Por Julio María Sanguinetti
Suele discutirse sobre "cómo está el país" y no faltan encuestas que intentan registrar simplificadamente, a ese respecto, los estados de ánimo de la sociedad. El desafío, en realidad, es otro: habida cuenta de las circunstancias, ¿el país está lo mejor posible?
Nadie puede despegarse del mundo en que vive. Siempre fue así y ahora más que nunca, cuando los fenómenos se universalizan instantáneamente. Así es como la situación internacional se transforma, también, de modo fulminante, en un fenómeno local. La pandemia fue universal pero también muy uruguaya, muy cercana a nuestras vidas. La guerra europea transcurre en la Europa del Este, pero la tenemos en nuestras puertas: inflación generalizada, escasez de algunos alimentos, reconversión energética, precio del combustible. No es una serial de guerra que miramos en la televisión, un fenómeno lejano para preocupar sólo a los ricos del Norte.
Basta mirar la inflación de los EE.UU., por encima del 8%, la de Brasil, en un 12%, y la Argentina, volando encima de un 50,60 %, para entender que es fundamental impedir que la inflación se desboque y retomemos las inflaciones de dos dígitos. Tan importante como el nivel del salario nominal es el guarismo de inflación, porque es la relación que define el salario real, que nadie puede decretar. De buena fe y con un impulso generoso, se puede hacer mucho daño. Ya nuestro país conoció, en otros tiempos, lo que era la carrera entre precios y salarios en la que éstos terminan siempre perdiendo, aunque en ocasiones se viva la ilusión efímera del aumento, diluida luego en la elevación del costo de vida.
Desde esa perspectiva nos encontramos con un país que, luego de la caída del 2020 (un 6%), viene de crecer un 4,4% el año pasado y se confía en terminar este año con un porcentaje parecido. O sea, estaríamos recuperando ya el nivel de actividad anterior a la pandemia. Esta expansión se ha proyectado positivamente sobre el trabajo, estimándose una recuperación del orden de 90 mil empleos entre este año y el pasado. La desocupación, que se recibió del gobierno anterior en un 10%, hoy anda por el 8%.
En este mundo de incertidumbre, con una región incendiada, nuestro país está, sin duda, lo mejor posible.
Estos debates se trasladan ahora a la Rendición de Cuentas y no faltan quienes dicen que dado estos avances, hay que lanzarse ya a aumentos mayores que los ya adelantados para este semestre, de un 3% y 2%, respectivamente, a jubilados y funcionarios. Si hoy se ha podido anticipar ese aumento, a cuenta del de enero, es porque se han manejado las finanzas con cuidado, en un cuadro general de recuperación económica. De haber seguido las propuestas imaginativas que reclamaban una aceleración fuerte del gasto público, hoy no estaríamos pudiendo manejar este margen.
El gobierno ha definido como prioridades la educación, la seguridad y la ciencia. Es lo lógico, porque cuando todo es prioridad nada es prioridad.
Proponer, entonces, rebajas de impuestos y subas salariales, es iniciar el camino del retroceso. Más allá de algunos pequeños retoques que siempre puede haber, imaginar grandes cambios en esa dirección es convocar al déficit, el preludio de nuevos impuestos, más deuda externa y al mismo tiempo más atraso cambiario. Felizmente el déficit algo ha bajado este año, pero no nos imaginemos que llegó la hora de ir mucho más allá de las prioridades definidas.
No siendo economistas, la experiencia de años en la administración nos lleva a esas conclusiones tan elementales como realistas. Razón de más para cuidar de los equilibrios. No se trata de ortodoxia fiscal, que no la hay cuando llevamos a cuestas un déficit que el año pasado fue más del 4% del PBI y en el que corre confiemos en que no vaya más allá del 3%.
No olvidemos que es la inversión condición necesaria para mantener la actividad y cuidar el trabajo. Inversión extranjera e inversión nacional. En el desequilibrio nadie invierte, no mira hacia adelante. Por ello preocupan esos discursos desorbitados de la oposición, que no alientan a quienes apuestan por el país. Que, por ejemplo, sobre las medidas tomadas en el puerto, se lance un procedimiento judicial, denunciando a Ministros y jerarcas, no le hace bien a la institucionalidad. Que también se judicialicen las resoluciones sobre telecomunicaciones, es desviar el orden de los poderes. La Justicia no está para definir debates políticos. Debemos impedir que se genere un ambiente de inseguridad como el que tanto daño le ha hecho a la Argentina.
No estamos mal. Quizás no todo lo bien que nos gustaría. Pero sí lo mejor posible, en un mundo de incertidumbre y desequilibrios.
Por favor, miremos alrededor.