Por Julio María Sanguinetti
ADES, el sindicato de profesores montevideano, acaba de emitir una declaración reclamando la derogación del tradicional juramento a la bandera nacional, dando cuenta de que no entienden el profundo sentido cívico del mismo.
En la declaración, los gremialistas hacen una larga historia del origen de la disposición, de la época de la 2ª. Guerra Mundial, y califican de “militarista” y “fascista” exigirle a niños y adolescentes con escaso discernimiento un juramento de esa naturaleza.
Pues bien, la Constitucional establece que “en todas las instituciones docentes se atenderá especialmente la formación del carácter moral y cívico de los alumnos” (art. 71°).
A esos niños y adolescentes hay que ofrecerle los medios para su formación “moral” y “cívica”. Es impensable que no aprendan el Himno Nacional, que no sepan la formación independiente del país o sus principios constitutivos. Esa es justamente la formación “cívica”.
Como decía José Pedro Varela, “para instituir la República, lo primero es formar republicanos” y ello supone, desde la niñez, ofrecer una educación que, además del lenguaje y la aritmética, socialice en un sentido genérico, difundiendo hábitos de comportamiento y la pertenencia a la comunidad nacional en que han nacido.
Invocar la minoría de edad es realmente un sinsentido. De eso se trata, justamente. Que la primera formación incluya ese aspecto esencial. ¿Tenemos que esperar a los 18 años para explicarle que somos una democracia y una república independiente y que ellas suponen definiciones jurídicas, históricas y políticas fundamentales?
Las fechas patrias, el calendario cívico, no constituyen un ritual vacío. Es parte sustantiva de la formación republicana. Cuando celebramos el 18 de julio, es la ocasión para que se hable de la Constitución. Cuando lo hacemos del 25 de agosto, lo es para reflexionar sobre nuestra independencia, tan trabajosamente conseguida entre las ambiciones luso-brasileña y porteña de la época fundacional. Es una imprescindible pedagogía la que sustenta la democracia, la que nos da identidad, la que forma ciudadanos conscientes de la comunidad que integran y de sus valores esenciales de convivencia.
En ese contexto, el juramento a la bandera, en la fecha del nacimiento del héroe fundador de la nacionalidad, se carga de sentido. No es reverenciar un paño coloreado. Es asumir lo que se es como ciudadano. Es la ocasión también para que se recuerde a Artigas. La bandera es el símbolo que todas las naciones del mundo, desde siempre, asumen como identificación.
¿Existe un Estado soberano sin bandera?
En los EE.UU., primera de las repúblicas modernas, es tradición diaria en la mayoría de las escuelas (allí no hay autoridad nacional de educación) izar la bandera recitando una alocución, que ha sido discutida por algunos por sus referencias religiosas pero no por su valor cívico.
Ocurre en nuestro país que los feriados se han hecho móviles y que se ha ido diluyendo la práctica del acto evocativo, del trabajo formativo que haga de las recordaciones históricas valores del presente. Se añade a ello un obvio debilitamiento de valores sociales, que comienzan con la degradación pública del lenguaje y sigue con la desvalorización de las autoridades, sean la maestra, el director del liceo o el comisario.
En ese contexto, se hace particularmente grave prohibir “la jura”, que podría llamarse quizás —con mayor precisión— “promesa de fidelidad”, pero que es una tradición nacional asumida con orgullo por la mayoría de la población. En general es un recuerdo grato, que se evoca con emoción.
Esta organización sindical que reclama arbitrariamente esta medida, no reacciona, en cambio, cuando en instituciones oficiales se han puesto pancartas cuestionando una reforma constitucional que está en debate y a consideración de la ciudadanía mediante plebiscito. Esto sí es que es fascista por violar la necesaria neutralidad de los espacios públicos e ignorar el principio de laicidad que nos impone a todos respetar la diversidad de opiniones y creencias.
Honrar la bandera no es fascista. Es asumir la condición de ciudadano de una nación a la que se pertenece. No es patrioterismo demagógico, de exaltación nacionalista por oposición a otras naciones. Nada tiene de agresivo o autoritario. Es, por el contrario, lo primero y esencial para “formar” ese “republicano” del que hablaba José Pedro Varela.