Neymar Jr., mucho más que fútbol
Por Julio María Sanguinetti
Deporte, negocios y política siempre se entrelazaron pero hoy lo hacen más que nunca.
El fabuloso pase de Neymar al París Saint Germain (PSG), produjo un revoltijo sensacional en el mundo del fútbol. Pagó la cláusula de rescisión al Barcelona (222 millones de euros) y firmó un contrato cuyos términos no se conocen exactamente pero que supone algo así como 30 millones por mes para el jugador, 35 millones de comisiones ligadas a la transferencia y que el Estado francés recaudará 37 millones anuales de ingresos fiscales. En una palabra, el pase más caro de la historia y el jugador mejor pagado del mundo pero, mucho más allá, un negocio con implicaciones geopolíticas muy importantes que vale la pena mirar. Estamos lejos, en apariencia, pero bien sabemos que el mundo global es realmente global y nadie está lejos de nada.
Como se sabe, el PSG es propiedad del Qatar Investment Authority y su presidente es el Jeque Nasser Abdullah Al Kalaïfi, un ex tenista qatarí , empresario multimillonario. Ese fondo soberano, que se supone que administra hoy bienes por 335.000 millones de dólares, fue fundado por el anterior Emir de Qatar para hacer trabajar los inmensos ingresos del gas y el petróleo.
Este avance quatarí se despliega en todos los deportes y varios países. En España, por ejemplo, otro jeque Abdullah al-Thani, miembro de la familia real, ha hecho un acuerdo multimillonario con el club Málaga para construirle un centro cultural y deportivo. Pero, obviamente, lo más importante en esa materia es haber logrado ser la sede del campeonato mundial de fútbol de 2022, en una elección que ha dado lugar a todo tipo de sospechas y al cuestionamiento de mucha gente de fútbol por el calor abrasador de ese país y la dificultad de jugar en él.
En los últimos años, Qatar ha sido sede de torneos mundiales de atletismo, natación, balonmano, gimnasia artística, golf, en un despliegue conducido por el joven emir Tamim bin Hamad Al Thani, que ha inscripto el deporte internacional como parte fundamental de su estrategia diplomática. Llegó al poder por renuncia de su padre, quien a su vez había dado un golpe de Estado a otro miembro de su familia. Tiene la mejor formación militar, graduado en Sandhurst, la legendaria academia inglesa.
Por supuesto, comprar el PSG ha sido una operación rutilante de propaganda, como lo es también su cadena de televisión Al Jazeera, difundida en el mundo entero, y su línea aérea (Qatar Airways), ampliamente promocionada en la camiseta del Barcelona. Esta acción diplomática tiene hoy una particularísima significación cuando han roto relaciones con Qatar nada menos que Arabia Saudita, Egipto, Yemen, Libia, Emiratos Árabes Unidos y Bahrein. Le acusan de financiar el terrorismo, cosa que niegan rotundamente los qataríes. Ahí es donde se abre una gigantesca nube negra, porque la misma acusación ha estado lanzada durante años contra Arabia Saudita, la potencia sunita opuesta a la creciente influencia chiíta de Irán. Es un mundo que mezcla religión, dinero, influencias políticas y un modo de actuar sin la menor restricción ética. Por eso los chiítas han estado financiando a Hezbolá y los sunitas sauditas se supone que a Al Qaeda, Hamas y el propio ISIS.
Detrás de este juego, a la distancia montevideana, cabe preguntarse qué es lo que hace EE.UU. asociado a la vez a los sauditas y a los ahora aislados qataríes. Su lucha contra el terrorismo, real y riesgosa, rechina con estas amistades. Tanto es así que la base militar mayor de los Estados Unidos en el área está situada cerca de Doha, la capital qatarí. Allí está instalado el Centro de Operaciones Combinadas, que maneja el poderío aéreo norteamericano desplegado en el área y tiene situada allí una flota de 100 aviones ( incluso sus mejores bombarderos), que operan desde una pista de casi 4 kilómetros. Se dice que allí, día y noche, opera una aeronave cada 10 minutos.
Cuesta creer, entonces, que EE.UU. abandone fácilmente a ese socio, hoy cercado, pero la angustia universal es que al frente de la potencia mayor está un hombre sin preparación para la responsabilidad que ha asumido y que todos los días demuestra tanta ignorancia como personalismo.
El fútbol europeo, entonces, ha pasado a ser parte de una estrategia geopolítica muy compleja. Hay mucha gente operando para impedir que Qatar sea la sede del mundial que comienza en cinco años y mucha otra negociando con los qataríes en nombre de variados intereses. En el caso comentado, lo que mueve a perplejidad es cómo la avasalladora popularidad del fútbol pasa a ser parte no solo de la industria del espectáculo sino de la política espectáculo y de un ajedrez internacional que no excluye la guerra. Esos países árabes inmensamente ricos, manejados arbitrariamente por esos jefes arcaicos o esos santones religiosos aún más primitivos, terminan incidiendo en el mundo occidental de un modo determinante. A partir de la popularidad de esos futbolistas que hoy ya sustituyen a los artistas de cine en esa dimensión misteriosa de las aficiones populares.
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