Por Julio María Sanguinetti
Que el vértigo de los acontecimientos no desvíe el rumbo. Es la única forma de llegar a buen puerto.
Vivimos tiempos veloces. El modo como se derrumbó el imperio socialista, luego de la caída del Muro de Berlín, fue el gran prólogo de este momento de la historia. Todo corre rápido y suele ser fugaz. Las redes son eso: frases sueltas, noticias ciertas o imaginarias, desahogos personales... pero todo a una velocidad en la que lo que hoy está al rojo vivo, mañana se desvaneció. Ni hablemos de la vida familiar y sentimental, que también transcurre en un parecido vértigo. Si el tiempo siempre fue importante, hoy lo es, entonces, un poco más, porque responde a una característica de esta época que nos ha tocado vivir. No se trata de juzgar sino de entender. Y por lo mismo, aun en los fenómenos políticos, no podemos ignorarlo. Para no desconocerlo pero tampoco caer en su trampa.
Miremos hacia la seguridad ciudadana. La tragedia que sufrimos como sociedad no se construyó en un día. Hubo tendencias de la sociedad que no se contrarrestaron a tiempo, como la difusión de la marihuana, y luego el auge de la droga se hizo prácticamente irreversible. O la política llevada adelante por el Frente Amplio, desde el día en que llegó al gobierno, asumiendo una superficialidad romántica que le llevó a liberar masivamente presos y rápidamente perder el control de una situación que se expandió como una marea. Así se saltó de 9 a 30 mil rapiñas al año. Hoy el delito es la expresión de un segmento de la sociedad muy amplio. ¿Puede reducirse rápidamente? Está claro que no y por eso no nos sumamos a esos debates repentinistas sobre bajas circunstanciales de algunos de los delitos.
El país tiene que sacudirse la plaga del narcotráfico internacional. Tenemos que salir de ese mapa siniestro. Es un gran objetivo. Debemos contrarrestar el avance generalizado del delito, acotarlo y comenzar un proceso de reversión que será largo y difícil, porque conlleva una acción de promoción social y educativa de aliento. Dicho de otro modo: si dentro de tres o cuatro años, el Ministro Larrañaga puede mostrar superación en ambas direcciones, será un éxito. Tenemos que asumir una mirada histórica y hacer el balance en el tiempo adecuado.
Ya sabemos que habrá quienes no aceptarán como positivo ningún resultado. Son los que hoy hacen campaña contra la Policía y quieran derogar las pocas herramientas jurídicas que la LUC le dio para mejorar sus posibilidades. Ya lo sabemos, porque su fracaso les nubla el juicio. Pero no nos dejemos atrapar por su machacona prédica y caer en juicios apresurados o ayudar a esos microclimas desasosegados que quieren crear. Ellos son los que están cayendo en la trampa del tiempo: no advierten que su fracaso está demasiado cerca, que fue un factor en su derrota y que, lejos de cuestionar a la Policía, la ciudadanía, con razón, quiere su éxito.
Esta reflexión de la necesidad de tiempo y perspectiva la extendemos a la situación económica. El mundo sufre una crisis enorme, de las mayores caídas de su historia contemporánea. Y nosotros estamos inmersos en ella. De esa situación universal se saldrá, pero no será algo instantáneo. Los economistas discurren sobre si la salida será en V o W, pero lo que está claro es que retornar al nivel prepandemia llevará su tiempo. No hablo como economista, que no lo soy, pero como político la experiencia lo dice. También nos recuerda que hoy lo peor sería enloquecernos, como propone el Frente Amplio, salir a repartir dinero demagógicamente, descontrolar las finanzas públicas y luego, cuando la marea suba, no estar en condiciones de aprovecharla y hundirnos por años (como ocurrió en Argentina). En la crisis de 2002 se hizo lo que había hacer y por eso, cuando el viento de los precios internacionales sopló a favor, dos años después, el Uruguay creció rápidamente. Nadie lo sabe mejor que el Frente Amplio, que justamente llegó al gobierno cuando ya el país estaba creciendo.
Hoy, las voces críticas del Frente Amplio tampoco parecen entender esta realidad. Cuando debieran saber que ganaron tres elecciones ayudados, primero por la crisis, que afectó al Partido Colorado, y luego por ese crecimiento que nos regaló el mercado internacional y pudimos aprovechar justamente por lo que habíamos hecho ante la crisis. Cuando se alejaron aquellos fabulosos precios, el país se estancó y el Frente Amplio perdió. Y nos dejó el presente griego de unos enormes déficit y dramáticos números de desocupación.
Si en 2002 el gobierno de Jorge Batlle le hubiera hecho caso al Fondo Monetario Internacional y al Frente Amplio -extraña coincidencia- habríamos declarado la suspensión de pago de la deuda externa (default) y todavía hoy nuestro país estaría sumergido en la desconfianza, como le ocurre infortunadamente a Argentina. Nuestro gobierno actuó con responsabilidad, salvó al país, el Partido pagó un severo precio político pero la honra histórica no nos la quita nadie. Hoy un gobierno de coalición enfrenta también una profundísima e inesperada crisis, inédita por sus características. Se está haciendo lo que hay que hacer y con eficacia se viene salvando la situación. También saltan voces reclamando el despilfarro y el gobierno, que no ha dejado de cumplir sus compromisos sociales con los más necesitados, pide prudencia para ir ordenando el país. Y poder subirse al tren del crecimiento cuando él reaparezca. De nuevo los tiempos, entonces, y la paciencia imprescindible.
Tengamos calma. Estamos en el camino. El gobierno está claro. La coalición viene funcionando. No hay duda de que este año y el que viene serán muy difíciles. Asumámoslo claramente. Pero si mantenemos el rumbo llegaremos a puerto. Atropellarse, allanarse al griterío, nos llevaría a un naufragio.