Por Julio María Sanguinetti
El 12 de octubre ha sido Día de la Raza, Día del Descubrimiento de América, Día de la Hispanidad, Día del Encuentro de Culturas, Día de la Resistencia Indígena y hoy, entre nosotros, Día de la Diversidad Cultural.
Naturalmente, lo de "raza" hace tiempo que fue sepultado por su peligrosa contaminación con las tendencias reaccionarias que han llevado las diferenciaciones biológicas al terreno de presuntas superioridades intelectuales. Lo de "hispanidad" es muy limitativo (por excluir a Brasil) y todo el resto han sido circunloquios para recuperar históricamente la América Precolombina que se vio sorprendida por la presencia de esos extraños hombres vestidos de armaduras que bajaban de unos barcos muy distintos a sus canoas.
El respeto a quienes aquí estaban no invalida el hecho fundamental de ese "descubrimiento" para una cultura europea que se extendía por el mundo en los siglos XV y XVI con un liderazgo de España y Portugal, despertando naturalmente el celo holandés, francés y británico que le siguieron en la aventura. Primero fue el descubrimiento y luego la colonización. En esa enorme América vivían numerosos pueblos no conectados entre sí, donde se experimentaban también procesos de asentamiento y dominación de los más fuertes. Los aztecas y los incas fueron los constructores de grandes civilizaciones, extendidas por vastos territorios en los que sometieron a numerosos pueblos más débiles militarmente. Fue un proceso complejísimo que abrió lugar a un activo mestizaje que incluyó luego el forzado poblamiento africano, paradójica víctima del impuso humanitario de quienes defendían la condición de los indígenas.
Lo que no puede negarse es la enorme relevancia que tuvo el episodio del "descubrimiento". Llamemos como que le llamemos es un hecho fundamental desde el ángulo que se le mire, geográfico, político, humano, económico y hasta gastronómico, cuando fue la papa la que salvo del hambre a varios pueblos europeos y el chocolate el mejor regalo para los paladares. También es innegable que ese proceso incorporó América a la civilización occidental, que integramos.
El cuestionamiento a la conquista se lo planteó España no bien llegó. Ningún otro imperio vivió ese debate con la intensidad y honestidad que allí ocurrió. Y no está de más recordar que España trajo aquí todo lo que tenía, empezando por las Universidades, que tempranamente fertilizaron la vida cultural. También vinieron sus carencias, más allá de su voluntad.
No se puede discutir con los hechos. El avance científico y tecnológico, que había generado conocimientos y prácticas que habilitaban a la navegación oceánica, hacía inevitable que ocurriera lo que ocurrió. Sería España, Portugal, Holanda o quien fuera, pero que eso acontecería era ineluctable. Como lo fue cuando los romanos impusieron su autoridad en Europa, con su superior capacidad administrativa, militar y tecnológica que sobre el cimiento de la cultura griega había llevado a una construcción gigantesca para su tiempo.
Celebrar que pertenecemos a la cultura occidental y que hablamos español no por casualidad, bastan para darle al 12 de octubre el valor supremo de lo fundacional. No se sustenta, por lo tanto, ese complejo de culpa que se cultivó, especialmente a partir de 1992, cuando se cumplieron los 500 años del episodio y la intelectualidad marxista en repliegue encontró en el indigenismo una bandera a explotar demagógicamente. Que los pueblos precolombinos merecen todo el respeto y consideración, no hay duda. Como tampoco que muchos rezagos sociales de su sojuzgamiento llegan hasta nuestros días, desafiándonos con dos siglos de independencia que deberían haber bastado para lograr una mayor igualdad. Asumamos también, entonces, nuestras responsabilidades históricas. No para autoflagelarnos sino para comprometernos en un esfuerzo de educación y proyección social que supere las desigualdades heredadas.
En una palabra, somos parte de esa cultura, que no se quedó en Cervantes y Lope de Vega. Porque americanos son García Márquez y Vargas Llosa, Carlos Fuentes y Onetti, continuadores de los notables caminos que abrieron otros grandes como José Enrique Rodó o Domingo Faustino Sarmiento, Delmira Agustini, Gabriela Mistral o Sor Juan Inés de la Cruz.
Reflexionar sobre esos cinco siglos, mirar lo que es esa construcción notable de nuestra América, anglosajona en el Norte, ibérica en el Sur, mestiza toda ella, es lo que nos impone el 12 de octubre. Lamentando esas visiones rencorosas y antihistóricas que reniegan de nosotros mismos. Asumir el pasado es el solo camino para entender el presente y poder seguir andando.