Por Julio María Sanguinetti
Todo gobierno vive la angustia de esa pregunta molesta: ¿qué es lo primero, dónde están mis prioridades, cómo arbitro las demandas con recursos siempre escasos?
Basta mirar un diario para oír que hace falta más dinero para duplicar los Centros Espínola, que hay inversiones imprescindibles en salud, que la ciencia tiene que contar con un porcentaje del PBI, que hay que instalar centros de rehabilitación de adictos, que el narcotráfico nos acosa, que la pobreza infantil reclama un tratamiento urgente, que... y que....
La cuestión es que todo eso hay que hacerlo compatible con un equilibrio inestable que ya registra un déficit general de 3.65% del PBI, aunque lo celebremos como muy moderado en términos nacionales e internacionales. El hecho es que el BPS, pese a los aportes y a los 7 puntos de IVA, registra un déficit del orden de 600 millones de dólares, a los que hay que agregarle las otras cajas, francamente deficitarias. Sin ir más lejos, la Profesional considera que necesitará 150 millones de dólares, una vez que aplique un plan que acaba de proponer.
El FONASA, que hoy recibe un impuesto general, tampoco solventa su presupuesto y hubo que transferirle el año pasado unos 300 millones de dólares.
El hecho final es que el país este año pasado tuvo un déficit a financiar de 2.800 millones de dólares, que se incorpora a una deuda hoy des 37.000 millones de dólares, el 53% del PBI. Esa deuda nos cuesta 1.400 millones de dólares al año de intereses. Al que hay que sumarle otros 1.000 millones aproximadamente, que se pagan en las llamadas Letras de Regulación Monetaria, hoy muy discutidas por lo elevado de los intereses.
Son todos estos números muy gruesos, que reseño simplemente para entender que administrar todos los reclamos, la mayoría legítimos, nos llevan a la pregunta inicial: ya que todo a la vez es imposible, ¿qué es lo primero? A lo que podemos agregar, ¿qué es lo más urgente, que no siempre puede ser lo más importante a largo plazo?
Felizmente el país superó las tres crisis sufridas en este período (pandemia, cuyos efectos continúan; sequía y el arrastre de la guerra europea). Las manejó razonablemente y por eso recuperó los 60 mil empleos que había perdido el último gobierno frentista, generó 80 mil y hoy hay 100 mil personas más aportando al BPS, lo que quiere decir que también bajó la informalidad. Lo hizo, además, mejorando el salario real, que ya recuperó y en algo mejoró el nivel anterior a la pandemia. Para los críticos del gobierno de coalición esto es nada, pero miremos al mundo y advertiremos que la performance de Uruguay es más que exitosa.
En todo caso, lo primero es mantener los equilibrios básicos. Si los perdemos, porque nos vamos de banda en los gastos, los pagaremos en inflación y bajas salariales, en más deuda, menos empleo, etcétera, etcétera...
Por eso hay que definir muy claramente donde están hoy los problemas que el país tiene como impostergables y ver cómo se pueden atender con un presupuesto de por sí deficitario.
A corto plazo está claro que hay que apoyar tecnológicamente a la Policía de un modo muy fuerte para que el fenómeno del narcotráfico no nos lleve a situaciones indeseadas, como vemos muy cerca nuestro, en ciudades tan afines a nosotros como Rosario de Santa Fe.
A mediano plazo, la educación sigue siendo exigente en recursos, la ciencia y la innovación también y un fenómeno, nuevo y crucial, realmente nos acosa: son las adicciones. Atenderlas en la rehabilitación pero fundamentalmente prevenirlas. Basta salir a la calle para ver cómo ha crecido esa gente sin destino que es en su gran mayoría la consecuencia de las drogas. Si queremos, además, no ser prisioneros del menudeo del narco, tenemos impostergablemente que bajar la demanda. Esto es claro: si hay demanda, va a ver oferta. Ahí está el nudo.
Otro tema grave a mediano plazo es la pobreza. No solo infantil, de la que se habla mucho y demagógicamente. Quienes creamos los CAIF y luego las escuelas de tiempo completo, podemos decir que estamos de verdad en el tema y no en los discursos. La pobreza está en un orden del 10%, algo más, algo menos, y que no se han recuperado totalmente los niveles previos a la pandemia. Añadamos que siempre habrá más niños pobres en los sectores de menores ingresos que en los del medio. Por eso la pobreza infantil tiende siempre a ser mayor que el índice general. Comparar una pobreza infantil del 20% con un 3% en la edad madura, no es afirmar algo en sí mismo negativo, porque quiere decir que la pobreza inicial no se congeló y que en el correr de la vida se salió de esa situación. El que nació pobre, no necesariamente muere pobre. La cuestión es que hay que bajar ese número en los niños. En plena pandemia se creó el Bono Crianza, se multiplicaron las asignaciones familiares, se hizo un gran esfuerzo, pero está claro que no es suficiente. He allí, entonces, un problema, que empieza por bajar el nivel general de pobreza, que inmediatamente repercute en la infancia. A ésta es preciso llegarle, además, con más asistencia y más educación, no solo con más dinero.
Podríamos seguir señalando requerimientos importantes de nuestro desarrollo económico y social. Baste advertir la importancia de los señalados, entre tantos otros, para medir la magnitud del tema. Sin olvidar nunca, y volvemos al inicio, que lo que queramos enfrentar no puede ser a costa de un equilibrio general que nos puede rezagar.
Nuestro Estado es grande y su costo es caro. Por eso debemos ser eficientes en administrar recursos. Pero solo la presencia del Estado en la sociedad es la que sustenta la democracia tolerante en que vivimos. La paz social no es barata. Pero es la paz necesaria para convivir.