Edición Nº 1029 - Viernes 28 de marzo de 2025
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Pascua, Turismo y teología

Por Julio María Sanguinetti

Este año la Semana de Turismo resultó algo extraña en los medios de comunicación, porque apareció —sin que nadie lo pensara de antemano— el tema religioso. La gente, como siempre, hizo turismo más que meditación y los hoteles del Este llenos, así como las abigarradas presencias en el Prado y el Parque Roosvelt, fueron un testimonio vívido. Esta es una realidad social inocultable, como —mirando en perspectiva— la denominación de nuestro Estado laico, lo es que la denominación ”Semana de Turismo”, sigue instalada en el habla popular; así como, a la inversa, el “Día de las Familias” nunca pudo sustituir a la clásica Navidad.

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La Pascua judeo-cristiana constituye una tradición respetable y valiosa. Para el pueblo judío es una celebración de la libertad, porque conmemora la marcha de Moisés liberando a su pueblo de la esclavitud y conduciéndolo hacia la tierra prometida. La Pascua cristiana es una continuación de la anterior y homenajea el sacrificio redentor y a la vida. Desde ambas perspectivas, se trata de búsquedas espirituales que alguien laico y no creyente, como quien escribe estas líneas, respeta como tradición dentro de una civilización judeo-cristiana-grecoromana que en Occidente todos integramos.

Pensando así, nos ha desconcertado el Arzobispo Cotugno cuando preguntado por el diario “El País” sobre el mensaje de la Iglesia, en la Pascua, textualmente declaró: “Es un mensaje escandaloso, ya que implica decir que uno cree que un muerto resucitó. ¿A qué mente racional se le ocurre decir una cosa así? Nosotros lo decimos desde hace dos mil años, y nos conservamos como Iglesia porque está este hecho escandaloso, y tan es así que todo el cristianismo depende de este acontecimiento. Ya lo decía San Pablo: si Cristo no hubiese resucitado, nuestra fe sería vacía, hueca, no tendría sentido. Podremos pasar por seres credulones e irracionales, pero sin embargo es un hecho determinante.”

Es una respuesta bien alejada de la fe religiosa y de un sentido humanista como el que todos le podemos atribuir a las Pascuas. El pueblo católico, ¿avalaría una interpretación así?

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El Ministro de Turismo Héctor Lescano, que representa a un gobierno laico de un Estado laico, cada vez que habló estos días de la materia a su cargo, lo hizo mencionando la “semana de turismo-semana santa”, añadiendo ambas expresiones. Los ciudadanos comunes pueden llamar a la celebración como se los diga su convicción, pero el Ministro no. Para él la Semana de Turismo es eso: oficial y legalmente Semana de Turismo a secas y no la debería mencionar de otro modo.

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En cuanto al Ministro Fernández Huidobro, ha levantado una polvareda enorme que, según declara ahora, le tiene “podrido”, pero que solo ha ocurrido por su modo peculiar de referirse a la figura histórica de Jesucristo como un pobre “gil” que terminó colgado por pedir perdón… Por supuesto, la expresión —aun en lunfardo— es sustantivamente irrespetuosa cuando se trata de quien se trata y se le invoca; además, para justificar que no está dispuesto a arrepentirse de su pasado de violencia guerrillera, que desató —en plena democracia— un infierno cuyas consecuencias hasta hoy padece el país. O sea que se suman las irreverencias, la de forma y la de fondo, quizás ésta más importante aun que la otra.

Ahí volvemos a desconcertarnos con el Arzobispo: le contesta al Ministro sus expresiones sobre Jesucristo solamente con el silencio y en cambio se indigna por el ataque personal que a él le realiza y que lo toma como un agravio a la Iglesia por ser él la primera figura de la institución. Es muy extraño realmente.

Más allá de estas anécdotas, nunca está de más subrayar cómo nuestro país, con su laicidad del Estado, ha construido una sociedad tolerante. Las batallas ríspidas de principio del siglo XX han dado lugar a un clima de convivencia entre cristianos, judíos, agnósticos y ateos que es preciso cuidar. Después de estos chisporroteos, bien vale recordar la necesidad del celo con que se debe cuidar la actitud del Estado y la forma en que cada ciudadano expresa su personal convicción.



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