Edición Nº 1017 - Viernes 22 de noviembre de 2024

Los cuellos de botella de nuestro desarrollo

Por Julio María Sanguinetti

Productividad, educación y comercio libre son los ejes para la sustentación del país en los próximos años. Postergar su abordaje decidido, compromete la viabilidad del país.

La semana pasada se celebró el Día de la Construcción y ello dio mérito a algunos análisis sobre ese sector tan importante para la generación de empleo. Para empezar digamos que en 2014 había 117 mil trabajadores para los que la construcción era su actividad principal, lo que fue un incremento importante frente a los 80.000 que se desempañaban en 1998. Hoy estamos, sin embargo, con 46.000 en obras y 48.000 fuera de obras, o sea, un nivel relativamente bajo frente al de los años inmediatamente anteriores.

Estos números dan idea de la importancia de un sector intensivo en mano de obra, particularmente importante cuando la realidad del país marca que el crecimiento de estos años no se ha reflejado en el empleo. Y ello ocurre porque este crecimiento está en sectores como la comunicación, que no generan demanda adicional de recursos humanos.

Tanto o más importante que esa situación es la que refiere a la productividad. El Centro de Estudios Económicos de la Industria de la Construcción señala que en los últimos 10 años, se han invertido 1.400 millones de dólares en equipamiento y tecnología, pero la productividad por trabajador ha bajado un 20%. En vez de mejorar un 12% o 13%, se registra esa caída, que hace una brecha de productividad del orden del 30%. Estos estudios ratifican la idea general que se tiene sobre el exagerado costo de la construcción en el país, que hipoteca la inversión social y desalienta la inversión extranjera y nacional en obras de categoría.

Se toca así el fondo mismo del desafío del Uruguay todo. Así como la actividad agropecuaria en general muestra hoy una respuesta positiva a la inversión de los últimos años (un real aprovechamiento de la bonanza de la década 2003-2012), la industria —y otros sectores fundamentales de la actividad económica, como la energía— están muy lejos de acompasarse a las exigencias de los tiempos. No podemos mirar al futuro sin una mejoría realmente sustancial en nuestros costos de producción. Por supuesto, la productividad por trabajador no es el único elemento a considerar, pero es sin duda muy importante y en el ejemplo concreto de la construcción, es fundamental. En este caso se agrava porque los empresarios han invertido y, lejos de mejorar su ecuación, han retrocedido.

El PIT CNT debe pensar muy seriamente en este tema. No es política ni ideología, es simple sobrevivencia. De lo contrario, iremos cada día un poco para atrás hasta que ya sea tarde y nos demos cuenta de que no tenemos condiciones para sustentar nuestra seguridad social.

Esta reflexión nos lleva de la mano a la educación. Leíamos en el diario francés “Le Figaro” que el año pasado la actividad bancaria en ese país perdió algo así como 40 mil empleos, pero —sin embargo— se había contratado una cantidad similar. El tema es que éstos que entraban tenían un nivel mucho más alto que los empleos perdidos o los trabajadores que estaban sustituyendo. Las actividades menos complejas ya estaban mecanizadas y, en consecuencia, la formación exigida era sustancialmente mayor. O sea que levantar el rendimiento educativo es una condición existencial. No hay futuro posible sin un cambio fuerte de métodos, organización y rendimiento. Hay que sacudir rutinas, con todo el chirrido que se produce en estos casos. Pero el próximo gobierno no podrá esperar, ya que el actual, luego de fracasado su intento inicial, se ha limitado a flotar para no irritar al gremialismo dominante.

Ni hablemos de que es necesario seguir obteniendo mercados. La producción del país paga una fortuna en impuestos a las importaciones que nuestros competidores se saltean por los acuerdos de liberalización comercial. El caso de la carne en China es bien conocido, frente a Australia y Nueva Zelanda, que tienen menos costo de flete y entrada libre. Hay que enterrar el temor a los tratados de libre comercio.

Luego nos enfrentamos al precio de la energía y al costo del Estado en general, que ha ido creciendo sin una contrapartida que compense ese peso. El sistema de seguridad social, que se salvó de la quiebra (y la del país) con la reforma de 1995, está siendo toqueteado peligrosamente. Ya la ley de 2008 introdujo retrocesos sustantivos que hoy se traducen en pesados gravámenes. Ahora se habla de los famosos “cincuentones”, que es otro retroceso, porque en vez de darle la opción al jubilarse, se les quiere obligar a salir de la AFAP para entrar al Banco de Previsión Social, con el consiguiente costo multimillonario, que ha abierto una fuerte discusión numérica. Invocando la justicia social, marchamos directo hacia los abismos de la injusticia.

Días pasados, alguien vinculado al gobierno me decía que él no conocía casos en que, por los costos internos y la constante agitación gremial, se hubieran perdido inversiones productivas. Mi respuesta fue doble. Por un lado, que basta mirar la negociación con UPM y lo que ocurre en las zonas francas, para advertir inequívocamente que en las condiciones normales no se puede invertir. Solo se hace con desgravaciones y beneficios sustantivos. A lo que le añadía que quien observe un vuelo aeronáutico al Paraguay, advertirá la cantidad de empresarios uruguayos, la mayoría medianos, que están trabajando ya en nuestro vecino. Estos son hechos y es una pena que no se quieran ver.



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