Edición Nº 1017 - Viernes 22 de noviembre de 2024

Un pasado presente

Por Julio María Sanguinetti

Dos evocaciones mal orientadas desde el punto de vista cívico y democrático.

El disparatado homenaje al dictador teniente general Gregorio Álvarez que se proyectaba en el Centro Militar mereció de nuestra parte una dura recriminación. A 44 años del golpe de Estado, cuando el país transita con un sistema democrático felizmente restaurado en su plenitud (aunque no sin enormes esfuerzos), es horroroso que una institución social militar exhiba su peor rostro, el de la dictadura. Dentro de ella, además, el teniente general Álvarez ha quedado en la historia como el militar que exhibió una ambición personal que no tuvieron sus colegas generales Esteban Cristi y Rodolfo y Eduardo Zubía (en su momento con el mayor poder), que dividió al Ejército y, luego de llegar a la Presidencia, actuó con enojo, rencor, dificultando de todos modos las difíciles negociaciones que se llevaban a cabo.

El homenaje tenía, además, la nota máxima de la inoportunidad en un momento en que se discute una ley de retiros militares que está a punto de descalabrar las fuerzas con una fuga masiva hacia la jubilación.

Felizmente el homenaje se suspendió. Se informa que en buena hora el Comandante en Jefe del Ejército intercedió, anunció a los directivos del Centro que prohibiría la concurrencia de oficiales en actividad y aquellos finalmente “suspendieron” el acto. O sea, lo dejan para más adelante, con una insistencia de fondo que, por cierto, no los prestigia.

Mientras esto ocurría en el ámbito militar, en el civil se hacía un acto en la Plaza de la Democracia, instalando allí una escultura recordatoria del golpe de Estado y la dictadura, bajo el rótulo del “nunca más” que todos venimos conjugando desde el 15 de febrero de 1985, en que se instaló el primer Parlamento elegido por el pueblo.

Esa apelación, ese llamado, había sido tomado por el Presidente Vázquez en su primera presidencia, para nominar de aquel modo al 19 de junio, día de Artigas. Hizo un acto, concurrió mucha gente, pero la fecha no se instaló. El pasado 19 de junio se realizó el acto tradicional, nada más.

En la plaza, en cambio, se volvió a conjugar el mismo “nunca más”, pero hemipléjico, parcial y —en definitiva— inválido desde el punto de vista democrático. Porque el “nunca más” no se agota en repudiar la dictadura. Tiene que ser un “nunca más” a la violencia, un “nunca más” a tomar las armas en nombre de revoluciones utópicas, un “nunca más” a que alguien se crea por encima de la Constitución, dispuesto a arrasarla en nombre de la “Justicia”.

El golpe de Estado no fue un clavel del aire. Fue la nefasta culminación de un proceso de violencia que sacó a la calle a unas Fuerzas Armadas que, desde 1904, no aparecían como factor político. Por supuesto, no hay excusa para los mandos militares que, en la embriaguez de la victoria, arramplaran con el poder legítimo del Estado. Pero tampoco la hay para quienes deslizaron el país a la violencia, dividieron la sociedad y desencadenaron ese proceso. Cualquier historiador que mire con serenidad ese pasado reciente deberá concluir que si se extrae del relato a la guerrilla, con sus secuestros, asesinatos y atentados, no hay explicación para esa irrupción militar.

Es una lástima que todavía tengamos que reflexionar sobre estos temas. Y que los demócratas, que luchamos contra una y otra violencia, tengamos que discutir con quienes todavía acuñan el sueño revolucionario y hasta creen que Venezuela y Cuba son democracias. Cuando oímos hablar al grupo mayoritario del partido de gobierno y a la fuerza sindical a la que éste está asociado, de la necesidad de “la liberación nacional”, de la lucha de clases, del derrumbe final del mundo capitalista y de presuntos planes de la burguesía neo-liberal para destruir a los gobiernos progresistas, realmente advertimos que aún no está ganada en plenitud la batalla de la institucionalidad democrática. En todo caso, la seguiremos librando.



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