio es muy fuerte.

México inició una reforma educativa ineludible y, acosado por las protestas, el propio Gobierno dio marcha atrás en un aspecto fundamental de sus propuestas: la evaluación de los docentes. Resistentes a los censos, a las inspecciones, a las pruebas, grandes masas de maestros se han movilizado tanto en medios urbanos como rurales. En éstos, incluso, se sufren prácticas corruptas que llegan hasta la venta de los puestos o el cobro de maestros inexistentes. Naturalmente, el sindicato magisterial es proverbialmente poderoso y no está solo en la resistencia al cambio, pese a que en el PISA de 2013, México es el último de los 34 países de OCDE. De paso recordemos que de los 67 evaluados por esa prueba, los 8 latinoamericanos se ubican entre el 53 (Chile) y el 65 (Perú).

¿Cómo hace para sustentar la prosperidad sin cuadros formados?

En Chile, hasta hace pocos años el modelo de avance y transformación, el malhumor se acrecienta. Lo sufrió el Gobierno de Piñera, de centro-derecha, y lo sufre el de Bachelet, de centro-izquierda. Hay ingredientes políticos en el enojo, pero la educación es el epicentro de un constante terremoto. Y, lejos de amainar, ni una ley muy progresista que apunta a la gratuidad de la enseñanza superior actúa como el necesario bálsamo. Los maestros se resisten a pasar por una prueba de conocimientos y tienen al país en vilo. Chile ha mejorado y hoy en el PISA está por encima de Argentina y Uruguay, que fueron durante un siglo la vanguardia de la educación latinoamericana. Pero el desafío de calidad permanece muy fuerte cuando el propio sistema de evaluación chileno establece que el 40% de sus alumnos de educación básica no alcanzan un nivel mínimo de suficiencia.

Si observamos a Brasil, la situación no es distinta. El rendimiento de los alumnos del sector socioeconómico más elevado es menor que el del sector más pobre de la OCDE. Está todo dicho. Es un país enorme, con una gran riqueza geográfica y étnica, muy diverso en sus regiones pero amalgamado por el color y la música. El dilema es: ¿cómo hace para sustentar un crecimiento importante sin cuadros formados?

Como se aprecia en toda la región, la resistencia a la evaluación de resultados es consistente y problemática. No se acepta el cambio, no se quieren cambiar métodos, molesta aumentar las cargas horarias. Las gremiales de docentes, poderosas, con gran capacidad de agitación, se han transformado en una fuerza conservadora. Anidan allí los que en su tiempo Fernando Henrique Cardoso llamó “las utopías regresivas”, ese sueño no realizado de una sociedad sin clases que parece que algún día hubiera existido, del que se habla como si no hubiera fracasado una y otra vez en el empeño colectivista que llevó al autoritarismo y la pobreza.

Ahora que el festival de los precios y los capitales terminó, la realidad está golpeando. Después de la fiesta queda la resaca. Las tres economías mayores Argentina, Brasil y México, están estancadas. México, asociado a la economía norteamericana, tendrá en ella su motor de arranque. Brasil y Argentina dependen de su propia capacidad para insertarse en el mundo. ¿Cómo lo harán si no se desprenden de estas rémoras del pasado, si no emprenden un gigantesco esfuerzo para promover a su gente y transformarla en ciudadanos de la globalidad?


(Publicado en El País de Madrid el 21 de junio pasado)




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