Masoller, la batalla que cambió la historia
Por Agustín Manta
Hoy 1° de setiembre se cumple un nuevo aniversario de la batalla de Masoller, el último enfrentamiento de la revolución del año 1904. Nos parece pertinente recordar, entonces, aquella jornada de acontecimientos trascendentes, tras la cual Uruguay nunca volvería a ser el mismo.
Le pido disculpas al lector por tomarme quizá unas líneas de más para así explicar el preludio de este enfrentamiento y la situación en que se encontraba la república en los albores del siglo XX. La descripción breve de estos hechos nos permitirá entender el verdadero alcance y significación de aquello que estaba en pugna.
El Uruguay del 900 es muy distinto del que se transformaría tras los acontecimientos de Masoller. La República recibe el nuevo siglo atosigada por problemas de antaño, disputas y enfrentamientos que se remontaban a los inicios mismos de la vida independiente. La controversia entre el Partido Colorado y el Partido Blanco se encontraban en un nuevo punto álgido, el caudillismo era la moneda común en la campaña y los contantes levantamientos eran parte del folclore nacional que se había arraigado en los orientales de aquellos tiempos.
Ciertas circunstancias que agraviaban a la Nación deben ser tenidos en cuenta. La inestabilidad política en esos años era patente: pocos años antes había tenido lugar el asesinato del presidente Idiarte Borda, que había liquidado la revolución de 1897 pero al precio del llamado “Pacto de la Cruz”, la posterior presidencia de Juan Lindolfo Cuestas que derivó en un golpe de estado, a las que se sumaban acontecimientos económicos y el peso del progreso. Todas esas circunstancias hacían evidente que el Uruguay debía tomar un nuevo rumbo si quería adaptarse al mundo moderno.
El ascenso a la presidencia de José Batlle y Ordoñez presagió los cambios que tanto necesitaba el país, que tan requeridos eran para el Uruguay del porvenir. Pero como a ocurrido siempre en la historia los nuevos tiempos dejan atrás otros y los que van quedando atrás, regularmente se aferran al conservadurismo, intentando evitar la idea del progreso. Eso es, en definitiva, lo que estaba en pugna cuando en 1904 Aparicio Saravia emprende la que sería la última guerra civil. Los que confrontaban eran, ni más ni menos, dos modelos, dos formas de ver el mundo y el futuro, una caudillista y ruralista, encabezado por Saravia, y otra, urbana, industrializadora e institucionalista, guiada por Batlle y Ordoñez.
El inicio de la primer magistratura no comienza con buen augurio para Batlle, los problemas de antaño reviven con fulgor, la paz entre blancos y colorados se arrastraba frágil desde el Pacto de la Cruz que había puesto fin al conflicto de 1897. El mismo determinaba la coparticipación en el nivel de los gobiernos departamentales: los departamentos de Maldonado, Flores, Cerro Largo, Treinta y Tres, Rivera y San José tendrían Jefes Políticos nominados directamente por los blancos.
A escasos días de la asunción de Batlle, ya existe un primer alzamiento de Saravia luego de que el Presidente designara como en las respectivas Jefaturas Políticas de dos departamentos a blancos de Acevedo Díaz, que había votado en la Asamblea General por Batlle, en tanto los blancos “oficiales” respaldaron al colorado “cuestista” Eduardo Mac Eachen. El alzamiento logra ser contenido tras arduas negociaciones encabezadas por José Pedro Ramírez y Alfonso Lamas, las que terminan en una paz aún mas frágil que la anterior (el llamado “Pacto de Nico Pérez”) porque el acuerdo —como los anteriores— parece haber incluido cláusulas verbales que el Presidente Batlle después afirmó rotundamente no tener conocimiento de ellas, por lo cual era una paz sustentada en un malentendido. La principal cláusula no escrita era un supuesto compromiso que había asumido el gobierno de no enviar tropas a ninguno de los departamentos con Jefaturas blancas.
Comenzado el año 1904 las diferencias se hacían irreconciliables porque el Presidente se negaba al gobierno bicéfalo, al quiebre de la autoridad del Estado, lo cual había proclamado antes de ser elegido Presidente: “La aspiración de la próxima lucha electoral debe ser el gobierno del partido. La consecuencia necesaria del triunfo de ese principio debe ser la reconquista de los departamentos”.
