Por Julio María Sanguinetti
Una vez más, esta semana se ha detenido la enseñanza. En un sistema cuya prestación en horas está por debajo del mundo entero, se siguen perdiendo días de trabajo educativo, como si estuviéramos viviendo en el mejor de los mundos.
Gremiales poco atentas a su deber de educar, indiferentes ante los malos resultados que registran nuestros jóvenes, siguen parando sus actividades. Desde ya que hay un reclamo salarial explicable, que no requeriría de paros y podría hacerse sentir públicamente por mil y un modos. Pero no es así, el paro es una gimnasia ya asumida y se aplica sin pudor. En el caso, la enseñanza se detiene todo el día, colgada a un paro parcial del PIT-CNT, con lo que su propia plataforma queda desdibujada en un mar de escarceos preparatorios del presupuesto nacional.
Al reclamo salarial se le agregan consignas que denotan una mentalidad retrógrada y son testimonio inocultable de la dificultad para renovar. Se cuestiona la actuación de la Ministro de Educación, que ha osado hablar —justamente— de educación; se condena que se tomen decisiones programáticas sin consultar a las gremiales (como si existiera esa obligación) y, para colmo, se proclama el rechazo al TISA, el “acuerdo sobre el comercio internacional de servicios”, que naturalmente no tiene nada que ver con la educación y solo es un viejo reflejo de la izquierda obsoleta.
En ese entorno, se insiste en que hay una especie de plan diabólico para “privatizar” la educación. Se ponen como pruebas el “contrasentido” de la aspiración del sindicalista Richard Read de fundar un liceo para hijos de trabajadores del sector de la bebida y que al propio Presidente se “le escapó” la idea de usar “vouchers educativos” como en Chile.
Naturalmente, el tal plan es claro que no existe y el gobierno no ha manifestado nada en esa dirección. El problema es que reclamos como el del sindicato de la bebida revelan un estado de opinión generalizado sobre la caída en la calidad de la educación pública. Es notorio que gente modesta está haciendo un esfuerzo enorme para enviar a sus hijos a la educación privada. Según cifras oficiales, entre el 2004 y 2013 la matrícula de primaria ha caído un 16% en el sector publico y ha aumentado un 20% en el privado. No se trata de ninguna siniestra conjura sino sencillamente de que la familia uruguaya siente la necesidad de volcarse a los establecimientos privados, así como tradicionalmente era un orgullo pertenecer a los oficiales.
Personalmente, hice primaria en el “Elbio Fernández”, matriz de la escuela laica, los cuatro años de liceo en el N° 1 José Enrique Rodó y los dos de “preparatorio” en el Instituto Alfredo Vázquez Acevedo. Mucho le debo a todos ellos y para mi generación eran un orgullo. Es verdad que la enseñanza de entonces no tenía la masificación de hoy. Había solo siete liceos públicos en Montevideo, cuando hoy son 72. Ya no es posible una pequeña Sorbona como era “el Vázquez” de la época, pero no por ello el nivel promedio tiene que bajar tanto, al punto de que a la enseñanza pública se va cada día más por resignación que por opción. Y esto empieza justamente en el orden, en la regularidad de las clases, en el clima interno, en la seguridad… Parece mentira, pero hasta la seguridad hoy es un valor en ese ámbito.
El ex Presidente Mujica dijo que a los gremios de la enseñanza hay que “reventarlos”. Es una expresión muy propia de él. Más allá del exabrupto, revela que desde todos los ángulos de la opinión se observan a estas gremiales como un factor de atraso. Como entidades corporativas que, más allá del reclamo salarial, solo repiten consignas tan desencaminadas como este maldecido TISA, que —una y otra vez— se ha aclarado que no es más que un intento de acuerdo de liberalización en el sector servicios, fundamental en nuestro país.
Todas las alertas que se hagan sobre la educación son pocas. En nuestro país y en la región. Pero no parecen llegarle para nada a las gremiales docentes que, encerradas en sí mismas, siguen en su mundo de eslóganes. El Presidente Vázquez les reclamó resultados en el Consejo de Ministros que se desarrolló en Dolores. Ojalá sea así. Pero la realidad no nos alienta a pensar que estamos en el buen camino. Todo lo contrario.