Por Julio María Sanguinetti
Lula está de nuevo al frente de Brasil. Ha sido una gran victoria personal. Ni de la izquierda, que es minoría de minorías en el Parlamento, ni del PT, que perdió las gobernaciones más importantes del país. Supo ganar frente a un Bolsonaro que si hubiera cometido la mitad de los extremismos machistas y autoritarios que cometió, más que probablemente hubiera podido alzarse con la victoria. Lula en cambio, sumó hacia el centro y Gerardo Alkmin, hoy Vicepresidente electo, y sus viejos correligionarios del PSDB Fernando Henrique Cardoso y José Serra, le dieron la mayoría para poder sacar la pequeña ventaja que lo lleva al Palacio de la Alvorada por tercera vez.
Lo más relevante es que la institucionalidad resistió a los arrebatos "trumpistas" de Bolsonaro. Brasil, en los últimos años ha mostrado una solidez que le permitió incluso sobrevivir a dos impeachment presidenciales sin turbulencias desestabilizadoras. Nuevamente puesta a prueba, ha resistido, pese a las amenazas y el clima crispado de una campaña vacía de contenidos y cargada de agravios. Los cortes de ruta de los bolsonaristas fueron la consecuencia de su irresponsable prédica de cuestionamiento al sistema electoral, pero finalmente, pese a sus ambigüedades, tuvo que dar marcha atrás y esto robustece la vigencia constitucional.
Lejos de la avalancha de izquierda que se pronosticaba, la Cámara de Diputados muestra una fuerte mayoría de centro y derecha. Bancada a Bancada, el Partido Liberal de Bolsonaro tiene 99 diputados contra 80 del PT. Restan 337 diputados, donde muy pocos representan a la izquierda radical y la gran mayoría responden a partidos estaduales o a sus gobernadores. Ni hablar de lo que significan 14 Gobernadores, entre ellos los de San Pablo, Minas Gerais y Río de Janeiro, los tres mayores Estados, que se identifican claramente con Bolsonaro.
En ese resultado no se puede ignorar la gestión del Ministro Guedes al frente de la economía, concentrando todos sus resortes estatales, impulsando hasta una reforma de la seguridad social y manteniendo una economía en funcionamiento.
En los últimos tramos de su campaña, Lula escondió al PT. Sabe que su partido lleva la carga pesada de la corrupción más que él mismo, sobreviviente judicial de un escabroso procedimiento. Hasta ocultó las banderas coloradas. Y así hizo posible que el rechazo a Bolsonaro resultara algo más fuerte que el que él arrastraba. No hay duda que la gran mayoría de los votantes de uno y otro votaron más que por adhesión a su candidato, por rechazo al contrincante.
Lula tendrá ahora un gobierno más que difícil. Inevitablemente será moderado porque no hay el menor espacio para arrebatos tributarios o nacionalizaciones impulsivas. Habla de unidad nacional y seguramente intentará bajar el clima de enfrentamiento que ha llevado al país a la polarización que muestra. Su gabinete expresará la gran variedad del espectro político que lo apoyó.
Del otro lado, Bolsonaro tiene una enorme oportunidad: transformarse en un gran líder conservador y no en el reaccionario agitador que es hoy. Si en vez de repudiar la política, se dedica a practicarla en serio, con la base que ha alcanzado, puede configurar un gran movimiento de centro y derecha. Apoyándose en los Gobernadores de San Pablo y Minas Gerais, Tarcisio y Zema, figuras que perfilan identidades vigorosas, hay un futuro para él y para un Brasil que tendrá así una alternativa. De persistir en su virulencia, acentuará esos rechazos que hoy lo bajan del poder.
Mirando la situación en perspectiva uruguaya, debemos partir de la base de que Brasil, como Argentina, es un vecino y socio de la mayor relevancia. En lo comercial el segundo luego de China, en el tema seguridad un colaborador fundamental, al igual que en los temas de comunicación y logística. El Mercosur no ha sido para el gigante del Norte una gran prioridad y en lo que hace a nuestra relación, más allá del aliento que el Ministro Guedes le daba a nuestro gobierno en los planteos de apertura, en los hechos nunca apoyó claramente. Con Lula esto no creemos que varíe, pero si ponemos a prueba una diplomacia persistente, seguramente podremos avanzar en el tema de China. Últimamente, la potencia asiática no ha mostrado tampoco la velocidad inicial en cuanto a la posibilidad de un Tratado con nosotros y con Lula en el gobierno no debería preverse que haga algo que Brasil no acepte. Un gran desafío, entonces. Un desafío mayor.
Los "compañeros" del Frente han celebrado la victoria de Lula como propia, pero debieran recordar que cuando la Argentina de Kirchner atropelló al gobierno de Vázquez, el Brasil "progresista" manifestó que el diferendo era un tema bilateral y se cruzó de brazos. Hasta el punto de que el presidente uruguayo solicitó apoyo nada menos que al Presidente de los EE.UU. para una eventualidad de agresión.
Si ampliamos la mirada, el nuevo gobierno será moderado, pero seguramente sin la visión amplia e innovadora que precisaríamos en el país que, por su peso específico, lidera América del Sur. Lula tendrá mucho tránsito retórico con los gobernantes populistas; seguramente será con Venezuela y Nicaragua más contemplativo que el joven Boric, que se ha atrevido a calificarlos de dictadura, pero su "barra" no le permitirá despegarse mucho del viejo discurso. EE.UU. lo mirará con simpatía, como lo demostró en su rápido reconocimiento al resultado electoral, pero no imaginamos algo más audaz, moderno, inspirador.
"Brasil está de vuelta" dijo Lula. Bienvenido al mundo, entonces. Ojalá que sea al mundo real y no al circuito fantasioso de los autoelogios populistas, encubridores del vacío en las ideas.