Ser o no ser del Mercosur
Por Julio María Sanguinetti
El Mercosur vive desde hace ya algunos años una situación, que comenzó siendo de estancamiento, luego de retroceso y hoy de franca crisis. A partir de su fundación, en 1991, vivió - paralelamente al crecimiento de las economías de los países miembros- un clima fundacional optimista y creativo. La devaluación brasileña del 13 de enero de 1999 cambió todos los parámetros, el comercio con la economía mayor se retrajo y desde entonces entramos en un clima que nunca más reprodujo el espíritu de asociación (la affectio societatis de los romanos), imprescindible en cualquier sociedad.
Las restricciones comerciales menudearon, decisiones de los Tribunales no se cumplieron (como en su tiempo la del corte del puente internacional por el caso Botnia), nada se avanzó en la coordinación macroeconómica y así sucesivamente. Hasta que ahora, repentinamente, y aún en plena bonanza internacional, reaparece el proteccionismo. Argentina, no obstante su fabulosa cosecha agrícola, viene perdiendo reservas y adopta primitivas disposiciones de restricción de la importación y de la venta de moneda extranjera. Andan con perros en las colas de los aeropuertos, oliendo dólares, y los aduaneros mandatados a abrir valijas para discutir por un perfume o cualquier aparatito eléctrico. Brasil, a su vez, con dificultades de competencia con la creciente industria automovilística mexicana, amenaza con denunciar el tratado entre el Mercosur y México, para terminar con un acuerdo de fijación de cuotas, en que el gobierno de Calderón se obliga, por 3 años, a no superar una cifra fijada.
Lo que realmente alarma es que entre nosotros no exista la excepción “Mercosur”. Que los países sientan la necesidad de defender ciertas actividades económica de competencias ajenas a la región, se comprende. Dentro de los parámetros fijados por la OMC, ello es posible. Lo que no resulta entendible es que entre los socios del Mercosur, que construimos un espacio económico con la idea del regionalismo abierto, establezcamos esas restricciones. Todos sabíamos que ese levantamiento de fronteras aduaneras nos iba a costar el sacrificio de aquellos sectores o empresas menos eficientes. Ese era el requisito imprescindible para que el conjunto fuera más eficiente y pudiera así competir mejor con el mundo. El objetivo nunca fue encerrarnos sino, por el contrario, asociarnos de ese modo para tener una mejor economía de escala y de ese modo competir con más éxito.
En el caso uruguayo, basados en esa idea, abrimos nuestras fronteras y vimos caer, una a una, alrededor de 1.000 establecimientos industriales. A cambio, se expandían sectores como la lechería, el papel, el arroz o las autopartes, entre otras pequeñas empresas que conquistaban nichos de mercado en los países vecinos. Así transitamos todos estos años, con altibajos y penurias. Aquella devaluación brasileña de 1999 nos hizo sentir el peso de nuestra fragilidad ante la asimetría con el enorme vecino brasileño. El penoso incidente del puente de Fray Bentos nos desnudó la incomprensión de algunos vecinos de Argentina y del gobierno de la época. Hoy estamos, en el peor de los mundos, con restricciones en las dos fronteras y nuestros dos grandes vecinos reflotando un anacrónico proteccionismo que entorna puertas y reduce oportunidades. Por este camino, en poco tiempo no tendremos Mercosur y quedaremos cada uno librado a nuestra suerte.
Nuestro gobierno dice que no podemos salir del Mercosur y estamos de acuerdo. Con lo que no podemos coincidir en que antes de sentarnos a la mesa expresemos nuestras debilidades y la resignación a aceptar hasta cuotas de importación, como lo ha dicho nada menos que el Presidente en la reunión del BID del lunes. ¿Cuotas a esta altura? ¿A cambio de qué? Así, sin más, resulta un gravamen indefendible.
Aceptar el sistema de cuotas es herir el corazón mismo del Mercosur, cuyo artículo 1° es la libertad de circulación de mercaderías. Hemos retornado a viejos tiempos y desde ya lo asumió nuestro Presidente como un hecho consumado. O sea que ya no nos sentaremos con Argentina a negociar la posibilidad de las cuotas sino que vendrá Argentina directamente con una lista de cuantos pantalones o kilos de papel podemos exportar y a partir de allí, contra la pared, trataremos de avanzar.
¿No hemos reclamado todavía la posibilidad de abrirnos a otros mercados con acuerdos de libre comercio? ¿No lo hemos dicho ya? ¿Tenemos que aceptar con la cabeza baja que se caigan miles de empleos sin que tengamos la posibilidad de abrir otros horizontes de competencia, más allá del Mercosur?
Con dolor vemos a un gobierno argentino que no nos considera y un Brasil tratando de jugar en las grandes “ligas” internacionales, desentendido de sus responsabilidades para con la región. Sencillamente resumida, esa es la situación. Y no podemos aceptarla sin emprender todos los caminos a nuestro alcance para superarla. El diálogo superficial no basta; las reuniones insustanciales y las palmaditas en la espalda ya han pasado a la historia. La cuestión es existencial. Es de ser o no ser.
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