Por Julio María Sanguinetti
Pasada le elección municipal, la idea táctica de la concertación de los partidos tradicionales ha demostrado su razón de ser. De haberse extendido al litoral, hoy el mapa político sería otro.
En Montevideo, bastará hacer las cosas mejor para que la oposición pueda ofrecer una real alternativa a las mediocres intendencias frentistas, que en 25 años no han puesto una marca en esta Montevideo, cuyas magníficas ramblas, hermosos parques y amplios bulevares, fueron la obra de grandes intendentes e imaginativos urbanistas. Los que trazaron Bulevar Artigas cuando no había casi automóviles. O construyeron el Estadio Centenario en menos de un año. O abrieron una red vial que acercó los barrios y permitió a todos, más pudientes o más modestos, disfrutar de las mismas playas y jardines.
Se escuchan comentarios hablando de la fatiga de diez meses de comicios (de junio a mayo) y un año y medio de campaña. Antes había menos convocatorias electorales y, sin embargo, las salidas tempraneras de los candidatos estiraban también las campañas. Eran distintas, había más actos, más caravanas, más carteles, más ruidos y pasacalles. Y también más protestas contra las elites partidarias que elegían candidatos sin consultar a la gente. Con los nuevos medios de comunicación, los escenarios han cambiado y podrían seguir cambiando, para que no signifiquen tanto desgaste y no se diriman los balances en función de la mayor financiación. El nuevo sistema electoral lleva pocos años y ha venido funcionando bien. Puede y debe perfeccionarse, pero no al tambor batiente de un estado de ánimo momentáneo, nada distinto al que en su tiempo llevó a estas reformas.
Todos los líderes partidarios han tenido algo para lamentar. Desde el presidente Mujica, por el fracaso de su esposa, hasta nuestro amigo Larrañaga, a quien le fue bien en el país pero mal en su Paysandú. Como colectividad, nuestro Partido Colorado es quien más sufre, porque de las dos importantes Intendencias que ostentaba, ha perdido la de Salto, pese a la mayor votación de su historia. Dicho de otro modo: el tropezón de octubre no se ha equilibrado en mayo y ello impone a su dirigencia un enorme esfuerzo de reconstrucción.
No es hora de reproches ni de enconos. Los partidos no se agrandan dividiendo o expulsando sino convenciendo y sumando, procurando nuevamente el aporte de quienes circunstancialmente puedan haberse alejado de la conducción. Los nuevos liderazgos, siempre necesarios, solo nacerán de la esperanza que generen, del espíritu afirmativo que ofrezcan y sobre todo de que la colectividad histórica se reencuentre con sus causas. Las que le hicieron grande. La de la educación popular hoy maltrecha, la de la seguridad social para promover y no para igualar hacia abajo, la de modernizar la producción del país, como lo hizo en su tiempo el batllismo clásico y lo hizo también en los últimos años con la industria maderera, la agricultura y la logística. El batllismo de los centros CAIF y las escuelas de tiempo completo. El de la educación laica y la tolerancia filosófica, el de la lucha por la libertad donde fuere.
La gran novedad de la elección ha sido la campaña montevideana del señor Edgardo Novick. Ha demostrado el valor de una buena estrategia publicitaria y, sobre todo, que el tonito “light”, contra el cual tanto hemos escrito, no es el camino para hacer oposición. Hablar claro y fuerte sigue siendo un valor. Demostrar convicción, también. Quienes piensan que es lo mismo promocionar un dentífrico que un candidato, deben repensarse.
La encuesta de Radar sobre la discriminación, publicada en El País hace dos domingos, ha dado que hablar. Preguntada la gente sobre si le molestaría que en su familia hubiera un judío, un peruano, un chino, un armenio, un negro o un gallego, el peor resultado aludió a los primeros, aproximadamente un 20%, y en orden decreciente a los que siguen. Nos preocupa. Quien se moleste por tener un yerno negro es un racista. Y quien sienta lo propio con un judío, es un antisemita. Así lo pensamos y así lo sentimos. Ese prejuicio merece no solo una condenación específica sino que es un llamado a reflexionar para una sociedad que cultiva desde siempre los valores humanísticos de una república democrática, devota de la igualdad de los seres humanos en sus derechos y aspiraciones. Debajo de esa convicción fuertemente asumida desde las instituciones, se anidan sin embargo esos rescoldos reaccionarios que nuestra cultura cívica debe erradicar desde su raíz. Especialmente en esos medios intelectualoides más o menos “progre” que aún no se enteraron de que en el mundo islámico la mujer es casi un animal.
(Publicado en El País de Montevideo el 17 de mayo pasado)