A raíz de un incidente fronterizo en Rivera, ocurrido en diciembre de 1903, el gobierno envía tropas a ese departamento, cuyo jefe político era blanco, y eso disparó el levantamiento definitivo de las tropas comandadas por el caudillo nacionalista Aparicio Saravia. Vale destacar la posición de inferioridad que se encontraban las fuerzas del Partido Nacional respecto a los efectivos del gobierno: la diferencia armamentística era notable, la carencia de suficientes armas de fuego seria una constante en el ejército nacionalista, ocasionando claramente la imposibilidad de un enfrentamiento total, prefiriendo así los blancos las tácticas de demora, intentando mermar la voluntad de combatir del gobierno y obtener el mejor acuerdo de paz posible. El rifle Mauser, la incorporación de algunas ametralladoras y el uso del tren, le conferían al gobierno el poder de fuego necesario así como la capacidad de rápido desplazamiento por el territorio. Batlle estaba seguro que era la forma de unificar al país y no estaba dispuesto a ceder.
Las redadas y escaramuzas alcanzaron su clímax el 1º de setiembre de 1904, cerca de la localidad de Masoller, en el norte del territorio patrio. Las fuerzas gubernamentales llegaron desde el sur, dirigidas por el mismísimo general Eduardo Vázquez, hasta ese entonces Ministro de Guerra, relevando al general Muniz en el mando del ejército del norte. Las tropas blancas, al mando de Saravia, volvían hacia el este con renovado vigor tras conseguir nuevos pertrechos que hacían suplir la ventaja inicial que contaba el gobierno. Un enfrentamiento decisivo era inminente.
La batalla comienza en las horas previas al 1º de setiembre, cuando las vanguardias e ambos ejércitos se apresuran, viendo el inminente choque que ocurrirá al tomar la estratégica Cuchilla de Haedo. Los hombres del ejército del norte a las órdenes de Vázquez lograron tomar estas buenas posiciones que le otorgaban una ventaja defensiva ideal, sabiendo que su enemigo se aproximaba desde la Cuchilla de Belén.
A las 3 de la tarde de aquel día y con los ejércitos desplegados, se inicia la batalla con el estruendo de la artillería gubernista sobre toda la línea blanca, que responde con un avance de Basilio Muñoz sobre el Cerro de los Cachorros desde el cual la artillería del gobierno su avance es detenida por el accidentado terreno al igual que otro avance de la reserva nacionalista, que viendo una posible brecha en las fuerzas del gobierno se lanza con la intención de cortar las mismas, situación que finalmente se endereza para el ejército colorado con la intervención de varias divisiones de caballería que sostienen el frente hasta que se estabiliza la línea con un par regimientos de cazadores, media división del regimiento primero y el sexto, que se ubicaba en la reserva del ala derecha.
Entre tanto, el fragor de la batalla en el ala derecha hacer retroceder a los nacionalistas, que cede terreno, la situación se prologa durante 3 horas causando numerosas bajas para ambos bandos. Las tropas blancas intentan un último esfuerzo por quebrar el espíritu de lucha del ejército colorado y en un movimiento atrevido, lanzan un asalto al ala izquierda colorada, con intención de desbordarla y así poner en fuga al ejército de Vázquez.
La situación cambia inesperadamente cuando una bala hiere de gravedad al caudillo nacionalista. Pese a los intentos de ocultarlo, la noticia se esparce entre filas blancas y la moral se desploma. Las tropas blancas, eran un ejército saravista; sin Saravia al frente, sus ánimos y posibilidades languidecían como lo hacía su malherido caudillo, quien falleciera el 10 de setiembre, luego de nueve días de agonía.
El final del día decantaba una victoria colorada. No fue una victoria más, no fue una reyerta más, como muchas del siglo XIX. Con la muerte de Aparicio Saravia, la última guerra civil de la historia nacional había culminado y ganó la modernidad. El triunfo fue absoluto, permitiéndole a Batlle iniciar las reformas transformadoras que el país necesitaba para estar a la vanguardia de los acontecimientos e inició el periodo político más rico de nuestra historia.
Masoller fue, pues, el final de una época y el comienzo de un nuevo tiempo: allí comenzó el siglo XX para la República.
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