Marihuana y sentido común
Por Julio María Sanguinetti
El planteo de legalización de la marihuana que lanzó nuestro gobierno tuvo, como era de esperar, una repercusión internacional realmente resonante. Asumir el rol del primer Estado narcotraficante asombró a muchos. Otros se quedaron simplemente en la legalización y lo vieron con simpatía. Casi todos opinaron sobre titulares, sin analizar el contenido y el contexto insólito de la propuesta, brindando opiniones a veces extravagantes por lo alejadas de nuestra realidad.
El debate nacional, por su lado, ha ido decantando y luego de dos semanas en el exterior, advierto que han ido quedando definidos aspectos fundamentales.
La unanimidad de profesionales del tema ha dejado en claro que no tiene el menor sentido pensar en legalizar la marihuana como posible método para alejar de su adicción a los consumidores de pasta base. O sea que la introducción del tema dentro de una propuesta de seguridad pública se ha revelado como una improvisación sin el menor fundamento.
Otra conclusión sin atenuantes es que el Estado uruguayo estaría violando compromisos internacionales asumidos. La Convención de Viena, ratificada por ley uruguaya, lejos de autorizar una deriva como la propuesta, obliga a los Estados parte a calificar como delito la producción y distribución de tales sustancias.
El Mecanismo de Evaluación multilateral de OEA, por su parte, nos compromete a ejercer una vigilancia activa para impedir su difusión.
También se ha reconocido, como lo está en el mundo entero, que la marihuana es nociva para la salud. En algunos países incluso ha sido llevada a la categoría mayor de droga, tomando en cuenta el resultado de investigaciones que, con la perspectiva del tiempo, han podido evaluar sus daños como no ocurría anteriormente. En otros ámbitos no se llega a conclusiones tan drásticas, pero nadie -nadie en serio por lo menos- niega que es dañina.
Estas tres conclusiones claras y hoy indiscutidas, nos llevan a un simple razonamiento de buen sentido. Cualquiera sea el camino que adoptemos, ¿no es imprescindible realizar una muy amplia e inteligente campaña para desalentar el consumo de marihuana? Si se llegara a legalizar, con el consiguiente riesgo de elevación del consumo, ¿no estaríamos obligados como sociedad a advertir sobre sus riesgos e intentar, por todos los medios posibles, reducir esa difusión?
Habiéndose obtenido razonables resultados con el consumo de tabaco, más amplio e históricamente arraigado en nuestra civilización, ¿no cabe pensar en algo análogo para esta droga que se aproxima a los jóvenes con una atrayente aureola de rebeldía y libertad?
Aun sin entrar al debate de la legalización, que, aunque en retroceso, persiste en el mundo; aun sin discutir sobre el disparate de la producción por el Estado o su compra para posterior distribución; alejándonos incluso del irreal mecanismo propuesto, que comienza con un impracticable registro de consumidores, ¿no piensa el gobierno que debería hacerse algo para que los jóvenes reciban información adecuada y la población en general elementos de juicio científicos sobre las consecuencias de la marihuana? ¿O es que además de legalizar vamos a propiciarla?
En lo personal no nos resignamos a que bajar los brazos sea lo mejor, simplemente porque el consumo ha crecido y es popular en ciertos sectores de la juventud. Pero aun sin introducirnos en ese debate, ¿no se advierte que es groseramente contradictorio con un enfoque responsable de la salud emplear todos los medios que se han usado contra el tabaco y al contrario instalar el permisivismo sobre este otro vicio?
En el caso del tabaco se ha tenido que luchar con un prestigio tradicional, con un consenso histórico que se instaló incluso cuando no había conciencia de la magnitud de sus males. En nuestra juventud ni idea teníamos del potencial cancerígeno del cigarrillo.
Pese a todos esos inconvenientes, se ha avanzado mucho en la limitación del tabaco. Los médicos y educadores, en gene-ral, han sido un auxiliar notable en esa labor. Hecho todo lo que se ha hecho contra esa ese vicio, muy maligno pero que -en todo caso- no cambia la conducta del fumador, ¿no se propone nada en serio para dejar en claro que la marihuana no es algo deseable?
En estos días, el mensaje subliminal que flota en el ambiente es que consumir marihuana es algo normal y hasta deseable. Es lo que hemos observado en muchos países en los que se legalizó el consumo y más tarde retornaron -o están retornando- ante su expansión. Ya que el gobierno se jacta de su valentía en instalar el tema en el debate nacional, lo primero que debería hacer es explicar, clara e inequívocamente, que legal o ilegal, no es un buen camino recurrir a esas drogas.
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