Las intolerables demoras médicas
Por Julio María Sanguinetti
El sistema de salud está haciendo agua por todos lados. Como ocurre con todos los grandes esfuerzos de planificación integral, la vida rápidamente demuestra que es mucho más imaginativa que cualquier burócrata. La teoría era que todo se iba a racionalizar, que los hospitales públicos iban a estar mejor por descarga de gente y que, a su vez, miles de trabajadores iban a obtener un tratamiento mejor en las mutualistas. La realidad sabemos que ha sido todo lo contrario: las mutualistas lucen recargadas y superadas, mientras los establecimientos del Estado adolecen de todo tipo de carencias. Realmente cuesta entender lo que pasa para quien observa desde afuera.
Estos días ha salido a luz uno de los peores aspectos del sistema, que raya con el delito de omisión de asistencia. Se trata de las demoras en las consultas a los médicos especialistas.
Bien se sabe que hay médicos específicos que por su prestigio suelen ser sobredemandados y ello impone demoras explicables. Pero siempre, cada institución, debe tener disponible la respuesta positiva de un profesional adecuado a la situación.
Por supuesto, el tema no es de hoy, como se dice habitualmente. Pero que en la actualidad es más grave que nunca, es tan notorio que no precisa más demostraciones. Es un runrún permanente, con ejemplos cotidianos que todos escuchamos a nuestro alrededor.
Felizmente, el Ministerio se ha dado por enterado y está inspeccionando. Las informaciones que han trascendido públicamente son, pese lo negativo, más bien idílicas. Honestamente, no creemos que esas citas en promedio de uno o dos días sean lo que ocurre de verdad. La realidad incuestionablemente es mucho peor, pero por lo menos hay una pauta de lo que funciona algo mejor o peor. En el interior, da la impresión que es catastrófica la carencia de especialistas y, en general, que el costo de exámenes sencillos es una demasía para ciudadanos modestos que han accedido con ilusión a muchas mutualistas y no pueden enfrentar patologías usuales.
No hay duda de que la solución es muy difícil y está referida a organización pero también a los costos. Es como el tema del Fondo Nacional de Recursos, que sigue agobiado por atender técnicas que, por su habitualidad, ya deberían haber pasado a la asistencia ordinaria (diálisis y cateterismos cardíacos, por ejemplo), pero que no se trasladan para no recargar la cuota mutual. La consecuencia, en este caso, es que medicamentos de vanguardia o técnicas novedosas, que deberían ya estar introduciéndose en el país, se postergan, en muchos casos con el desesperado reclamo del paciente. Hasta la Justicia ha intervenido en varias circunstancias y no es por ese camino que llegaremos a buenas soluciones. En otras situaciones, intervenciones no urgentes imponen una larga limitación a un paciente, que no corre riesgo de vida, pero sí enormes cargas laborales y de sufrimiento, como es el conocido caso de las prótesis de rodilla, en que la lista de espera es interminable.
La medicina es cara. Aquí y en todas partes. Los sistemas generales son complejos. Hay hasta estupendas películas de cine que revelan sus grietas, como la muy notable “Las invasiones bárbaras”, descarnada descripción del tema en Canadá.
La experiencia histórica nos muestra, en el caso uruguayo, que la temprana aparición de las mutualistas, vinculadas a las colonias de inmigrantes, compartiendo la responsabilidad con el Estado, fue ofreciendo un sistema muy razonable, de positiva evolución. La creación del Fondo Nacional de Recursos fue otro paso trascendente, cualitativamente y en el plano de la equidad social, al poner las tecnologías más onerosas y nuevas en un plano de acceso igualitario para todos. Se trataba de seguir mejorando y corrigiendo cuando la fantasía marxista de Daniel Olesker nos introdujo en la maraña del Fonasa y hoy estamos atascados en un sistema que —como en toda la construcción socialista— debilita la preocupación por la excelencia y termina igualando hacia abajo.
El tema se ha intentado resolver dogmáticamente. Es la hora de salirse del catecismo “progresista” y buscar caminos realistas para mejorar una asistencia que se está dualizando progresivamente entre quienes pueden y quienes no pueden. En nombre del progresismo y los más necesitados, se está bajando a todos. ¿Alguien cree, honestamente, que un trabajador común, que hoy accedió al Fonasa, está mejor asistido cuando un análisis de sangre y orina le sale alrededor de mil pesos?
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