Edición Nº 1017 - Viernes 22 de noviembre de 2024

Las aventuras democráticas

Por Julio María Sanguinetti

Mirar hoy el panorama del mundo es asomarse a un catálogo de extravagancias políticas de las que emanan lecciones no siempre bien asimiladas. Los pueblos votan, pero entre la debilidad de los partidos, la democracia mediática que alimenta los “outsiders” y la corrupción, se vive un descomunal desconcierto.

El caso de Venezuela es, entre otros latinoamericanos, el paradigma del abismo al que puede llevar la desaparición de los partidos políticos. No fue Chávez quien eliminó a la Democracia Cristiana (COPEI) y a la Socialdemocracia (Acción Democrática), los “copeyanos” y “adecos” tan populares en su tiempo. A la inversa, el debilitamiento de los dos partidos históricos es el que generó el espacio para que un coronel golpista como Chávez se hiciera del poder, se encontrara con la suerte de un enorme botín petrolero y llevara el país al desastre sin precedentes que hoy sufre, cuyo sucesor se encargó de profundizar hasta el paroxismo. Recordemos que el Dr. Rafael Caldera, Presidente en el período l969-1974, retornó luego en 1994, fuera de su partido, expulsado del Copei que él mismo había fundado medio siglo antes.

Si cruzamos el Atlántico, nos encontramos con una España casi sin gobierno desde el mes de diciembre, en que se eligió el Parlamento. Como nadie pudo configurar una mayoría, se volvió a las urnas y el reciente 26 de junio reforzó la mayoría relativa del Partido Popular del Presidente Rajoy, que añadió 14 diputados más. Igualmente no le alcanzan para formar gobierno, ni aun con los 32 de Ciudadanos, partido bastante afín en ideas. El hecho es que la victoria del PP no es aceptada ni moralmente por el resto, de modo que todo sigue trancado. Lo único claro es que el viejo bipartidismo español, el que garantizó el período más libre y próspero de la historia de España, está terminado. Ya no están solos, además de ellos, los clásicos partidos nacionalistas catalán y vasco. Ahora hay una coalición a la izquierda del PSOE y un nuevo partido en paralelo del PP. Amén de que los catalanes entraron en una deriva independentista radical. El resultado de esta confusión es la ingobernabilidad.

Siguiendo por Europa, lo de Inglaterra no encaja con su clásica flema política aunque sí con su histórica tradición isleña, que le ha hecho siempre mirar de reojo a Europa. El Primer Ministro Cameron, asediado por una división interna de su partido, prometió en la campaña un referéndum para dilucidar si seguían o se iban de la Unión Europea. Ganó el voto por irse, Cameron —que había defendido ardorosamente la permanencia en el conglomerado europeo— anunció su retiro y ahora no hay quién se haga cargo. Para empezar, el mayor dirigente conservador que estuvo por la salida (“Brexit”), Boris Johnson, ya renunció a la posibilidad de asumir el cargo de Primer Ministro y organizar la salida de Europa que él prohijó. El líder de un tercer partido separatista, Nigel Farage, también renunció. Los conservadores procuran trabajosamente que alguien se haga cargo, mientras los jóvenes no ocultan su enojo por la votación realizada, escoceses e irlandeses amagan separarse del Reino Unido y el poderoso sistema financiero londinense se agarra la cabeza. La comedia del referéndum ha terminado en drama.

Mientras tanto, en Viena, anulan una elección presidencial por irregularidades, al mejor estilo latinoamericano, y convocan de nuevo a unas elecciones que abren una renovada chance para el sector ultra derechista del país, notoriamente filo-nazi. Y en Italia, el partido del humorista Bepe Grillo gana las alcaldías de Roma y Turín, nada menos.

Está claro que los populismos ya no son un patrimonio latinoamericano. El extravagante Donald Tramp amenaza a Hillary Clinton, cuya capacidad es reconocida pero que parece no ser tan simpática como ese histrión demagogo que le dice a cada cual lo que quiere oír. No creemos que gane, pero que un 40% de los EE.UU. piense que ese señor , xenófobo e intolerante, de mamarrachesco aspecto, pueda ser Presidente de los EE.UU., es horroroso. El Partido de Lincoln y Eisenhower estaría en un impensable deterioro.

En Perú, llega Pedro Pablo Kuczynski, un serio economista, pero en la primera vuelta solo obtuvo un 23% y en el balotaje le ganó a la hija de Fujimori por menos de un pelo porque le votó una izquierda que no le quiere ni ver en la sopa y que ya anuncia su actitud opositora. El APRA, el viejo partido de Haya de la Torre, está disminuido a la mínima expresión y Acción Popular, el viejo partido de Belaúndy Terry, ha hecho una interesante campaña, pero terminó aplastado por la polarización a favor y en contra de los Fujimori, que sigue dominando la política peruana.

Como se aprecia, estamos en un mundo de aventuras. Es verdad que los partidos políticos, con sus historias de corrupción (escandalosas en Brasil y Argentina) han hecho mucho para el desprestigio de la política. Pero está claro que las aventuras al margen de ellos terminan en la inestabilidad y el desgobierno. O se producen movimientos regeneradores adentro de las clásicas estructuras o se marcha hacia un tiempo de irracionalidad incompatible con la vida democrática. Este no es —no debería ser— el reino del blanco y negro, el teatro de las emociones momentáneas, sino un paciente ejercicio de sumar voluntades detrás de programas serios, aptos para sobrevivir en medio de una rampante globalización que lleva por delante a quien no quiere entenderlo. Basta ver lo que pasa con Uber en las capitales del mundo para entender que la tecnología es imparable y que el sosegado mundo de las corporaciones o las burocracias administrativas, se adapta o se ahoga.



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